Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

sábado, 30 de junio de 2012

Capitulo 11


El día anterior había ido a verlo al trabajo y no estaba allí, y cuando más tarde me habló de la denuncia a la que se enfrentaba me olvidé de preguntarle todo lo que quería saber. Qué había hecho exactamente con esa mujer. Cómo la había tocado. Cómo lo había tocado ella. Si se habían acostado en nuestra cama…

Y lo más importante… Hasta qué punto se habían implicado emocionalmente.
No quería volver al trabajo de Bill, pero tenía que hacerlo. Necesitaba oír las respuestas de sus labios, mirándolo a los ojos para saber si me estaba mintiendo. Y no podría enfrentarme a la terrible verdad si lo veía en casa.

Cuando Bill me vio en el vestíbulo del hotel se le iluminó la cara como tantas veces a lo largo de nuestra relación. Su sonrisa me rompió el corazón, porque en ese momento supe que nada volvería a ser igual entre nosotros. Aunque volviéramos a ser una pareja feliz, la sombra de su traición siempre se cernería sobre nuestro futuro.

No sabía si alguna vez podría perdonarlo, pero la sonrisa de Bill también me hizo ver que no me resultaría fácil cortar los lazos con el pasado si decidía separarme de él.
Bill rodeó el mostrador y se acercó a mí. Por el brillo de sus ojos parecía convencido de que había ido a verlo por un buen motivo, lo cual me irritó. ¿Cómo podía serme infiel y luego esperar que lo perdonara tan fácilmente?

—Hola, (Tu) —me saludó, poniéndome una mano en el brazo.

Toda clase de emociones bullían en mi interior. Tristeza, ira, amor, odio…

—Dime qué hiciste con ella —le ordené.

—¿Qué?

—Te referiste a ello como un «problema». Pero no fue un problema. ¡Tuviste una aventura!

Bill miró a su alrededor, temeroso de que la gente del vestíbulo me oyera.
Pero a mí me daba igual.

—Dime lo que hiciste —repetí. La cabeza me palpitaba dolorosamente y cerré los ojos un momento—. Dime lo que hiciste con esa mujer.

Bill me llevo hacia el rincón más alejado del mostrador.

—No quería saber los detalles —seguí—. Pero ahora necesito saberlos. Tienes que contármelo.

—Lo que pasó con ella fue sólo sexo —susurró Bill, mirando otra vez alrededor.

—¿Qué clase de sexo?

—No entiendo por qué quieres saberlo.

—¿Te chupó la polla? ¿Le comiste el coño? ¿Te la follaste en la cama, en la hierba, en el asiento trasero de un coche…? —estaba tan furiosa que no podía hablar en voz baja.

Bill me agarró del brazo y me llevó hacia los aseos de minusválidos.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —me preguntó en cuanto cerró la puerta.

—¿No decías que aún me quieres? ¡Pues más te vale responder a mis preguntas!

—No puedes venir al hotel y montar una escena —dijo, pasándose una mano por el pelo.

Lo empujé con tanta fuerza que lo lancé contra la pared de azulejos. Me miró con los ojos muy abiertos, sorprendido, o tal vez asustado.

—Que te jodan —espeté mientras me dirigía hacia la puerta—. Te odio, ¿me has oído? ¡Te odio!

—No te vayas, (Tu). Por favor.

La desesperación que se apreciaba en su voz hizo que me detuviera antes de abrir la puerta. Cerré los ojos y suspiré, sin saber qué hacer.

—¿Quieres saberlo? —Dijo Bill—. Muy bien, te lo diré. Pero no sé de qué servirá.

Me volví hacia él.

—Puede que no sirva de nada y que sólo consiga sentirme peor. Pero necesito saber lo que ocurrió exactamente entre vosotros. De lo contrario no podré seguir adelante.

 Esperé a que dijera algo. Su pecho oscilaba con cada respiración y parecía sentirse dolido, como si aquello fuera difícil para él. Pero para mí lo era mucho más.

—Pregúntame lo que quieras saber —dijo finalmente.

—¿Cómo se llama?

Tardó un momento en contestar.

—Isabel.

Isabel… Me encogí de dolor por dentro.

—Seguro que es muy guapa.

Bill no dijo nada.

