Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

sábado, 28 de abril de 2012

Capitulo 6



Esperé a acabar de comer y lavar los platos antes de levantar el auricular y pulsar el código del contestador. El corazón se me encogió al escuchar la voz de Bill.

—(tu), soy yo. Sólo quería saber si estás bien. Llámame, por favor.

Borré el mensaje y colgué. La comida que acababa de ingerir se me revolvió en el estómago. ¿Acaso creía Bill que estaría lista para perdonarlo después de pasarme una noche llorando?

—No pienses en él —me dije a mí misma. De ninguna manera iba a devolverle la llamada.

Sin ser muy consciente de lo que hacía, entré en la habitación donde guardaba el caballete y los útiles de pintura. Era un pasatiempo que siempre me relajaba, pero que no practicaba desde hacía meses. Cada vez que me disponía a pintar algo,

Bill se quejaba del olor a óleo y me hacía desistir. Era la única razón por la que había dejado de interesarme la pintura… No porque no me gustara, sino porque no quería molestar a mi marido.

Pero Bill ya no estaba allí.

Me puse manos a la obra, y dos horas después había pintado un cuadro abstracto con enérgicas pinceladas de rojo y negro en el centro y bordes más apagados de tonos amarillos, pardos y anaranjados. Había usado una gran hoja de papel en vez de un lienzo, pero contemplé la pintura con una sonrisa de satisfacción, como si hubiera creado una obra maestra.

A pesar de que el papel estaba húmedo, lo llevé al salón y lo coloqué sobre la gran foto de boda que colgaba de la pared. Acto seguido, recogí todas las fotos enmarcadas que había de Bill y de mí y las guardé en un cajón.

Por desgracia, no era tan sencillo borrar el recuerdo de lo que había hecho.Alguien me estaba acariciando las pantorrillas.Abrí los ojos y me di la vuelta. La habitación estaba a oscuras y distinguí su forma a los pies de la cama. Pero aunque no podía verle el rostro, su tacto era tan familiar que no intenté apartarme. 

El colchón crujió bajo su peso. Subió las manos lentamente por mis piernas, provocándome una descarga eléctrica con las puntas de los dedos. Al roce añadió sus labios. Los apretó a la rodilla y siguió ascendiendo por el muslo. 

Las sensaciones que me invadían eran tan deliciosas que no se me ocurrió protestar.
Su boca y sus dedos llegaron al final de mis muslos. Me agarró las caderas y hundió la cara entre las piernas para empezar a lamerme. 

Aferré la colcha en mis puños y me arqueé hacia arriba. Un grito de placer subía por mi garganta, pero de repente dejé de sentir su boca y sus manos.

¿Se había marchado?

No, aún seguía allí. Y los sonidos de sus lametadas aún rompían el silencio de la habitación.
No sólo se oía su boca… También los gemidos de una mujer.

Y entonces los vi. Bill  y otra mujer, pegados a mí en la cama. Los pechos de la mujer se agitaban frenéticamente, su boca formaba una mueca de intenso placer y tenía las piernas sobre los hombros de Bill mientras él sorbía y chupaba de su sexo.

Le miré los pies y a pesar de la oscuridad vi el esmalte rojo de sus uñas. Le recorrí el cuerpo con la mirada, desde los pies arqueados hasta el contoneo de las caderas, el meneo de los pechos y la perfecta «O» que formaban sus labios.

La mujer abrió los ojos y me sonrió. Di un respingo en la cama y solté un grito, pero ella ya había desaparecido junto con Bill  y yo volvía a estar sola en la cama, a oscuras y con el corazón desbocado. Lo único que se oía en la habitación era mi respiración irregular. Me llevé la mano a la garganta, reseca. Tenía la piel ardiendo y estaba excitada.

Había estado soñando.

