Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

miércoles, 27 de febrero de 2013

Capitulo 24


Tokio había desaparecido.

Antes de ir a casa de Tom el viernes, lo había dejado salir a la calle para que pudiera cazar pájaros o lagartos en caso de que yo no volviera para darle de comer.

Como a todos los gatos, a Tokio le gustaba salir por la noche. Pero por la mañana volvía a estar arañando la puerta para que lo dejase entrar.

Aquella mañana, en cambio, aún no había vuelto.
Cerré la puerta con el ceño fruncido y fui a la cocina a echar agua en la cafetera. El teléfono empezó a sonar y agarré rápidamente el auricular de la pared.

—¿Diga?

—Hola, (Tu).

Me costó un momento reconocer la voz.

—¿Mamá?

—Hola, cariño.

Sonreí, gratamente sorprendida. Después del encuentro con Bill y la conversación con Maria, era agradable hablar con alguien que no se metía en mi drama emocional.

—¿Cómo estás, mamá?

—Bien, gracias.

Mi madre vivía en California con su nuevo marido y apenas manteníamos el contacto. No estábamos tan unidas como a mí me gustaría, pero las decisiones que había tomado en su vida, y que tanto sufrimiento le habían causado a mi padre, me impedían acercarme a ella.

Mi madre había abandonado a mi padre para irse con otro hombre. Esperó hasta que yo tuve dieciocho años y me fui a la universidad. Y según ella, no había engañado a mi padre. Pero mi padre se quedó destrozado cuando le dijo que ya no quería seguir casada con él. Menos de un año después murió al ser atropellado por un camión. Los testigos afirmaban que era imposible que hubiese sido un atropello fortuito.

¿Accidente… o suicidio?

En el fondo de mi corazón estaba convencida de que mi padre se había suicidado porque no soportaba la soledad. Después de que mi madre le rompiera el corazón no tenía muchas razones para seguir viviendo.

Mi madre, por supuesto, creía que había sido un accidente.

—Será mejor que vaya directamente al grano — me dijo.

—¿Cómo?

—Bill me ha llamado esta mañana, Me ha contado que estáis teniendo problemas.

No dije nada. No podía creer que Bill hubiera llamado a mi madre para hablar de nuestro matrimonio.

Mi madre suspiró.

—Lo único que te digo es que no cometas el mismo error que yo, cariño. No… no tires por la borda tu matrimonio.

—¿De qué estás hablando?

—Bill me ha contado lo de la aventura.

—¿En serio? —pregunté en tono sarcástico.

—Tiene miedo de perderte. Bill es un buen hombre. Ya sé que todo el mundo tiene problemas, pero tienes que intentar solucionar las cosas. Puedes acudir a un asesor matrimonial, igual que hacen tantas parejas hoy en día. Pero no renuncies a lo que tienes.

Dejé que me echara el sermón, y entonces me di cuenta de que no se refería a la aventura de Bill sino a la mía.

—¿Te ha contado que se acostó con otra?

Silencio.

—Claro que no te lo ha contado. Si confesara sus pecados no le resultaría tan fácil señalar los míos.

La puse al corriente de la aventura de Bill, de la amenaza de denuncia que pendía sobre él y de cómo me había animado a acostarme con otro hombre.

—Como ves, no es tan inocente como le gusta afirmar —señalé—. Ni mucho menos.

—No sabía nada de esto.

—Pues claro que no lo sabías.

—Pero… sigo pensando lo mismo. Los dos os habéis divertido cada uno por su cuenta. Es un buen hombre, y no me gustaría que renunciaras a lo que tienes con él.

—¿Y si te digo que mi aventura es algo más y que he conocido a un hombre que me gusta de verdad? —No supe por qué le decía aquello a mi madre, pero estaba muy resentida con Bill por ponerse a cotillear con ella—. Alguien que puede ser mejor para mí que Bill...

—No lo dices en serio.

—¿Pero y si así fuera? —insistí. ¿Y si la llamada de Bill a mi madre fuera la prueba definitiva de que no podíamos estar juntos? En Tom había encontrado a un hombre decente que, además de proporcionarme un placer inimaginable, me
quería y creía en mis sueños. Una vida con él no podía estar tan mal.

Mi madre volvió a suspirar.

—Te diría que yo pensé lo mismo una vez, y que quizá cometí una equivocación. Quizá les hice daño a muchas personas.