—¿Lo es?

—Sí, es muy guapa. Pero eso no significa nada.

—¿Quién sedujo a quién? —Bill ya me había dicho que fue ella la que empezó, pero quería comprobar si me decía lo mismo o si cambiaba la versión.

—Ella a mí.

—Y claro, ante una mujer como ella no pudiste resistirte.

—No fue exactamente así.

—¿Qué hicisteis? ¿Te comió la polla?

No respondió.

—¡Respóndeme, maldito hijo de puta! —le grité, pero ya estaba sintiendo náuseas al imaginarme los carnosos labios de ella alrededor del pene de mi marido.

La hermosa Isabel tendría unos labios carnosos, sin duda.

—Sí, lo hizo. Por Dios, (tu)…

—Y tú se lo comiste a ella.

Bill gimió de frustración y se pasó una mano por la cara.

Los ojos se me llenaron de lágrimas y no pude reprimir un sollozo. Mi intención había sido refugiarme en la cólera para soportar el relato de Bill, pero descubrir que mi marido había hecho con otra mujer cosas que no hacía conmigo era un trauma demasiado grande.

—(tu), por favor —me agarró la mano, pero me zafé con fuerza. Quería escupirle todos los insultos que se me ocurrieran, pero lo único que pude articular fue una pregunta casi inaudible.

—¿Por qué lo hiciste?

—Porque fui un estúpido… ¡No lo sé, maldita sea!

—Sí, sí lo sabes —la ira volvió a dominarme—. Sabes muy bien por qué le comiste el coño a otra mujer y no a mí —Bill siempre había manifestado que no le gustaba mucho el sexo oral, ni darlo ni recibirlo, y yo no lo había presionado porque lo que hacíamos, aunque rutinario, era igualmente satisfactorio para ambos.

O al menos eso había creído.

—¿A qué sabía?

Bill abrió los ojos como platos.

—Vamos, (tu). Ya sabes que la jodí.

Le lancé una mirada asesina.

—Sobre todo a ella.

—Vale, no quería decir esa palabra. Lo que importa es que no la deseo. Sólo te quiero a ti.

—¿Te gustó su coño?

Mi implacable interrogatorio lo tenía absolutamente desconcertado.

—¿Era bonito? ¿Era la clase de coño que pedía tus dedos a gritos y te decía «cómeme»?

—¿Qué te ha pasado, (tu)? ¿Desde cuándo hablas así?

—¿Qué pasa? ¿No puedo hablar así porque soy tu mujer? ¿Por eso querías que nuestro sexo fuera tan simple? ¿Eres de esos tíos que se reservan el do de pecho para sus amantes?

La ira me abrasaba las venas y todo el cuerpo me temblaba. Esperé la respuesta de Bill, pero él permaneció callado.

—Has dicho que te sedujo ella a ti, pero tú te morías de ganas por desnudarla, ¿verdad? Te encantó follártela, ¿verdad? —mi voz se iba elevando a medida que lo increpaba—. Te encantó sentir tu polla dentro de ella, ¿verdad? ¿Verdad?

—¡Sí! —La confesión pareció brotar de sus labios en contra de su voluntad, porque enseguida bajó la mirada al suelo—. Fue solamente sexo, (tu). Me gustó, de acuerdo, pero como ya te he dicho…

—Muy bien, pues ya puedes ir a follártela. Así al menos no te denunciará —lo decía completamente en serio. Estaba tan asqueada con Bill que no soportaba seguir viéndolo.

Cuando me disponía a darme la vuelta, sin embargo, me agarró de los hombros y tiró de mí hacia él.

—No quiero estar con ella. Puede que no me creas, pero lo que hice me sirvió para darme cuenta de que tú eres la única mujer a la que deseo. Se puede tener sexo con cualquiera, pero sólo se puede hacer el amor con la persona a la que se ama. Y esa persona eres tú, (tu). Solamente tú.

—Claro.

—Te estoy hablando en serio.

Impulsada por la rabia, agarré la mano de Bill y me la coloqué sobre los pechos.

—¿Todavía me deseas?

—Por supuesto.

Le apreté la mano sobre mi carne, pero sin saber qué hacía realmente. Había perdido el control de mis actos.

—¿Todavía te gusta tocarme?

