Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

martes, 12 de marzo de 2013

Capitulo 25



Tom insistió en que fuéramos a su casa en su coche, alegando que no tenía sentido gastar el doble de gasolina. Su razonamiento era lógico, pero le dije que si iba en su coche no podría volver a mi casa cuando fuera necesario. Él acabó aceptando a regañadientes, y aunque su sugerencia no me había molestado particularmente, sí lo había hecho su disgusto porque no quisiera acompañarlo en su coche.

Al llegar a su casa, sin embargo, me dije a mí misma que había malinterpretado su reacción. Yo seguía preocupada por Tokio, y Tom debía de estarlo por nuestra relación, después de la manera que tuve de marcharme la noche anterior. Era lógico que se sintiera inseguro después de nuestro primer desencuentro.

No le busqué otra explicación.

El lunes por la mañana se marchó a trabajar y yo volví a mi casa, contenta de tener un respiro.
Tom no me había quitado ojo de encima durante todo el fin de semana. En una ocasión salió del baño con inquietud y respiró aliviado al verme en el salón, diciendo que le había parecido oír la puerta de la calle.

La puerta se había abierto, en efecto, pero sólo para recibir al repartidor de pizzas.

A falta de una palabra mejor, me parecía que Tom se estaba volviendo paranoico.

Cuanto más lo pensaba, más me convencía de que el viernes por la noche había ido a mi casa y había sacado una conclusión equivocada al ver el coche de Bill aparcado en la puerta.

Una cosa estaba muy clara: aquella situación no podría sostenerse mucho más tiempo. Tom se sentía cada vez más unido a mí. Bill quería que volviera con él. Y yo aún no sabía qué hacer.

Por un lado me decía a mí misma que quizá había conocido a Tom porque estaba destinado a ser el gran amor de mi vida. Por otro, me preguntaba si realmente compartíamos algo más 
que una química sexual.

No podía negar que mis sentimientos aún me ataban a Bill. Era muy difícil cortar los lazos con alguien después de tanto tiempo. Difícil, pero no imposible, pues la gente seguía adelante después de divorciarse.

Pero Bill y yo no nos habíamos divorciado…

Al llegar a casa saqué a Bill y a Tom de mi cabeza y corrí hacia la puerta.

La comida y el agua que había dejado para Tokio seguían intactas.

La preocupación se transformó en angustia. Lo máximo que Tokio había estado ausente eran veinticuatro horas.

Me puse a pintar para no sucumbir a la inquietud, aunque no podía dejar de pensar en mi gato.

A las cinco y media Tom me llamó al móvil.

—¿Dónde estás?

—En casa —respondí.

—No. Yo estoy en casa y tú no.

—Quiero decir en mi casa.

—¿Por qué?

—Tenía que ver si mi gato había vuelto.

—¿Y?

—No, aún sigue sin aparecer —empezaba a temerme lo peor. No lejos de casa había un lago y corrían rumores de que allí vivía un cocodrilo que se había comido a más de un animal doméstico.

—A lo mejor se lo llevó tu esposo.

 —Me habría dejado una nota si lo hubiera hecho.

—No si quería asustarte.

—¿Asustarme?

—No confío en él.

Sabía que Tom no confiaba en Bill, pero no porque temiera que pudiese hacerme daño o valerse de el gato para llegar hasta mí, sino porque tenía miedo de que acabáramos reconciliándonos.

—Quiero que vengas aquí, donde yo pueda protegerte —siguió él—. ¿Lo harás? ¿Vendrás ahora mismo?

—De acuerdo. Voy para allá.

Fui más que nada para tranquilizarlo, porque por alguna razón parecía más inseguro que nunca respecto a Bill y a mí.

Tom abrió la puerta antes de que yo pudiera llamar, lo que indicaba que había estado esperando mi llegada junto a la ventana. Tiró de mí hacia él y me estrechó entre sus brazos durante varios segundos.