Su respuesta me dejó sin habla. Era lo más cerca que había estado nunca de admitir su responsabilidad en el sufrimiento de mi padre, o en el mío. Mi madre había llevado a mi padre a una profunda depresión, y yo siempre le había guardado rencor por ello. No fue hasta dos años antes cuando empecé a perdonarla, al aceptar que mi padre era el último responsable de su muerte. No tenía sentido seguir furiosa con ella.

—Siento haberte hecho daño —siguió mi madre—. A ti y a tu padre. Si pudiera empezar de nuevo, haría las cosas de otro modo.

De repente me puse a llorar.

—No sé lo que va a pasar, mamá. Bill y yo tenemos que resolver nuestros problemas por nosotros mismos.

—Lo entiendo, y lo respeto.

Cambié de tema y le pregunté por Hal, su marido, y el hijo veinteañero de éste. Al acabar la conversación le prometí que iría pronto a visitarlos.

Después llamé a Maria, pero o no estaba en casa o no quiso responder.

—No te culpo por no querer hablar conmigo — le dije al contestador—. Pero espero que puedas perdonarme por ser una desconsiderada y una insensible. Llámame, por favor.

Colgué y salí a buscar a Tokio.

Empecé a preocuparme en serio después de haber recorrido todo el barrio. Me consolé pensando que tampoco había encontrado sus restos y que seguramente volvería a casa cuando se cansara de deambular por ahí.

El teléfono estaba sonando cuando crucé la puerta, pero al ver el nombre T. Kaulitz en la pantalla dejé que saltara el contestador.

Media hora más tarde me llevé la sorpresa de mi vida al ver a Tom en mi puerta.

—Tom…

—Hola.

—¿Qué… qué haces aquí?

Él no respondió. Entró en mi casa sin esperar a que lo invitara a pasar y cerró la puerta. Me inquietó verlo tan serio, y también que supiera dónde vivía sin que yo se lo hubiera dicho.

—No has respondido a mis llamadas.

—No me siento bien —le dije sinceramente—. Creo que está a punto de bajarme la regla —en realidad, llevaba unos días de retraso.

Tom no dijo nada y se limitó a andar de un lado a otro del vestíbulo.

—¿Cómo… cómo sabías dónde vivo?

—Te he localizado.

—Pero ¿cómo? —Fruncí el ceño—. No aparezco en la guía ni...

—Hay muchas maneras de encontrar a alguien.

Lo miré fijamente, temiendo que Billapareciera en ese momento. Tom se detuvo y me clavó una mirada tan intensa que me sentí incómoda.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—¿Me estás dejando?

—¿Qué?

—Anoche te fuiste de mi casa sin decir nada... ¿Vas a volver con tu marido?

Lo miré con ojos entornados, preguntándome de dónde había sacado esa idea.

De repente lo tuve de rodillas delante de mí, apretando la cabeza contra mi estómago en un gesto de súplica.

—Anoche me equivoqué, (Tu). Pero no me dejes, por favor.

—¿De qué estás hablando?

Me miró con el rostro desencajado por la tristeza y me agarró fuertemente por la cintura.

—Lo siento, (tu). Lo siento, lo siento… No me dejes, por favor.

—Sólo necesitaba un poco de espacio —le dije— . Me enfadé un poco, es verdad, pero todo el mundo se enfada de vez en cuando.

Tom se levantó con un brillo de esperanza en los ojos.

—¿Pensabas volver a llamarme?

—Pues claro que sí.

Suspiró de alivio y empezó a besarme por la mejilla.

—Estaba muy preocupado. Muchísimo.

Su actitud me hizo pensar que Tom nunca había tenido una relación seria. Un simple desacuerdo no suponía el fin del mundo.

—Oye —le dije, tomándolo de las manos—. No quiero hablar de esto aquí. Mi espo… Bill puede aparecer en cualquier momento.

Su expresión se oscureció.

—¿Todavía vive aquí?

—No, pero no hemos vendido la casa y él sigue teniendo una llave.

No añadí que Bill aún quería salvar nuestro matrimonio, ni que yo tenía más dudas que nunca al respecto. La noche anterior me había dado cuenta de que aún quería a Bill, pero no me gustaba que hubiese llamado a mi madre a mis espaldas.

—Yo nunca te haría daño, como te hizo tu esposo—declaró Tom.

—Lo sé.