—Pues claro —la respiración de Bill había cambiado, más intensa.

Me levanté la falda con la mano libre y llevé la mano de Bill a mi sexo.

—¿Quieres hacerme el amor ahora, Bill?

Su gemido demostró que se estaba excitando. Estupendo. Tenía a Bill donde yo quería.

—Sí —su voz estaba cargada de deseo y excitación—. Oh, (Tu)…

Dejé que me besara en el cuello y que metiera los dedos en mis bragas para tocarme. En cierto modo yo también estaba excitada, por mucho que una parte de mí odiara a Bill. Otra parte de mí deseaba que me desnudara y me follara salvajemente, no sólo para demostrarme que aún me quería, sino para hacerme sentir tan deseable como esa Isabel.

Pero no podía hacer nada con él sabiendo que había tocado y besado a otra mujer en sus partes más íntimas. No en esos momentos. Y tal vez nunca.

Lo besé en la mejilla y le susurré al oído.

—¿Así es como tocaste a Isabel?

Los dedos de Bill se detuvieron.

—¿Qué pasa, cariño? —le pregunté con una voz exageradamente melosa.

Retrocedió con la mandíbula apretaba y yo sonreí al ver su turbación. Pero no estaba satisfecha, ni muchísimo menos.

—¿Cuántas veces te acostaste con ella? ¿Una? ¿Dos? —Busqué la respuesta en sus ojos—. ¿Veinte? ¿Cincuenta?

Bill apartó la mirada, en silencio, y a mí se me terminó de caer el alma a los pies.

—Oh, Dios mío… No fue una simple aventura. Tenías una relación con ella….

Él me había dicho que Isabel quería que me dejara por ella. Yo había creído, o había querido creer, que se estaba engañando a sí misma al pensar que Bill pudiera quererla. Pero tal vez era yo la que me estaba engañando al creer que la atracción de Bill fuera solamente sexual.

—No me extraña que quiera denunciarte. ¿Ibas a dejarme por ella?

—¡No! Claro que no.

La cabeza me daba vueltas. Me aparté del cerdo de mi esposo y respiré hondo para sofocar las náuseas.

—¿Está aquí ahora? No la conozco, así que debe de ser nueva en el hotel. ¿Dónde trabaja? ¿En recepción? — Bill no respondió y me moví hacia la puerta—. Supongo que tendré que averiguarlo por mi cuenta.

Él me agarró con fuerza.

—No la busques.

—¿Por qué no? ¿Quieres protegerla de mí, de tu propia esposa?

—No es por eso.

—Dime la verdad, Bill —por más que intentaba serenarme, sentía cómo iba perdiendo el control poco a poco—. ¿Ibas a abandonarme por ella?

Al no recibir una respuesta inmediata acabé por perder el control de mis emociones y me eché a llorar. Ni siquiera tuve la fuerza para empujar a Bill cuando me rodeó con sus brazos.

—No iba a dejarte —insistió él—. Nunca podría hacerlo. Pero es lo que ella quería.

—Qué suerte la suya, que al final pueda quedarse contigo —conseguí balbucear entre sollozos.

Bill me besó en la cabeza.

—No quiero estar con ella.

Dejé pasar varios segundos, hasta que mis sollozos se convirtieron en gemidos. —Pero ¿y si soy yo la que ya no quiere estar contigo? ¿Y si nunca puedo perdonarte lo que has hecho?
Bill suspiró débilmente y echó hacia atrás la cabeza para mirarme.

 —Llevamos juntos mucho tiempo, (tu). Y sí, tal vez empecé a aburrirme de la rutina. O quizá sentí curiosidad. Ya sé que no es una excusa y que nada de lo que diga hará esto más fácil. 
 Pero lo siento, Fui débil y estúpido —hizo una pausa—. Pero, como ya te dije, esta… aventura ha hecho que me dé cuenta de lo mucho que te quiero y necesito.

—Lo dices como si nos hubieras hecho un favor —murmuré entre dientes, enfureciéndome otra vez. Estaba atrapada en un torbellino emocional y lo único que deseaba era escapar de aquella locura.

—No, no estoy diciendo eso. Escucha, ya sé que no te será fácil perdonarme, y por eso te sugerí que tú también tuvieras una aventura.
No dije nada.

