Tom
insistió en que fuéramos a su casa en su coche, alegando que no tenía sentido
gastar el doble de gasolina. Su razonamiento era lógico, pero le dije que si
iba en su coche no podría volver a mi casa cuando fuera necesario. Él acabó
aceptando a regañadientes, y aunque su sugerencia no me había molestado
particularmente, sí lo había hecho su disgusto porque no quisiera acompañarlo
en su coche.
Al
llegar a su casa, sin embargo, me dije a mí misma que había malinterpretado su
reacción. Yo seguía preocupada por Tokio, y Tom debía de estarlo por nuestra
relación, después de la manera que tuve de marcharme la noche anterior. Era
lógico que se sintiera inseguro después de nuestro primer desencuentro.
No
le busqué otra explicación.
El
lunes por la mañana se marchó a trabajar y yo volví a mi casa, contenta de
tener un respiro.
Tom
no me había quitado ojo de encima durante todo el fin de semana. En una ocasión
salió del baño con inquietud y respiró aliviado al verme en el salón, diciendo
que le había parecido oír la puerta de la calle.
La
puerta se había abierto, en efecto, pero sólo para recibir al repartidor de
pizzas.
A
falta de una palabra mejor, me parecía que Tom se estaba volviendo paranoico.
Cuanto
más lo pensaba, más me convencía de que el viernes por la noche había ido a mi
casa y había sacado una conclusión equivocada al ver el coche de Bill aparcado
en la puerta.
Una
cosa estaba muy clara: aquella situación no podría sostenerse mucho más tiempo.
Tom se sentía cada vez más unido a mí. Bill quería que volviera con él. Y yo
aún no sabía qué hacer.
Por
un lado me decía a mí misma que quizá había conocido a Tom porque estaba
destinado a ser el gran amor de mi vida. Por otro, me preguntaba si realmente
compartíamos algo más
que una química sexual.
No
podía negar que mis sentimientos aún me ataban a Bill. Era muy difícil cortar
los lazos con alguien después de tanto tiempo. Difícil, pero no imposible, pues
la gente seguía adelante después de divorciarse.
Pero
Bill y yo no nos habíamos divorciado…
Al
llegar a casa saqué a Bill y a Tom de mi cabeza y corrí hacia la puerta.
La
comida y el agua que había dejado para Tokio seguían intactas.
La
preocupación se transformó en angustia. Lo máximo que Tokio había estado
ausente eran veinticuatro horas.
Me puse a pintar para no sucumbir a la
inquietud, aunque no podía dejar de pensar en mi gato.
A
las cinco y media Tom me llamó al móvil.
—¿Dónde
estás?
—En
casa —respondí.
—No.
Yo estoy en casa y tú no.
—Quiero
decir en mi casa.
—¿Por
qué?
—Tenía
que ver si mi gato había vuelto.
—¿Y?
—No,
aún sigue sin aparecer —empezaba a temerme lo peor. No lejos de casa había un
lago y corrían rumores de que allí vivía un cocodrilo que se había comido a más
de un animal doméstico.
—A
lo mejor se lo llevó tu esposo.
—Me
habría dejado una nota si lo hubiera hecho.
—No
si quería asustarte.
—¿Asustarme?
—No
confío en él.
Sabía
que Tom no confiaba en Bill, pero no porque temiera que pudiese hacerme daño o
valerse de el gato para llegar hasta mí, sino porque tenía miedo de que
acabáramos reconciliándonos.
—Quiero
que vengas aquí, donde yo pueda protegerte —siguió él—. ¿Lo harás? ¿Vendrás
ahora mismo?
—De
acuerdo. Voy para allá.
Fui
más que nada para tranquilizarlo, porque por alguna razón parecía más inseguro
que nunca respecto a Bill y a mí.
Tom
abrió la puerta antes de que yo pudiera llamar, lo que indicaba que había
estado esperando mi llegada junto a la ventana. Tiró de mí hacia él y me
estrechó entre sus brazos durante varios segundos.
—Tom…
—dije cuando finalmente me soltó—. Pareces muy intranquilo. ¿Qué te ocurre?