Me volví a tumbar e intenté calmar los acelerados latidos de mi corazón, pero el sueño había sido tan lúcido que no conseguía volver a dormirme. Las imágenes me acosaban sin piedad. Bill  dándole placer oral a otra mujer... Aunque sólo había sido un sueño, me volví loca preguntándome qué cosas le había hecho Bill  a su amante. Cómo la había tocado. Dónde la había besado. Qué sonidos había hecho ella al correrse. Qué sonidos había hecho él…
¿Habría sentido más placer con ella que conmigo? 

Tenía que saberlo. 

Tendida en la cama, me di cuenta de que me esperaban muchas noches como ésa. Las visiones de Bill  y de la otra mujer me torturarían sin tregua, como si lo estuviera presenciando en persona. Imaginarlo sería mucho peor que saber la verdad.

A la mañana siguiente me levanté muy temprano, me duché y me vestí rápidamente y fui en coche al hotel Pelican. 

Bill  no estaba allí. 

—¿Cómo que no está? —le pregunté a Seth, su asistente.

—Está con los abogados —respondió él, extrañado de que yo no lo supiera.

—¿Con los abogados?

—Sí… —confirmó, visiblemente incómodo.

—¿Qué abogados?

Seth no respondió.

—¿Qué abogados? —repetí.

—Creía que ya lo… —se calló un momento—. Será mejor que hables de esto con Bill.

—¿Hablar con él de qué? —le pregunté con temor. Al final iba a haber un problema más grave que la aventura de mi esposo. Pero ¿por qué Bill no me lo había contado?

Seth levantó las manos como única respuesta y rodeó el mostrador de recepción para hablar con una joven recepcionista.

Era rubia, como la mujer de mi sueño.

Me giré rápidamente y me encontré con Kathryn, otra bonita recepcionista de rasgos orientales y afroamericanos. Fui incapaz de devolverle la sonrisa que me ofreció. ¿Se la había follado Bill? Volví a darme la vuelta y vi a otra hermosa mujer, ataviada con el uniforme de camarera. ¿Cómo era posible que se dedicara a limpiar hoteles con un aspecto tan despampanante?

¿Sería otra amante de Bill?

Las dudas me estaban desquiciando. Salí al exterior y me apoyé en una columna para tomar aire. ¿Abogados? ¿Qué estaba pasando allí? ¿Y por qué Bill no me había dicho nada?

Saqué el móvil del bolso y lo llamé. Debía de tener el móvil apagado, porque saltó directamente el buzón de voz.
—Bill —dije después de la señal—, estoy en el hotel. He venido a verte, pero me han dicho que estás con unos abogados… ¿Podrías decirme qué está pasando?

El asunto parecía serio y no podía evitar preocuparme por él, a pesar de su infidelidad. Dos horas más tarde me llamó al móvil. 

—Hola, (tu) —me tranquilicé un poco al oír su voz. No parecía especialmente intranquilo.

—¿Qué ocurre? —le pregunté sin más preámbulos.

—¿Dónde estás?

—En casa.

—Bien, ¿puedo ir a verte?

—¿Qué está ocurriendo?

—Te lo contaré todo cuando te vea, si te parece bien.

—De acuerdo —volví a preocuparme. El hecho de que Andrew no quisiera hablar por teléfono sólo podía significar que el asunto era muy grave—. ¿Vas a venir ahora?

—Sí.

Colgué y me pasé los veinte minutos siguientes sentada en el sofá, acariciando a el gato e intentando contener la angustia. Tokio saltó al suelo en cuanto se abrió la puerta y yo me levanté cuando Bill entró en el salón.

Tenía muy mal aspecto, cansado y con manchas oscuras bajo los ojos.

—¿Bill?

Él dejó las llaves en la mesita y me miró.

—Hola.

—¿Por qué estabas con unos abogados? —Fui directamente al grano, incapaz de alargar más el suspense—. ¿Es que alguien va a demandar al hotel?

—Siéntate, por favor.