—Puede que a muchos les pareciera que me he vuelto loco por sugerir tal cosa —siguió él—, pero lo he pensado con calma y he llegado a la conclusión de que si vamos a seguir juntos ninguno de los dos debería tener nada que recriminarle al otro. No digo que me guste la idea de que te acuestes con otro hombre, pero si es eso lo que hace falta para salvar nuestro matrimonio que así sea. Me lo tengo merecido. Un amigo me dijo que su mujer también lo hizo después de que él la engañara y que gracias a eso pudieron superarlo.

—¿Eso te dijo?

—Sí.

—¿Quién?

—Gustav.

—Gustav —repetí con asco. ¿Es que ya no quedaban hombres fieles en el mundo?

—Dijo que salvó su matrimonio.

—¿Y si yo te dijera que ya he conocido a alguien? —le pregunté en tono desafiante.
Bill me miró con ojos entornados.

—¿Cuándo?

—Eso no importa.

—Bueno —tragó saliva—. Me reafirmo en lo que he dicho. Haz lo que tengas que hacer… y luego vuelve conmigo.

 Tan simple como eso. Sólo tenía que acostarme con otro y todos nuestros problemas se resolverían por arte de magia.

—¿Y si te digo que no sólo he conocido a alguien… sino que estoy empezando a enamorarme de él?

Un destello de celos apareció en los ojos de Bill.

—¿Es eso cierto?

—Tú no pones las reglas, Bill. Ten cuidado con lo que desees… Porque podrías conseguirlo.

Salí del aseo de minusválidos sin mirar atrás, dejando a Bill con la duda de si se lo había dicho en serio o sólo lo estaba provocando.

Que probara un poco de su propia medicina.



Hola chicas, espero se encuentren bien, aca de nuevo yo con un nuevo cap que espero disfruten y les guste tanto como disfrute escribiendolo, gracias por los comentarios,y espero sigan leyendo y comentando, nos leemos pronto! os quiero!

sábado, 23 de junio de 2012

Capitulo 10


Tom vivía en un complejo residencial de Orange Blossom Trail, en la carretera de Florida Mall. Como casi todas las construcciones en la costa de Florida, sólo constaba de tres plantas, con cuatro o seis apartamentos por edificio. 

Aunque estaba oscuro pude apreciar que el complejo era bonito y que estaba bien cuidado, con muchos arbustos y flores y grandes extensiones de césped. Los edificios eran de color melocotón con tablillas rojas, aunque eso ya lo apreciaría mejor a la mañana siguiente.

Tom aparcó frente al edificio número nueve, apagó el motor y me miró.

—¿Tienes condones? —me sorprendí a mí misma preguntándole.

Una sonrisa apareció en su rostro.

—Sí.

—Tendría que habértelo preguntado antes, lo siento… —no acabé la frase, pues ya no tenía sentido. Aún seguía mareada por todo el alcohol consumido, y desde ese momento en adelante tendría que concentrarme en otra cosa que no fuera hablar.

Tom me abrió la puerta del coche y me ofreció caballerosamente el brazo para salir. Me hizo pensar en Bill y en que ya no tenía esos detalles conmigo.

También me gustó que me llevara de la mano hacia la puerta. El edificio tenía dos niveles y Tom vivía en el segundo, en la primera puerta a la izquierda. Me soltó para abrir y algo me hizo mirar por encima del hombro.

No vi a nadie.

¿Acaso temía que algún conocido de Bill me viera entrando en la casa de otro hombre? No necesitaba el permiso de mi esposo para acostarme con quien me diera la gana.

Todos los pensamientos volaron de mi cabeza en cuanto Tom me envolvió en sus brazos y me hizo entrar en su casa. Cerró la puerta con el pie y me besó en los labios.

Mi primera reacción fue de sorpresa, pero un momento después ya me estaba derritiendo contra él. Tom no mostraba la menor timidez ni inseguridad a la hora de introducir su lengua en mi boca y besarme con una pasión incontenible. El calor se propagó por mi cuerpo y mi sexo empezó a palpitar furiosamente.

Tom interrumpió el beso y dio un paso atrás. El aire enfrió ligeramente el ardor de mis labios 
 humedecidos.