—No me gusta que tu marido venga cada vez que le apetezca. ¿Y si te hace daño?

—Nunca me lo haría.

—Puedes venirte a vivir conmigo. Y creo que deberías hacerlo.

—¿Con mi gato? Por cierto, no encuentro a Tokio por ninguna parte.

—Con tu gato, o tu perro, o tus ratones, o con lo que sea. Lo que quiero es que estés conmigo — metió la mano por la cintura de mis pantalones cortos y no se detuvo hasta llegar a mi sexo—. Hermosa... 

Puse mi mano sobre la suya.

—No, Tom. Aquí no.

Empezó a acariciarme a través de las bragas.

—Ven a casa conmigo. Y tráete algo de ropa para que no tengas que volver.

—Tengo que volver… He de encontrar a Tokio.

Tom siguió tocándome y besándome, decidido a hacerme cambiar de opinión. Yo sabía muy bien lo que pasaría a continuación, y aparté los labios antes de que acabáramos en el suelo.

—Vamos a tu casa —lo último que quería era que Bill nos sorprendiera—. Espera que le deje comida a Tokio en la puerta, por si vuelve mientras estoy fuera.

—Vale —me dio otro beso antes de soltarme.

Fui rápidamente a la cocina y llené unos cuencos con agua y comida para gatos. Los dejé junto a la puerta y acepté la mano que Tom me tendía.

Dejé los cuencos junto a la puerta y Tom me tendió la mano.

—Vámonos a casa.




Chicas muchas gracias por los comentarios, de verdad me alagan mucho, no creo ser tan buena en esto, aunque es mi pasión, siento que aun me falta mejorar algunas cosas, pero igual aprecio mucho sus comentarios, y bueno si alguna es dueña de una editorial tendrán mis historias para llenar estanterías completas jaja. Bueno espero disfruten el capitulo, pronto regresare con el próximo, Os quiero mucho, cuídense!
 

martes, 19 de febrero de 2013

Capitulo 23



Lo único que tenía claro era que no estaba preparada para hablar con Tom de amor. Todavía era una mujer casada que tenía que tomar una decisión respecto a su esposo.

—Mis padres se enamoraron a primera vista — siguió Tom—. Se casaron a las tres semanas 
de conocerse, y estuvieron casados treinta y cuatro años hasta su muerte.

—Es una historia muy bonita —dije en voz baja, poniéndole las manos en el pecho. Tras el fracaso matrimonial de mis padres y mi desengaño con Bill había perdido la fe en la eterna felicidad de una pareja, pero lo que Tom contaba de sus padres me hacía creer otra vez en el amor—. Si te soy sincera, he intentado no pensar mucho en el amor después de mis amargas experiencias. Primero fue Chad, y después Bill.

Tom me tomó el rostro entre sus manos.

—Yo nunca te haría daño —me dijo, mirándome fijamente a los ojos—. Te quiero.
¿Sería posible que lo creyera de verdad? ¿Podía sentir amor por mí, además de deseo?

—Y creo que tú también me quieres —añadió—, aunque tengas miedo de enfrentarte a tus sentimientos.

Empezó a besarme y yo me abandoné a lo único de lo que estaba segura, que era mi deseo carnal hacia él. Pero en ese momento sonó el teléfono y Tom corrió al salón a responder.
Yo me quedé en la cocina, intentando recuperar el aliento y la serenidad.

Tom me quería…

¿Por qué su confesión no me hacía temblar de emoción? Tom me gustaba mucho, muchísimo, y la química que nos unía era innegable. La atracción sexual que sentía por Tom no la había sentido por nadie.

Pero ¿de ahí a sentir amor…?

—Sí, Omar —estaba diciendo Tom por teléfono—. Ya he revisado la agenda, no te preocupes.

Me volví hacia el fregadero y enjuagué los platos de la cena antes de meterlos en el lavavajillas. Tom acabó su llamada y volvió a la cocina.

—¿Vamos a ir a cenar con Maria y Robert el viernes por la noche? —le pregunté.

—De acuerdo.

—Estupendo —sonreí—. Se lo diré a Maria y decidiremos a qué sitio vamos. Será divertido.

—Muy bien. Y ahora ven aquí.

El lavavajillas se quedó a medio llenar y los dos acabamos desnudos en el sofá.

El viernes fui al apartamento de Tom y abrí con la llave que me había dado. No había ido la noche anterior porque Tom tenía que trabajar hasta tarde, pero le había prometido que estaría allí el viernes, antes de que él llegara a casa.