Obedecí y él se sentó a mi lado. Olí los restos de su colonia y una parte de mí deseó tocarlo. Ansiaba sentir sus labios en los míos. Pero su tacto ya no sería el de siempre. Bill  había corrompido lo que teníamos al acostarse con otra.

—Quiero que sepas que la única razón por la que no te he hablado de esto es… —hizo una pausa y se retorció las manos—. Después de contarte lo de mi aventura, pensé que lo mejor sería esperar un poco.

El estómago se me encogió al oír la palabra «aventura», pero conseguí sofocar las náuseas y concentrarme en el problema legal al que se enfrentaba Bill. Sé que muchas mujeres estarían encantadas de que a sus maridos infieles los atropellara un autobús o les diagnosticaran un cáncer terminal. Pero al parecer yo no me contaba entre ellas.

—No hay otra manera de decirlo —siguió Bill—. Alguien ha amenazado con denunciarme.

—¿Denunciarte? ¡Oh, cielos! —le agarré las manos sin pensar. Fue un acto reflejo, pero él no intentó apartarlas—. ¿Por qué?

Bill dudó, bajó la mirada y levantó los ojos hacia mí.

—Por acoso sexual.

Al principio no entendí, o no quise entender lo que estaba diciendo. Pero cuando finalmente asimilé las palabras retiré las manos como si me las hubiera quemado.

Una cosa era que Bill se acostara con una mujer a la que hubiese conocido en un bar, pero que lo hiciera con alguien del trabajo…

—Cerdo —fue lo único que se me ocurrió decir.

—Está mintiendo, (tu). Fue ella la que vino a mí.
Me levanté muy despacio.

—Maldito cerdo. ¿De qué estamos hablando… de millones de dólares? ¿Vamos a perder nuestra casa porque no pudiste tener las manos quietas?

—No fue así —protestó él—. En todo caso, debería ser yo quien la denunciara por acoso.
Respondí con un bufido.

Bill también se puso en pie.

—Está mintiendo.

—¿Y qué más da? Lo que importa es que no sólo pones en peligro nuestro matrimonio sino todo lo que tenemos. ¡Y todo por follarte a otra!

Durante un largo rato ninguno de los dos habló. Lo único que se oía eran nuestras respiraciones y los maullidos del gato.

—Así que trabajas con ella… —dije finalmente.

Bill asintió.

—¿Cuánto dinero te pide?

—Cinco millones de dólares.

—¿Me tomas el pelo?

—Quería que yo te dejara y me fuese con ella —explicó él rápidamente—. Yo le dije que ni hablar y que sería mejor que se buscara otro trabajo… Y fue entonces cuando empezó a decir que la había acosado.

Sacudí la cabeza con asco.

—Vamos a perderlo todo.

—Todavía no me ha denunciado. Sólo ha amenazado con hacerlo.

—Si no me abandonas —dije yo. Era una afirmación, no una pregunta.

—Eso me temo —admitió él—. Tiene una mente retorcida y quién sabe de lo que es capaz.
Me aparté de él y me replanteé lo que sentiría si lo atropellase un autobús. Mi cabeza era un torbellino de dudas. Me acerqué a la ventana que daba al jardín trasero, donde dos años antes habíamos instalado un cenador y un jacuzzi que apenas usábamos. Teníamos todo lo que podríamos necesitar para pasar noches románticas y fines de semana de ensueño, y sin embargo habíamos dejado que la relación se marchitara.

—Tal vez… —dije, volviéndome hacia él—. Tal vez deberías irte con ella.

—¡No! —Exclamó Bill—. ¡Yo no la quiero!

—Así impedirás que pueda denunciarte.

Bill se acercó a mí y me puso las manos en los hombros. Yo no intenté moverme.

—Yo no la quiero —repitió—. Lo he jodido todo y he aprendido la lección de la forma más dura posible, pero voy a hacer esto bien.

No dije nada.

—Creo que sé cómo solucionarlo. Tengo buenos abogados.

Continué en silencio.

—Di algo, (tu). Por favor.

—¿Qué quieres de mí?