—¿Te apetece una copa?

—No, gracias —ya había bebido bastante por aquella noche.

—¿Te importa si yo tomo una?

—No, Claro que no.

Tom fue a la cocina y yo aproveché para observar los cuadros abstractos que colgaban de la pared. No era la típica vivienda de un soltero. Todo estaba impecable y decorado con estilo. Las paredes eran blancas y contrastaban elegantemente con el sofá y los sillones de color beige. La alfombra era de color crema y no se apreciaba ni una sola mancha.

—Tienes una casa muy bonita —comenté en voz baja, aunque sabía que no podía oírme.

Cuando lo vi saliendo de la cocina con una Coors Light en la mano el estómago me palpitó con fuerza. Era realmente atractivo. Más que atractivo.

Se llevó la botella a los labios y por alguna razón me sorprendí imaginando cómo sería sentir esa lengua en mi sexo empapado.

La idea me puso aún más nerviosa y me senté en el sofá. Él se acomodó a mi lado y tomó otro trago de cerveza. Antes incluso de apartar la botella de su boca, me agarró por la nuca y tiró de mí para volver a besarme.

Fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Mis labios se abrieron con un gemido y Tom me capturó la punta de la lengua con los dientes. Todo mi cuerpo volvía a renacer de deseo, como hacía mucho que no me sentía.

Entrelacé los dedos en sus cabellos y tiré con suavidad, pero él volvió a interrumpir el beso y yo gemí con frustración, preguntándome si había creído erróneamente que le estaba pidiendo que se detuviera.

Apartó su rostro del mío y alargó el brazo para dejar la botella en la mesa, antes de volver a besarme y acariciarme la cara y el cuello como si fuese una obra de arte.
Nunca me había sentido tan hermosa.

—¿Cómo quieres que te dé placer? —me preguntó con voz ronca.

—Ya me lo estás dando. Tom colocó una mano entre mis pechos y yo contuve la respiración, preguntándome si tiraría hacia abajo de la camiseta… y deseando que lo hiciera.

—¿Qué es lo que más te gusta?

Su mano descendió hasta mi vientre, donde apartó la camiseta y me acarició rítmicamente la piel desnuda, mucho más clara que sus dedos.

—Quiero darte placer de todas las formas posibles, bella.
Llevaba mucho tiempo apartada de citas y seducciones, pero no creía que Tom fuese el típico hombre que pensaba ante todo en su satisfacción personal y luego en el placer de su amante. Y sus últimas palabras acababan de demostrármelo.

—¿Qué cosas no te hacía tu marido que te gustaría probar conmigo?

Se me formó un nudo en el estómago.

—No, por favor. No hables de él. No quiero pensar en mi ex.

Tom no dijo nada y se limitó a bajar las manos y posarlas en mi falda.

—Estás nerviosa.

—Sí.

—Hace mucho que no estás con otro hombre.

—Quiero hacerlo contigo.

Llevó la mano hasta la parte alta de mis muslos.

—Por la forma en que juntas las piernas parece gustarte que alguien juegue con tu sexo…
Gemí sin poder evitarlo.

—Así que tengo razón —bajó aún más la mano mientras se valía de la parte superior de su cuerpo para echarme hacia atrás en el sofá—. ¿Por qué me parece que tu sexo se muere por recibir atención?

—¿Por qué lo dices? —pregunté. Era como si me estuviese leyendo la mente.

—No separas las piernas para mí, y sin embargo en tus ojos arde el deseo —me puso una mano en el vientre—. Lo siento en tu respiración.

Miré la mano posada sobre mi camiseta roja y advertí lo rápidamente que subía y bajaba. Tom tenía razón.

Y yo tenía razón acerca de él. No era un hombre como los demás.

—Relaja las piernas, bella.

Así lo hice, y él las separó y subió con una mano por el muslo, muy lentamente, como si se deleitara con cada palmo de mi piel. Cuando llegó a mi sexo gimió de placer y empezó a acariciarme el clítoris a través de las bragas.

—¿Te gusta?

Solté una temblorosa espiración.

—Sí…

Siguió frotándome hasta hacerme jadear, y entonces me apartó las bragas para tocarme sin obstáculos por medio. Una descarga de deseo sexual me hizo cerrar los ojos y apretar con fuerza los párpados.