Todo estaba limpio y ordenado, salvo por algunos platos y cubiertos en el fregadero. Los metí en el lavavajillas y lo puse en funcionamiento, y a continuación limpié las encimeras y quemé una vela aromática para que la casa oliera a vainilla cuando llegase Tom.

A las seis aún no había aparecido y empecé a preocuparme. Estaba filmando algo para una empresa de calzado, pero me había asegurado que estaría en casa a las cinco y media como muy tarde.

Mientras esperaba llamé a Maria.

—Hola, (Tu). ¿Sigue en pie la cita a las ocho?

—Desde luego, pero Tom aún no ha llegado, así que quizá nos retrasemos un poco.

—Intenta que no sea demasiado.

—Eso espero.

En ese momento oí el pomo de la puerta.

—Maria, ya ha llegado Tom. Nos vemos luego.

—Hasta ahora.

Tom entró en casa con el ceño fruncido. Fui hacia él rápidamente y le di un abrazo.

—Hola, cielo. ¿Por qué tienes esa cara?

—Ha sido un día horrible —explicó él—. Ha habido muchos problemas en el rodaje.

—Vaya, lo siento. ¿Se han solucionado?

—Al final sí. Pero no creo que vaya a seguir trabajando para esa productora.

—¿Por qué no?

—He tenido algunas discrepancias con el director.

—¿Discrepancias?

—Diferencias de opinión, nada más. Pero ahora que te veo me siento mucho mejor —pareció relajarse y me puso las manos en los hombros—. Me gusta que estés aquí cuando llego a casa… Tengo una sorpresa para ti.

—¿Ah, sí? —sonreí.

—Por eso me he retrasado —se metió la mano en el bolsillo trasero y sacó un pequeño estuche de terciopelo azul—. Toma.

El estómago me dio un vuelco.

—Tom…

—Ábrelo.

Respiré profundamente y levanté la tapa. Dentro había un par de pendientes de diamantes dispuestos en círculo alrededor de una piedra ambarina.

—¡Tom!

—Son de oro blanco y diamantes de un tercio de quilate. La próxima vez será algo más.

—Son preciosos —le di un beso en los labios—. Me encantan.

Aparte del brazalete que Bill me regaló en nuestro primer aniversario, nunca me había sorprendido con un regalo así. Sólo me regalaba flores de vez en cuando, o una caja de bombones el Día de San Valentín. Para nuestro octavo aniversario le insinué que quería una pulsera de diamantes, pero lo único que recibí fueron más bombones y un par de zapatos.

—Me alegro de que te gusten —dijo Tom—. Póntelos.

Me quité los pendientes de aro y me puse los nuevos.

—Preciosos —dijo él—. Como tú.

Fui a verme al espejo que había junto a la puerta.

—Son maravillosos.

Tom se acercó por detrás y nuestras miradas se encontraron en el espejo.

—¿Qué te apetece para cenar? —Me preguntó mientras me besaba en la mejilla—. Puedo preparar una deliciosa parmigiana de pollo con verduras.

—Oh, no. Tenemos planes para cenar, ¿recuerdas? Hemos quedado con Maria y Robert.

—¿Esta noche?

—Sí, esta noche —dije con impaciencia. No podía creer que Tom lo hubiera olvidado—. Y hemos quedado a las ocho, así que será mejor que te des prisa en ducharte.

—No creo que sea buena compañía —dijo él—. Ya he te dicho que no he tenido un buen día.

No, no, no. Aquello no podía estar pasando.

—Te sentará bien salir. Maria es muy divertida, y seguro que te llevas muy bien con Robert.
Tom se encogió de hombros, como si no hubiera aceptado dos días antes.

 —No tenemos por qué quedarnos mucho tiempo, si no quieres —insistí—. Podemos volver temprano a casa… para tomar nuestro postre especial.

Él no respondió. Entró en la cocina y sacó una cerveza del frigorífico.

Maria no me perdonaría que no me presentase a la cita. Dos plantones seguidos eran demasiados.

—He traído mi ropa para cambiarme —le dije en tono seductor—. Podemos ducharnos juntos antes de salir…

Tom bajó la botella y me miró con una ceja arqueada.

—¿Quieres que nos duchemos juntos? ¿Ahora?