—¿Recuerdas
lo que te conté de la mujer que vine a conocer a Orlando?
—Sí.
—Me
abandonó un día que yo estaba fuera, sin decirme nada. Se llevó sus cosas y no
me dejó ni una nota de despedida.
—Vaya
—murmuré. No se me ocurrió nada mejor que decir.
—Así
que cuando descubrí que seguías teniendo relación con tu marido me asusté, lo
admito.
—Te prometo que yo jamás te haría algo
así — le dije. Si rompía con él, al menos tendría la madurez necesaria para
decírselo.
Tom
empezó a besarme con celo y entusiasmo. Parecía empeñado en que nuestras bocas
quedaran pegadas para siempre. Cuando finalmente se apartó los dos estábamos
sin aliento. Me agarró de la mano y me condujo a su habitación, donde procedió
a despojarme de toda mi ropa, con mucha calma y ternura. Al tenerme desnuda, me
recorrió el cuerpo con una mirada de afecto y admiración.
—Te
quiero, (Tu) —me dijo—. Y sé que tú también me quieres.
No
respondí. Él tampoco debía de esperar mi respuesta, porque comenzó a besarme de
nuevo, en esa ocasión con mucha más dulzura y emoción de lo que nunca había
demostrado.
Extendió
las manos sobre mis pechos y me pellizcó los pezones hasta ponerlos duros,
arrancándome un gemido de placer. Cada vez que Tom me tocaba me convencía de
que era en sus brazos donde quería estar.
Él
agachó la cabeza, me chupó los pezones y siguió bajando por el abdomen. Me
acarició reverencialmente el sexo y volvió a levantarse para besarme en los
labios.
—Date
la vuelta, hermosa.
Lo
obedecí, sintiéndome extremadamente sexy y excitada por estar desnuda mientras
él seguía vestido. Un escalofrío me recorrió la espalda cuando me besó en la
nuca.
De
repente dejé de sentir sus manos y su boca en la piel y me giré para ver qué
estaba haciendo. Lo vi con un trozo de tela en las manos. Se acercó a mí y me
lo colocó sobre los ojos.
—¿Confías
en mí? —me susurró.
—Sí.
Me
agarró de la mano y me llevó hacia la cama, donde volvió a soltarme.
—¿Tom?
Regresó
al cabo de un momento y me agarró por las muñecas. Sentí que me las ataba con
algo suave y sedoso que tiraba sin llegar a hacerme daño. Debía de haberme
atado al cabecero de la cama.
Yo
me retorcí ligeramente y tiré de las ligaduras.
—Eres
tan hermosa…
Me
agarró el pie derecho y me besó en el dedo gordo. A continuación me ató los
tobillos y sentí el calor de su mirada por todo mi cuerpo. El deseo palpitaba
en mis venas. Tom nunca me había tapado los ojos ni me había atado. Nunca antes
había estado a su merced de aquella manera.
Y
me resultaba tremendamente excitante…
Aquel
día hacía más calor que de costumbre y había mucha humedad. El aire
acondicionado no estaba encendido,
pero el ventilador del techo sí estaba en funcionamiento.
Mientras
esperaba el siguiente movimiento de Tom, me di cuenta de que ya no lo oía ni lo
sentía.
¿Seguiría
en la habitación?
Moví
la cabeza hacia la derecha, en dirección a la puerta del dormitorio.
—Sigo
aquí, Hermosa —dijo él en voz baja a mi izquierda—. Podría correrme con sólo
mirarte, sin tocarme. Me excitas tanto…
Entonces
lo oí acercarse y tragué saliva, anticipándome a su tacto.
Algo
me rozó el cuello y la mejilla. No era su dedo, sino algo más ligero y suave.
—¿Sabes
con qué te estoy tocando? —me preguntó Tom.
No
estaba segura, pero podía hacerme una idea.
—¿Una
pluma?
—Sí,
hermosa. Una pluma.
La
pluma empezó a recorrer lentamente mi labio inferior. El roce era
extremadamente ligero y sutil, pero bastó para prender una llamarada por todo
mi cuerpo y arrancarme un tembloroso
gemido.