—Sí —murmuró él. Eso es…

Mis gemidos se hicieron más fuertes y el cuerpo se me empezó a tensar. Tom dejó de acariciarme, como si quisiera impedir que me corriera, pero no separó los dedos de mi sexo.

—¿Sabes lo que más me gusta del clítoris de una mujer? —volvió a mover los dedos, haciéndome estremecer—. Me encanta cómo se pone erecto, igual que un pene. Y cómo se estremece cuando la mujer se excita. Como está tu clítoris ahora, duro y palpitante —pegó la nariz a mi cuello y aspiró profundamente—. Dime qué quieres que te haga.

Lo agarré por la camisa.

—Fóllame.

—Creo que quieres otra cosa —deslizó un dedo en mi vagina y solté un apasionado gemido—. ¿Mis dedos? ¿Mi lengua? Dímelo…

—Fóllame, por favor.

—No hay ninguna prisa. Tenemos toda la noche —las caricias de sus dedos cobraron velocidad, dejándome sin aliento.

—Quiero que me folles ahora. Lo necesito…

—Lo necesitas —repitió él—. ¿Al sexo o a mí? Lo miré a los ojos sin entender la pregunta.

—A ti —respondí, y apreté las caderas contra su mano para que no hubiese ninguna duda. Él volvió a tocarme el clítoris y yo cerré los ojos de nuevo.

—Sí, sí, sí —exclamé entre jadeos—. Eso es… Hazme olvidar… Los dedos de Tom volvieron a detenerse.

—¿Qué has dicho? Una vez más abrí los ojos. Cada vez me costaba más respirar.

—¿Qué?

—Has dicho que te haga olvidar. ¿Olvidar qué? ¿A tu marido, tal vez? ¿Había dicho eso sin darme cuenta? —Quiero que me desees a mí —enfatizó él.

—Te deseo —insistí. Levanté la cabeza y lo besé en la mandíbula—. Te deseo a ti. Tom no pareció muy convencido y se apartó.

—Lo que deseas es olvidar el daño que te ha hecho tu marido… Y creo que cualquier hombre te serviría para ello.

—¿Qué? ¡No! Eso no es cierto —le eché los brazos al cuello—. Supe que tenías que ser tú en cuanto te vi. Estoy aquí porque te deseo. A ti y a nadie más.

Tom me puso las manos en los brazos, pero no para acariciarme. —Me gustas, (tu). Y no quiero que mañana por la mañana pienses en mí como un error. Le tomé el rostro entre las manos.

—¿Por qué dices eso? No pensaré eso de ti. Tom giró la cabeza y me besó en una de las palmas.

—Ya sabes dónde vivo.

El corazón se me aceleró.

—¿Vas a echarme?

—Si mañana cuando te despiertes me sigues deseando, puedes volver.

Gemí con impotencia y decepción. Todo el cuerpo me temblaba de deseo carnal.

—No me hagas esto, por favor.

Tom volvió a besarme en la palma y en la muñeca.

—Ya… —otro beso— sabes… —otro beso— dónde… —otro beso— vivo —por último, se acercó a mi boca y me besó con ternura en los labios—. Si me deseas.

—Por favor…

Me hizo callar con un beso voraz y apasionado, dejando muy claro que no quería que la noche acabase tan pronto. Pero al poco rato se separó y fue hacia el teléfono.

—¿Qué haces?

—Pedirte un taxi. Te pagaré la carrera, naturalmente.

—No, por favor. Puedes llevarme a casa, si quieres.

—Si te llevo, querré hacer de todo contigo. Y no quiero hacer nada hasta que estés preparada —marcó un número—. Además, así no sabré dónde vives, por lo que la decisión de volver a verme será sólo tuya.

Pidió que enviaran un taxi a su dirección y volvió a sentarse junto a mí. Me agarró de las manos y me besó en la mejilla.

—¿Tu marido te engañó? —me preguntó amablemente.

Asentí.

—Es un idiota —dijo.

Lo único que pude hacer fue asentir de nuevo.

—¿Puedo usar tu cuarto de baño?

Él asintió y me indicó una puerta detrás del sofá.