—Aún tenemos tiempo —le guiñé un ojo. Tal vez consiguiera animarlo con el sexo. Y si se animaba, sería fácil convencerlo para ir a cenar.

Tom volvió a meter la botella en el frigorífico y se acercó a mí con una maliciosa sonrisa. Me estrechó en sus brazos y sentí que ya estaba erecto.

Los dos estábamos desnudos antes de llegar al cuarto de baño. Tom me soltó un momento para abrir el grifo y ajustar la temperatura. Entré tras él en la ducha y cerré la mampara detrás de mí. El agua caliente me cayó sobre la cara y el cuerpo. Tom me acarició los pechos y me pellizcó los pezones, antes de llevar una mano hacia mi sexo y la otra a mi trasero.

Le agarré su impresionante miembro y empecé a frotarlo al tiempo que nos besábamos apasionadamente bajo el agua. Tom agarró la pastilla de jabón y la frotó sobre mis pechos, creando una gran cantidad de espuma. Entonces descendió con los dedos hasta el clítoris y lo masajeó vigorosamente mientras me chupaba un pezón. Le eché los brazos al cuello y me aferré con todas mis fuerzas mientras sus manos enjabonadas me volvían loca de placer. La combinación de sus dedos y su boca era letal, y cuando empezó a lamerme el otro pezón las piernas casi cedieron con la llegada del orgasmo.

Creía que me penetraría en ese momento, pero él me levantó en brazos y me sacó de la ducha. El aire acondicionado me enfrió la piel al abandonar el cuarto de baño, pero las manos de Tom me hacían arder. Sin dejar de besarnos, me llevó al dormitorio y me tendió en la cama.

—Quiero comerte —dijo.

—Déjame comértela —le supliqué. Tom siempre era el único que me daba placer oral, pero yo también quería sentir cómo sucumbía a mi boca.

—Lo haremos a la vez —decidió él—. Súbete encima de mi cara.

Gemí sólo de pensarlo. Me senté a horcajadas sobre su cara y me incliné hacia su miembro erecto. Tenía la piel de gallina por el aire que arrojaba el ventilador del techo, pero mi cuerpo explotó de calor en cuanto Tom me atrapó el clítoris con la boca. Jadeando de placer y delicia, le agarré el pene y empecé a bombearlo en toda su longitud. Y cuando Tom empezó a comerme, me lo metí en la boca.

Mis gemidos de euforia me impedían mover los labios a un ritmo constante. Me lo metí hasta lo más dentro posible mientras Tom hundía los dedos y la lengua en mi sexo y sorbía ávidamente mi flujo, como si no pudiera saciarse de mi sabor.

Era imposible concentrarme en los movimientos de mi boca mientras él me
chupaba con tanta pericia. No tuve más remedio que apartar la boca para poder respirar, pero seguí masturbándolo frenéticamente hasta que los dos nos corrimos a la vez. Su semen salió disparado y se derramó sobre mi mano.

Estaba caliente. Acerqué un dedo a la punta y esparcí el líquido por la superficie carnosa.
Apartó mi trasero de su cara y se colocó a mi lado para empezar a besarme. Entonces se 
puso encima de mí y me separó las piernas.

—Tom…

Me hizo callar con sus labios a la vez que me penetraba. Quise decirle que se pusiera un condón, pero él siguió besándome y no pude articular palabra.

Tom me folló a lo bestia, y después con calma y ternura. A las siete y media intenté decirle que íbamos a llegar tarde, pero él volvió a penetrarme e hizo que me olvidase de la hora.
No paramos de follar hasta que eran casi las nueve. Sólo entonces Tom pareció acordarse de nuestra cita.

—Tengo que darme una ducha —dijo—. Tampoco es tan tarde.

No sé por qué, pero sus palabras me irritaron. Tom sabía muy bien que ya no podríamos llegar a tiempo, y yo no podía llamar a Maria y decirle que habíamos estado follando.

Tom entró en el cuarto de baño y yo miré la hora. Eran las 8:58.

Maldición.

Me levanté y corrí a buscar mi ropa. Si nos dábamos prisa tal vez sólo llegáramos media hora tarde y Maria no se enfadaría demasiado.

—¡Date prisa! —le grité a Tom desde la puerta del cuarto de baño.

—¿Qué? —preguntó él en la ducha.

—¡Que te des prisa! A lo mejor llegamos a tiempo para el postre.