La
siguiente caricia fue en el labio superior, y mi cuerpo desnudo respondió con
un violento espasmo que anticipaba el placer inminente.
La
pluma descendió por mi barbilla y cubrió mi cuello de un lado a otro. Todo con
una desesperante lentitud.
De
repente se detuvo, y durante cinco interminables segundos contuve la
respiración a la espera de lo que sucedería a continuación. La venda que me
cubría los ojos me impedía ver nada, pero al mismo tiempo agudizaba mis otros
sentidos al máximo. Podía oírlo y olerlo todo.
Lo único que se oía era mi
respiración entrecortada y el zumbido del ventilador en el techo. Pero los
olores eran mucho más ricos e intensos. Podía oler el deseo que impregnaba el
aire en forma de calor y humedad. Y podía oler el sudor que le empapaba la
piel. Una fragancia almizclada, embriagadora e increíblemente excitante.
Sentí
el roce de la pluma en el pezón izquierdo y respondí con un respingo
involuntario, tirando de las ligaduras que me ataban de pies y manos a la cama.
—¿Te
gusta? —me preguntó.
—Sí
—respondí con una voz apenas audible—. Sí —repetí, más alto.
Me
retorcí en la cama y gemí con ansiedad. Anhelaba sus caricias más que nada.
—Paciencia,
hermosa —murmuró él.
—Para
ti es muy fácil decirlo, teniendo el control absoluto sobre mi cuerpo.
—¿Te
he decepcionado alguna vez?
—No
—respondí con sinceridad—. Nunca.
—Y tampoco te decepcionaré ahora.
La
pluma me tocó entre las costillas y se hundió en el ombligo. Desde allí
continuó su imparable y lento descenso hasta el vello púbico, y volvió a
detenerse cuando yo más necesitaba su tacto.
—Por
favor… —gemí—. No me hagas suplicar.
Él
no respondió y dejó pasar varios segundos sin hacer nada. Lo único que se oía
eran los zumbidos del ventilador del techo, hasta que oí sus pisadas en la
alfombra y el chirrido de la puerta de la habitación.
¿Iba
a dejarme allí?
Conté
diez segundos más y empecé a retorcerme contra los nudos que me retenían, pero
eran demasiado fuertes e impedían mis movimientos.
Entonces
volví a oír el sonido de sus pisadas y solté el aire ruidosamente.
—¿Creías
que iba a dejarte ahí para ver un partido de béisbol? —me preguntó él.
No
respondí, pero eso era precisamente lo que había temido. Que me dejase atada a
la cama, desnuda e incapaz de moverme hasta que él decidiera soltarme. No era
la primera vez que estaba en sus manos, pero nunca había sentido tanto miedo.
¿Por
qué?
Porque
él no parecía ser el mismo. Desde el momento de mi llegada había percibido algo
distinto en sus miradas y caricias. Una intensidad especial, oscura, incluso
inquietante.
—Nunca
te dejaría —dijo él—. Tú y yo estamos unidos por una fuerza incontrolable.
Tragué
saliva. Su voz sonaba extrañamente siniestra, o tal vez yo estaba especialmente
sensible al encontrarme atada y con los ojos vendados. Inquieta… y
extremadamente excitada.
—¿Confías
en mí? —me preguntó, muy cerca de la cama.
Moví
las caderas para tentarlo con la imagen de mi sexo y mis piernas abiertas.
—Tócame
—le pedí con voz jadeante—. Tócame antes de que me vuelva loca.
—¿Confías
en mí? —repitió. Sentí el peso de su cuerpo en la cama, pero no supe situarlo.
—Sí…
Confío en ti.
—¿Completamente?
—su aliento me acarició el clítoris y a punto estuve de correrme.
—Sí…
Sí… Confío en ti completamente. Pero tócame, por favor…
Grité
al sentir algo frío y mojado en el clítoris. La sensación me desconcertó, pues
esperaba recibir el calor de su lengua.
Volví
a sentir el tacto en la cara interna del muslo y deduje que se trataba de un
cubito de hielo.