Al mirarme en el espejo fruncí el ceño con disgusto. Tenía los ojos enrojecidos y semicerrados, como una persona que había bebido demasiado.

No era extraño que Tom no quisiera acostarse conmigo. Tal vez pensara que sólo quería vengarme de mi esposo, o tal vez intuía que no estaba lo bastante sobria para hacerlo, pero en cualquier caso era un caballero.

Cuando salí del baño vi que estaba en la puerta y que el taxista ya había llegado.
Quise decirle que lo despidiera y asegurarle que quería pasar la noche con él, pero no lo hice. 
Si Tom no quería que me quedara, yo no iba a suplicarle.

—Ya le he pagado el trayecto —dijo. Obviamente se estaba cerciorando de que el taxista no me cobrara dos veces.

Asentí y salí al rellano, pero dudé un momento en la puerta mientras el taxista bajaba la escalera.

—Eres un hombre muy extraño —le dije a Tom —. Primero me vuelves loca de excitación y luego me hechas a la calle…

Volvió a besarme y me empujó suavemente.

—Ya sabes dónde vivo.

Y sin decir más, me lanzó un beso y cerró la puerta.




—¿Qué quieres decir con que «no pasó nada»? — exclamó Maria al otro lado del teléfono, tan alto que tuve que retirarme el auricular de la oreja.

—Nada exactamente no —corregí—. Llegamos a la primera base, pero ahí quedé eliminada.

—No lo entiendo.

—Te aseguro que más perpleja que yo no hay nadie —le dije, sentada con las piernas cruzadas en el sofá, todavía en pijama, con una taza de café solo en la mesita. Tokio estaba en su cajón junto a la puerta del patio, al sol de la mañana.

—¿Cómo es posible, después de que no pudieran dejar de tocarse en la pista de baile?
Tomé un sorbo de café antes de responder. Era mi tercera taza y además me había tomado un par de analgésicos, pero hacía mucho tiempo que no sufría una resaca semejante.

—Supongo que dije algo equivocado.

—¿Qué dijiste, si se puede saber?

—Estaba bebida y le dije que me hiciera olvidar. Tom lo interpretó como que no estaba interesada en él… Que sólo quería utilizarlo para escapar de mis problemas.

—¿Qué hombre en su sano juicio rechazaría una noche de sexo? —pregunto Maria con asombro e indignación.

—Eso es lo que llevo pensando toda la noche. Pero de lo que estoy segura es que no se parece en nada a ningún hombre que haya conocido antes.

—Qué me vas a contar...

—La verdad es que no puedo culparlo. Me sorprende que me llevara a su casa estando tan borracha. Por cierto, recuérdame que nunca más vuelva a beber tanto.

—Bueno, ya encontrarás a alguien más. Hay muchos hombres esperando, no te preocupes.

—No —hice un gesto de rechazo con la mano, aunque Maria no podía verlo—. Voy a olvidarme de todo esto.

—¿Por qué?

—Porque tal vez Tom tenía razón y aún no estoy preparada para tener una aventura. No puedo acostarme con cualquiera sólo porque Bill me haya engañado.

—Eso es precisamente lo que deberías hacer — replicó Maria como si fuera una autoridad en la materia.

—Con todos mis respetos, Maria, se trata de mi vida, no de ti y de Keith.

—Uf.

Enseguida me arrepentí de lo que había dicho, aunque sabía que la opinión de Maria estaba influida por su mala experiencia. Le había perdonado a su novio una infidelidad tras otra, había hecho todo lo posible por salvar su relación, y al final sólo había conseguido que él la abandonara. —No quería decir eso, Maria —dije en tono más suave—. Sé que te preocupas por mí, y tal vez tengas razón en lo que dices. Pero… tengo que a averiguar por mí misma lo que debo hacer.

En el fondo no me sentía tan frustrada como le había hecho creer a Maria, porque, aunque no llegara a comprender a Tom, respetaba su decisión de mandarme a casa. El noventa y nueve por ciento de los hombres se habrían acostado conmigo, sin importarles cómo me sintiera.

—Te entiendo —dijo Maria—. Y no te estoy diciendo lo que tienes que hacer.