Pero Tom se siguió duchando tranquilamente, como si tuviera todo el tiempo del mundo. Cuando terminé de vestirme y maquillarme, él seguía en la ducha.

Estaba sentada en el sillón del dormitorio, con un humor de perros, cuando finalmente salió del cuarto de baño, secándose el pelo con una toalla.

—Enseguida estoy listo —dijo—. Oh, será mejor que me lave los dientes…

Eran las 9:22.

Cuando Tom tuvo el descaro de volver a entrar en el cuarto de baño, me levanté del sillón, agarré el bolso del suelo y me marché sin decir adiós.

Llamé a Maria cuando me subí al coche.

—Lo siento… Ya sé que me odias, pero lo siento de verdad.

—¿Dónde estás?

Suspiré.

—En mi coche. Acabo de salir de casa de Tom.

—¿Estáis de camino?

No respondí enseguida.

—Tom… aún está dentro. Me he enfadado y acabo de salir.

—Robert, discúlpame un momento, ¿quieres? — Oí que decía Maria—. ¿Qué ha ocurrido?

—Yo ya estaba lista para salir. Pero entonces llegó Tom y…

—¿Y qué?

No dije nada.

—¿Y os pusisteis a follar?

—Sí —no tenía sentido mentir—. Él estaba de muy mal humor, y pensé que a lo mejor se animaba si lo hacíamos, y… el tiempo pasó sin que nos diéramos cuenta —no podía echarle toda la culpa a Tom. Yo era una mujer adulta y debía asumir mi responsabilidad por permitir que me sedujera.

—¿Qué te está pasando, (Tu)?

—En el fondo, no creo que Tom quisiera salir. No mostraba el menor interés.

—El sexo es genial, pero no a costa de la vida.

—¿Qué quieres decir?

—No me devuelves las llamadas, me dejas plantada… Nunca te habías comportado así.

—No volverá a pasar.

—No te creo.

—¿Qué?

—¿Qué te apuestas a que la próxima vez que hagamos planes Tom te vuelve a salir con algo similar? Ese tío te quiere sólo para él.

—Eso es absurdo —protesté, aunque el comentario de Maria me hizo pensar en todo el tiempo que había pasado en casa de Tom. La mayor parte de ese tiempo la habíamos pasado follando, como si hubiéramos inventado el sexo.

—Has cambiado. Y no me gusta.

Dejé pasar un breve silencio.

—¿Aún quieres que vaya a veros a Robert y a ti? Podemos tomar un café o algo.

—No te molestes —espetó Maria, y colgó.

—¡Joder! —exclamé. Tiré el móvil en el asiento del pasajero y pisé el acelerador.

Conduje hasta casa a gran velocidad, esquivando bruscamente el tráfico y tomando las curvas de manera imprudente. Estaba furiosa con Tom por haber fastidiado la cita, con Maria por enfadarse conmigo, y conmigo misma por ser tan irresponsable.

¿Qué me estaba pasando? Maria tenía razón. El sexo era genial, pero no era lo
único ni lo más importante en la vida.

No podía olvidarme de mi mejor amiga sólo porque estaba disfrutando del mejor sexo que hubiese probado jamás.

Mi móvil empezó a sonar y vi el número de Tom en la pantalla.

No respondí.

Recibí dos llamadas más antes de llegar a casa, las dos de Tom. No respondí a ninguna. Necesitaba poner distancia entre él y yo.

Al entrar en mi calle había conseguido calmarme un poco. Al día siguiente llamaría a Maria y le aseguraría que jamás volvería a dejarla plantada. A menos que fuera un asunto de vida o muerte.

Entonces vi que había otro coche aparcado en el camino de entrada.

Bill.

Frené en seco y pensé qué podía hacer. Bill me había dejado unos cuantos mensajes durante las dos últimas semanas, pero yo no le había devuelto las llamadas. Pensé en seguir conduciendo hasta que se marchara. Si Maria no estuviera con Robert podría haberla llamado y haberme quedado un rato en su casa.

Y si no estuviera tan furiosa con Tom podría haber regresado a su apartamento.
No tenía adónde ir, y sólo Dios sabía cuánto tiempo pensaba quedarse Bill. De modo que suspiré con resignación y decidí enfrentarme a él.