—Tom… —dije cuando finalmente me soltó—. Pareces muy intranquilo. ¿Qué te ocurre?

—¿Recuerdas lo que te conté de la mujer que vine a conocer a Orlando?

—Sí.

—Me abandonó un día que yo estaba fuera, sin decirme nada. Se llevó sus cosas y no me dejó ni una nota de despedida.

—Vaya —murmuré. No se me ocurrió nada mejor que decir.

—Así que cuando descubrí que seguías teniendo relación con tu marido me asusté, lo admito.

—Te prometo que yo jamás te haría algo así — le dije. Si rompía con él, al menos tendría la madurez necesaria para decírselo.

Tom empezó a besarme con celo y entusiasmo. Parecía empeñado en que nuestras bocas quedaran pegadas para siempre. Cuando finalmente se apartó los dos estábamos sin aliento. Me agarró de la mano y me condujo a su habitación, donde procedió a despojarme de toda mi ropa, con mucha calma y ternura. Al tenerme desnuda, me recorrió el cuerpo con una mirada de afecto y admiración.

—Te quiero, (Tu) —me dijo—. Y sé que tú también me quieres.

No respondí. Él tampoco debía de esperar mi respuesta, porque comenzó a besarme de nuevo, en esa ocasión con mucha más dulzura y emoción de lo que nunca había demostrado.

Extendió las manos sobre mis pechos y me pellizcó los pezones hasta ponerlos duros, arrancándome un gemido de placer. Cada vez que Tom me tocaba me convencía de que era en sus brazos donde quería estar.

Él agachó la cabeza, me chupó los pezones y siguió bajando por el abdomen. Me acarició reverencialmente el sexo y volvió a levantarse para besarme en los labios.

—Date la vuelta, hermosa.

Lo obedecí, sintiéndome extremadamente sexy y excitada por estar desnuda mientras él seguía vestido. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando me besó en la nuca.

De repente dejé de sentir sus manos y su boca en la piel y me giré para ver qué estaba haciendo. Lo vi con un trozo de tela en las manos. Se acercó a mí y me lo colocó sobre los ojos.

—¿Confías en mí? —me susurró.

—Sí.

Me agarró de la mano y me llevó hacia la cama, donde volvió a soltarme.

—¿Tom?

Regresó al cabo de un momento y me agarró por las muñecas. Sentí que me las ataba con algo suave y sedoso  que tiraba sin llegar a hacerme daño. Debía de haberme atado al cabecero de la cama.

Yo me retorcí ligeramente y tiré de las ligaduras.

—Eres tan hermosa…

Me agarró el pie derecho y me besó en el dedo gordo. A continuación me ató los tobillos y sentí el calor de su mirada por todo mi cuerpo. El deseo palpitaba en mis venas. Tom nunca me había tapado los ojos ni me había atado. Nunca antes había estado a su merced de aquella manera.

Y me resultaba tremendamente excitante…

Aquel día hacía más calor que de costumbre y había mucha humedad. El aire
acondicionado no estaba encendido, pero el ventilador del techo sí estaba en funcionamiento.

Mientras esperaba el siguiente movimiento de Tom, me di cuenta de que ya no lo oía ni lo sentía.

¿Seguiría en la habitación?

Moví la cabeza hacia la derecha, en dirección a la puerta del dormitorio.

—Sigo aquí, Hermosa —dijo él en voz baja a mi izquierda—. Podría correrme con sólo mirarte, sin tocarme. Me excitas tanto…

Entonces lo oí acercarse y tragué saliva, anticipándome a su tacto.

Algo me rozó el cuello y la mejilla. No era su dedo, sino algo más ligero y suave.

—¿Sabes con qué te estoy tocando? —me preguntó Tom.

No estaba segura, pero podía hacerme una idea.

—¿Una pluma?

—Sí, hermosa. Una pluma.

La pluma empezó a recorrer lentamente mi labio inferior. El roce era extremadamente ligero y sutil, pero bastó para prender una llamarada por todo mi cuerpo y arrancarme un tembloroso 
gemido.