—Ya lo sé —tomé otro sorbo y guardé un breve silencio—. He perdido mi brazalete, ¿sabes? Recuerdo que lo llevaba en el coche de Tom, así que se me debió de caer en su casa mientras nos besábamos en el sofá. ¿Crees que debería ir a buscarlo?

—¿El brazalete de platino y esmeraldas que Bill te regaló en vuestro primer aniversario?

—El mismo.

—No sé, chica, puede que tu matrimonio se haya roto, pero…

—Ya —la interrumpí—. Tengo que recuperarlo. Me encanta ese brazalete, aunque fuera un regalo de Bill. Y además es muy caro.

—Puede que aún tengas una posibilidad con Tom —sugirió Maria en tono esperanzado—. A lo mejor te dejaste el brazalete en su casa a propósito, aunque no te dieras cuenta.

No tuve tiempo de responderle, porque un pitido en el teléfono indicó que tenía una llamada por la otra línea.

—Tengo otra llamada, Maria. Luego te llamo.

—Muy bien. Hasta luego.

Apreté el botón parpadeante para pasar a la otra línea.

—¿Diga?

Al principio nadie respondió.

—(Tu).

Una dolorosa punzada me atravesó el estómago al oír  esa voz.

—Bill —tragué saliva y temí que fuera a ser así para siempre, dolor en vez de emoción—. ¿Qué quieres?

—Te echo de menos.

El estómago se me encogió.

—No… no puedo hacer esto. Es…

—Ya sé que necesitas más tiempo —se apresuró a decirme—. Sólo quería oír tu voz (Tu)...

Mi nombre sonaba agridulce en sus labios. No debería ser así.

—También quería que supieras que voy a intentar que lo nuestro funcione.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunté, y enseguida deseé no haberlo hecho. No quería tener aquella conversación en esos momentos.

—Estoy pensando en varios opciones para solucionar el problema.

El estómago se me volvió a revolver.

—No… no puedo hablar de esto ahora.

—Está bien.

—No, no está bien, Bill. Lo echaste todo a perder.

—Lo sé, y voy a…

Colgué sin darle tiempo a terminar.

Agarré la taza de café con manos temblorosas y bebí tan rápido que me atraganté.

—Maldito seas, Bill.

Las náuseas dejaron paso a la furia mientras pensaba en sus palabras. «El problema», había dicho. Ni siquiera había mencionado el nombre de la otra mujer.
Decía que quería salvar nuestro matrimonio, pero eso era imposible a menos que fuera sincero conmigo.

Me levanté y fui al cuarto de baño para meterme en la ducha. Aguanté la respiración bajo el chorro de agua caliente hasta que los pulmones me empezaron a arder. No quería llorar, pero no podía evitarlo. Tom tenía razón al decir que necesitaba una distracción, porque cada vez que pensaba en Bill me sumía en la desesperación más profunda.

«Piensa en Tom ».

Intenté evocar la sonrisa de Tom y el deseo que ardía en sus ojos oscuros. Vertí un poco de gel en mis manos y empecé a enjabonarme los pechos. Eran bonitos, grandes y turgentes, y los pezones se me endurecieron al tacto. Llevé las manos hacia abajo y las detuve sobre mi vientre, plano y firme. Un gemido de tristeza se me escapó de la garganta. Pocos meses antes Bill y yo habíamos decidido tener un hijo… y él se había acostado con otra.

¿Se habría duchado con ella? ¿Le habría pellizcado los pezones? ¿La habría masturbado con sus manos enjabonadas hasta llevarla al orgasmo?

Descargué el puño contra los azulejos de la ducha. Las imágenes de lo que Bill y su amante sin rostro podían haber hecho me estaban volviendo loca.

Había soñado con ellos y de nuevo volvían a acosarme. Nunca podría superarlo a menos que tuviera respuestas. 


 
Chicas!! Espero estén bien! antes de decir nada más! MIL DISCULPAS por la tardanza! de verdad quería subir capi antes pero la uni me tenia sumamente ocupada, ahora es que eh salido de algunas evaluaciones y pues tuve el chance de subir, Muchas gracias por sus comentarios, el capi esta un poquitin largo (creo ...? ) espero lo disfruten tanto como yo escribiéndolo,  ahora si prometo tratar de subir más a menudo! de nuevo muchas gracias y, Os quiero mucho! Nos leemos pronto.