—Quiero que me perdones. Ya sé que no será hoy ni mañana, pero quiero saber si podremos volver a estar como antes.

—No sé si será posible.

Bill asintió con gesto grave y retiró las manos de mis hombros.

—Espero que ella mereciera la pena —dije en voz baja.
Pasé junto a él y fui a la cocina. Abrí un armario y saqué la primera taza que vi, que resultó ser la que tenía estampada una foto nuestra. Antes de dejarla en la encimera Bill me la quitó de las manos.

—Tu perdón es lo que más deseo en el mundo —me dijo—. Sé que estás furiosa conmigo, y tienes todo el derecho a estarlo. Pero estos días que he pasado sin ti han sido los peores de toda mi vida. Te sigo queriendo, (tu), y haré lo que haga falta para no perderte. Si eso significa estar separados unos meses que así sea, pero necesito saber si hay alguna esperanza a la que aferrarme. Y si quieres tener una aventura para igualar la balanza, adelante. Hazlo y luego vuelve conmigo para que sigamos juntos.

—¿Ahora quieres que me tire a otro hombre? — le pregunté, sin dar crédito a mis oídos.

—¡No! Claro que no. Pero te he hecho daño, y puede que en una situación así tengas que pagarme con la misma moneda.

—Tienes que irte.

—No quiero irme. Así no.

—¡Ahora!

Bill me miró fijamente, pero mi expresión era inflexible. Dejó escapar un suspiro de frustración y salió de la cocina en dirección a la puerta, agarrando las llaves que había dejado en la mesita.

En cuanto oí cerrarse la puerta agarré la taza y la estrellé contra el frigorífico, rompiéndola en mil pedazos. 


Saludos chicas, espero se encuentren bien, este cap va un poquitin mas largo (creo), ya que pues, creo que no podre subir al menos por una semana o dos, la uni me tiene muy ocupada, mas una personita que no me deja consentrarme y escribir xD bueno espero les guste, y.. ya pronto sabran como (tu)  conoce a tom! gracias por leer, os quiero! nos leemos pronto! ;D

sábado, 21 de abril de 2012

Capitulo 5

La cabeza me dolía tanto que volví a cerrar los ojos. Debí de quedarme dormida, porque me desperté con un sobresalto y me pareció haber oído un ruido. Tokio no estaba en la habitación conmigo, de modo que seguramente había tirado algo en algún rincón de la casa. Pero no me apetecía levantarme para comprobarlo y volví a cerrar los ojos.

Entonces oí cómo se abría la puerta del dormitorio y supe que no se trataba de Tokio. ¿Había regresado Bill?  Maria asomó la cabeza por la rendija.

— ¿Maria? —murmuré, pensando si estaría alucinando.

Mi amiga entró en la habitación.

— ¿Qué ocurre, cariño?

— ¿Qué haces aquí?

Maria se tumbó en la cama, a mi lado, llena de preocupación.

—Bill me ha llamado. Y me alegro de que lo hiciera. ¡Tienes los ojos hinchados!

— ¿Bill te ha llamado?

—Sí —me puso la mano en la frente para comprobar la temperatura—. No tienes fiebre, pero nunca te había visto con tal mal aspecto. Debería llevarte al médico.

— ¿Bill te ha dicho que estaba enferma?

—Sólo me ha dicho que podrías necesitarme.

—Mmm —me agarré a su brazo e intenté incorporarme—. Necesito agua.

—Ahora mismo —salió corriendo de la habitación y volvió al cabo de un minuto con un vaso de agua con hielo.

Tomé un pequeño sorbo y luego vacié el vaso de un trago. Estaba más sedienta de lo que creía.

—No estoy enferma —le dije, con la voz aún débil.

—Pues cuéntame qué te ocurre.

—Discúlpame —me levanté con dificultad de la cama y fui al cuarto de baño.
Maria estaba confusa y preocupada, pero tendría que esperar un poco para saber la verdad.