—Me pregunto si podría hacer que te
corrieras con esto —dijo él en voz baja, acariciándome de nuevo el clítoris.
—No
sé… Me gusta, pero está muy frío…
La
cama crujió al levantarse. ¿Adónde iba ahora?
—Por
favor…
Sus
labios rozaron los míos y todo el cuerpo se me contrajo al saborear el frío y
la humedad que había dejado en ellos el hielo. Me moría por tenerlo encima de
mí, dentro de mí, follándome hasta dejarme sin sentido.
Me
besó en la mandíbula y llevó la lengua hasta el lóbulo de la oreja.
—¿Me
quieres?
—Quiero
todo lo que me haces —respondí rápidamente. Era cierto. Lo deseaba de un modo
casi enfermizo—. Aunque me hagas esperar por ello…
El
hielo me tocó el pezón y todo el cuerpo se estremeció inconscientemente. Un
segundo después sentí el roce de su lengua, ligero y fugaz, y arqueé la espalda
para acercar mis pechos a su boca.
—¿Me
quieres? —repitió.
Lentamente,
volvió a posar la espalda en el colchón. Definitivamente no era el mismo aquel
día. ¿Por qué me preguntaba si lo quería, conociendo mi situación y las
circunstancias en las que nos habíamos conocido?
—Sé
que te encanta esto —murmuró él, frotándome el clítoris con el dedo pulgar.
—Mmm…
Sí —empecé a jadear, cada vez con más fuerza—. Nunca podría cansarme de tus
manos…
—¿Y
de mi lengua? —se colocó entre mis piernas y yo me mordí el labio con
expectación. En cuanto sentí su lengua, di un brinco y empecé a gemir.
—Me
encanta tu lengua… Me vuelve loca…
Me
lamió y sorbió hasta llevarme al límite del placer, pero en el último instante
se apartó y me dejó a punto de explotar.
—No,
no, no… por favor —le supliqué—. Te necesito…
—¿Me
quieres? —volvió a preguntarme.
—¡Sí!
—grité—. Te quiero, te quiero, te quiero…
—Yo
también te quiero, nena —me desató las piernas y se las colocó sobre los
hombros para chuparme, lamerme, morderme e introducirme la lengua, devorándome
con una voracidad salvaje, como si mi sexo fuese la última comida que fuera a
saborear en su vida.
El
orgasmo me sacudió con una fuerza insólita, como nunca antes había
experimentado. Consumió hasta la última gota de mis energías y me dejó sin
aliento y temblorosa, completamente exhausta, como si un tren acabara de
pasarme por encima.
Pero a pesar del incomparable placer
que embriagaba mis sentidos, me di cuenta de que algo había cambiado entre
nosotros.
Y no estaba segura de
que el cambio fuera para mejor.....
Hola chicas
como están!! espero estén súper, yo un poco enferma pero bueno, acá estoy
subiendo otro capítulo, Muchísimas gracias por sus comentarios! de verdad los
aprecio mucho, y bueno contestando a una pregunta que creo que ya lo había echo
antes, esta nove es como mitad adaptación mitad mía, ya que la idea principal
no es mía, solo lei un libro y me gusto tanto que decidí escribir algo mío con
esa idea, no sé si me explico, pero bueno, de nuevo gracias por sus
comentarios, por leerme, y espero disfruten mucho el capitulo, nos leemos
pronto Os quiero!...
Ay te juro q amo tu fic!!
ResponderEliminarEsta buenizimaa.. Donde estara Tokio?
Tom ya esta mas obsesionado cin (tn) ..
Siguelaa prontoo. Cuidate mucho bye :D
Sabes Tom me esta empezando a asustar pero me vuelve loca *w* sabes que encanta tu fic siguela porfas me muero por saber que ocurre despues.
ResponderEliminarHay no pobre Tokio ni modo asi son los gatos xD
Tom Tom Tom...Dios hombre me provocas tanto que no me importa si estas o no Obsesionado conmigo xP neta siguela me encanta!!!^-^ cuidate y espero te mejore s te quiero mucho n.n