Bill estaba sentado en el sofá del salón, con los brazos extendidos sobre el respaldo. Todo estaba en silencio y se respiraba un ambiente inquietante. El hecho de que no tuviera la televisión encendida confirmaba que me había estado esperando.
Levantó la mirada al verme, pero no dijo nada.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —le pregunté.

—Dos horas y media.

El corazón me latía con fuerza, pero entré con decisión en el salón. No había motivo para estar nerviosa en mi propia casa.

—Llevas el vestido del revés —observó Bill.

—¿Qué? —me miré el vestido y, efectivamente, se veían las costuras. ¿Cómo no me había dado cuenta de que me lo había puesto al revés?

Bill levantó la cabeza y me miró fijamente a los ojos.

 —¿Estabas con él?

No respondí.

—¿Qué vas a hacer? ¿Fingir que no estás con alguien? ¿O debería decir… follándote a alguien?

—Fuiste tú quien me dijo que tuviese una aventura.

Bill soltó una risotada y miró hacia otro lado.

—¿Qué pasa?

Él se levantó del sofá, lentamente.

—¿Por qué no me has devuelto las llamadas?

—Porque no quería hablar contigo.

—Entonces ¿hemos terminado? Porque si es así, dímelo. No me tengas esperando.

No dije nada.

—Creía que sólo ibas a tener una aventura para que estuviésemos igualados, no que fueras a abandonarme.

—Te dije… te dije que las reglas no las ponías tú —sentía una dolorosa punzada en el pecho. 

Ver a Bill me agotaba emocionalmente.

—Son unos pendientes muy bonitos.

Instintivamente me llevé una mano a la oreja.

—Supongo que te los habrá regalado él —hizo una pausa que pareció alargarse una eternidad—. ¿Estás enamorada de él?

—No —me sorprendió la facilidad con que podía negarlo. Por alguna razón desconocida, no quería que Bill tuviese ninguna duda al respecto—. No estoy enamorada de él.

Los ojos de Bill brillaron de esperanza.

—¿Vas a poner fin a esa aventura?

Ante esa pregunta sí dudé.

—Cuando esté preparada.

—¿Qué quiere decir… cuando estés preparada?

—Cuando esté preparada.

—Si no tienes nada serio con él, ¿por qué te lo sigues tirando?

—Yo no he dicho que no sea algo serio.

—No lo entiendo.

—Me trata bien. ¿Y sabes qué? El sexo es increíble.

Bill apretó la mandíbula.

—¿Qué ocurre, Bill? —le pregunté, irritada por el recuerdo de su traición—. ¿Estaba bien cuando tú lo hacías, pero en cambio yo no puedo divertirme como me apetezca?

Fue su turno para quedarse callado.

—No olvides que fuiste tú quien lo empezó todo —seguí—. Si no te hubieras liado con Isabel, no estaríamos teniendo esta conversación.

—Te dije que lo sentía. ¿Cuántas veces quieres que te lo repita?

Que lo sentía… Como si con eso bastara para arreglarlo.

—El sexo que tengo ahora es tan increíble que no creo que él tenga necesidad de
acostarse con otra —dije, echando sal en la herida abierta de Bill. Se lo merecía. Merecía sufrir por haberme causado tanto sufrimiento—. Creo que podría enamorarme de él.

Bill apretó los labios y se apartó bruscamente de mí para dirigirse hacia la puerta.

—Bill —lo llamé, arrepentida por lo que acababa de decirle. Mi intención había sido hacerle daño, y al parecer lo había conseguido—. Bill, espera.

Él no se detuvo hasta llegar a la puerta. Allí expulsó el aire y se volvió para mirarme.

—No quería… —empecé.

—Supongo que tienes razón. No soy yo quien pone las reglas. Pero me gustaría saber a qué estamos jugando exactamente.

Abrió la puerta y caminó rápidamente hacia su coche, dejándome boquiabierta y sin saber qué decir. Aún lo amaba. Pero no estaba segura de que mi amor por él pudiera sostener una relación.

Su amor por mí no le había impedido traicionarme.

Cerré la puerta y me quedé pensando en lo que me tendría deparado el futuro.
Porque, por mucho que aún quisiera a Bill, hablaba en serio al decir que podía enamorarme de Tom. Un hombre con quien había conectado de un modo que nunca hubiese creído posible.




Ahí está el capitulo para las que aun me leen! gracias por los comentarios, ya no le queda mucho, estoy pensando en terminarla antes de lo previsto, bueno nos leemos pronto! Os quiero cuídense!!