La siguiente caricia fue en el labio superior, y mi cuerpo desnudo respondió con un violento espasmo que anticipaba el placer inminente.

La pluma descendió por mi barbilla y cubrió mi cuello de un lado a otro. Todo con una desesperante lentitud.

De repente se detuvo, y durante cinco interminables segundos contuve la respiración a la espera de lo que sucedería a continuación. La venda que me cubría los ojos me impedía ver nada, pero al mismo tiempo agudizaba mis otros sentidos al máximo. Podía oírlo y olerlo todo. 

Lo único que se oía era mi respiración entrecortada y el zumbido del ventilador en el techo. Pero los olores eran mucho más ricos e intensos. Podía oler el deseo que impregnaba el aire en forma de calor y humedad. Y podía oler el sudor que le empapaba la piel. Una fragancia almizclada, embriagadora e increíblemente excitante.

Sentí el roce de la pluma en el pezón izquierdo y respondí con un respingo involuntario, tirando de las ligaduras que me ataban de pies y manos a la cama.

—¿Te gusta? —me preguntó.

—Sí —respondí con una voz apenas audible—. Sí —repetí, más alto.

Me retorcí en la cama y gemí con ansiedad. Anhelaba sus caricias más que nada.

—Paciencia, hermosa —murmuró él.

—Para ti es muy fácil decirlo, teniendo el control absoluto sobre mi cuerpo.

—¿Te he decepcionado alguna vez?

—No —respondí con sinceridad—. Nunca.

—Y tampoco te decepcionaré ahora.

La pluma me tocó entre las costillas y se hundió en el ombligo. Desde allí continuó su imparable y lento descenso hasta el vello púbico, y volvió a detenerse cuando yo más necesitaba su tacto.

—Por favor… —gemí—. No me hagas suplicar.

Él no respondió y dejó pasar varios segundos sin hacer nada. Lo único que se oía eran los zumbidos del ventilador del techo, hasta que oí sus pisadas en la alfombra y el chirrido de la puerta de la habitación.

¿Iba a dejarme allí?

Conté diez segundos más y empecé a retorcerme contra los nudos que me retenían, pero eran demasiado fuertes e impedían mis movimientos.

Entonces volví a oír el sonido de sus pisadas y solté el aire ruidosamente.

—¿Creías que iba a dejarte ahí para ver un partido de béisbol? —me preguntó él.

No respondí, pero eso era precisamente lo que había temido. Que me dejase atada a la cama, desnuda e incapaz de moverme hasta que él decidiera soltarme. No era la primera vez que estaba en sus manos, pero nunca había sentido tanto miedo.

¿Por qué?

Porque él no parecía ser el mismo. Desde el momento de mi llegada había percibido algo distinto en sus miradas y caricias. Una intensidad especial, oscura, incluso inquietante.

—Nunca te dejaría —dijo él—. Tú y yo estamos unidos por una fuerza incontrolable.

Tragué saliva. Su voz sonaba extrañamente siniestra, o tal vez yo estaba especialmente sensible al encontrarme atada y con los ojos vendados. Inquieta… y extremadamente excitada.

—¿Confías en mí? —me preguntó, muy cerca de la cama.

Moví las caderas para tentarlo con la imagen de mi sexo y mis piernas abiertas.

—Tócame —le pedí con voz jadeante—. Tócame antes de que me vuelva loca.

—¿Confías en mí? —repitió. Sentí el peso de su cuerpo en la cama, pero no supe situarlo.

—Sí… Confío en ti.

—¿Completamente? —su aliento me acarició el clítoris y a punto estuve de correrme.

—Sí… Sí… Confío en ti completamente. Pero tócame, por favor…

Grité al sentir algo frío y mojado en el clítoris. La sensación me desconcertó, pues esperaba recibir el calor de su lengua.

Volví a sentir el tacto en la cara interna del muslo y deduje que se trataba de un cubito de hielo.

—Me pregunto si podría hacer que te corrieras con esto —dijo él en voz baja, acariciándome de nuevo el clítoris.

—No sé… Me gusta, pero está muy frío…

La cama crujió al levantarse. ¿Adónde iba ahora?

—Por favor…

Sus labios rozaron los míos y todo el cuerpo se me contrajo al saborear el frío y la humedad que había dejado en ellos el hielo. Me moría por tenerlo encima de mí, dentro de mí, follándome hasta dejarme sin sentido.

Me besó en la mandíbula y llevó la lengua hasta el lóbulo de la oreja.

—¿Me quieres?

—Quiero todo lo que me haces —respondí rápidamente. Era cierto. Lo deseaba de un modo casi enfermizo—. Aunque me hagas esperar por ello…

El hielo me tocó el pezón y todo el cuerpo se estremeció inconscientemente. Un segundo después sentí el roce de su lengua, ligero y fugaz, y arqueé la espalda para acercar mis pechos a su boca.

—¿Me quieres? —repitió.

Lentamente, volvió a posar la espalda en el colchón. Definitivamente no era el mismo aquel día. ¿Por qué me preguntaba si lo quería, conociendo mi situación y las circunstancias en las que nos habíamos conocido?

—Sé que te encanta esto —murmuró él, frotándome el clítoris con el dedo pulgar.

—Mmm… Sí —empecé a jadear, cada vez con más fuerza—. Nunca podría cansarme de tus manos…

 —¿Y de mi lengua? —se colocó entre mis piernas y yo me mordí el labio con expectación. En cuanto sentí su lengua, di un brinco y empecé a gemir.

—Me encanta tu lengua… Me vuelve loca…

Me lamió y sorbió hasta llevarme al límite del placer, pero en el último instante se apartó y me dejó a punto de explotar.

—No, no, no… por favor —le supliqué—. Te necesito…

—¿Me quieres? —volvió a preguntarme.

—¡Sí! —grité—. Te quiero, te quiero, te quiero…

—Yo también te quiero, nena —me desató las piernas y se las colocó sobre los hombros para chuparme, lamerme, morderme e introducirme la lengua, devorándome con una voracidad salvaje, como si mi sexo fuese la última comida que fuera a saborear en su vida.

El orgasmo me sacudió con una fuerza insólita, como nunca antes había experimentado. Consumió hasta la última gota de mis energías y me dejó sin aliento y temblorosa, completamente exhausta, como si un tren acabara de pasarme por encima.

Pero a pesar del incomparable placer que embriagaba mis sentidos, me di cuenta de que algo había cambiado entre nosotros.

Y no estaba segura de que el cambio fuera para mejor.....





 


Hola chicas como están!! espero estén súper, yo un poco enferma pero bueno, acá estoy subiendo otro capítulo, Muchísimas gracias por sus comentarios! de verdad los aprecio mucho, y bueno contestando a una pregunta que creo que ya lo había echo antes, esta nove es como mitad adaptación mitad mía, ya que la idea principal no es mía, solo lei un libro y me gusto tanto que decidí escribir algo mío con esa idea, no sé si me explico, pero bueno, de nuevo gracias por sus comentarios, por leerme, y espero disfruten mucho el capitulo, nos leemos pronto Os quiero!... 

2 comentarios:

  1. Ay te juro q amo tu fic!!
    Esta buenizimaa.. Donde estara Tokio?

    Tom ya esta mas obsesionado cin (tn) ..

    Siguelaa prontoo. Cuidate mucho bye :D

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  2. Sabes Tom me esta empezando a asustar pero me vuelve loca *w* sabes que encanta tu fic siguela porfas me muero por saber que ocurre despues.

    Hay no pobre Tokio ni modo asi son los gatos xD

    Tom Tom Tom...Dios hombre me provocas tanto que no me importa si estas o no Obsesionado conmigo xP neta siguela me encanta!!!^-^ cuidate y espero te mejore s te quiero mucho n.n

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