Al ver mi imagen en el espejo ahogué un grito de espanto. Tenía el pelo hecho un desastre, los ojos enrojecidos e hinchados y la ropa arrugada por haberme acostado vestida. Cualquiera que me viese pensaría que habían intentado violarme.

Me lavé la cara y bebí más agua. El estómago me rugía y por primera vez desde la noche anterior sentí un hambre más fuerte que las náuseas.

Cuando salí al dormitorio, Maria no sólo parecía preocupada, sino también aterrada. —Estoy empezando a asustarme, (tu). ¿Qué ha pasado?

—Bill… —me detuve y tragué saliva—. Bill ha tenido una aventura.

— ¿Qué? —exclamó ella.

Sólo pude asentir, incapaz de repetir las palabras.

— ¿Va a dejarte? Me senté en el colchón junto a ella.

—Dice que aún me quiere.

— ¿Cómo? —volvió a gritar, tan indignada y enfurecida como yo misma.

—Así es. Increíble, ¿verdad?

—Oh, cariño… Cuánto lo siento… ¿Has comido algo?

Como si la comida fuese la solución a la crisis.

—Nada.

—Deja que te prepare algo.

— ¿Dónde está Tokio?

—Salió corriendo cuando abrí la puerta. El gato estará bien. Eres tú quien me preocupa.

Asentí otra vez, y Maria me agarró de la mano para levantarme.

—Sé cómo te sientes, y voy a ayudarte a superarlo.

—Gracias.

La acompañé a la cocina, pero ella insistió en que me sentara en el salón con los pies en alto. Así lo hice, y a falta de otra cosa mejor que hacer, encendí la televisión. Estaban emitiendo el programa de Maury Pauvich, en el que se enviaba a un campamento militar a un montón de críos deslenguados e insolentes, quienes al cabo de pocos días estaban llorando y suplicando para que los dejaran volver con sus madres.

—Debería haber campamentos como ése para los maridos infieles.

— ¿Qué? —preguntó Maria desde la cocina, donde estaba preparando el café y calentando la sartén para freír huevos.

—Estoy viendo el programa de Maury Pauvich, y creo que debería haber un programa similar donde enviaran a los hombres que engañan a sus parejas a un campamento militar.

— ¿Era… él un marido infiel? —preguntó Maria.

—No lo sé. Quizá todos lo sean.

Maria y Brian se habían separado porque querían cosas distintas, pero su primer marido, Keith, la había engañado tantas veces que parecía empeñado en batir algún récord mundial.

Maria me llevó una taza de humeante café al salón.

—Dos cucharaditas de crema y dos de azúcar, como a ti te gusta.

—Gracias —acepté la taza con una sonrisa y vi que volvía a la cocina, contenta de que estuviese allí conmigo.

Seguí viendo la televisión mientras Maria freía los huevos. Una joven, a quien los subtítulos la identificaban como una tal Cathy, de trece años, se jactaba ante las cámaras de haberse acostado con quince hombres mientras su madre se deshacía en lágrimas a su lado y el público la vitoreaba.

Me eché a reír cuando Maury puso la mano en el hombro de la madre y le preguntó cómo se sentía por la escandalosa confesión de su hija.

—No puedo creer que me haga esto... —consiguió balbucear su madre entre un sollozo y otro.

Puse una mueca. Yo no era madre, pero sí profesora, y había presenciado muy de cerca los problemas que se producían cuando los padres adoptaban un papel sumiso y dejaban la autoridad en manos de sus hijos, sin imponerles límites ni castigos por infringir las reglas.

— ¿Quieres comer delante de la televisión? —Me preguntó Maria—. Puedo traer un par de bandejas.

—No, no —me levanté y fui a la mesa de la cocina—. Aunque he de decir que ver este programa ayuda a olvidarse de los problemas propios.

Maria me sirvió un plato con huevos y tostadas y se sentó a mi derecha. Ella sólo se tomaba un café.

—Muchas gracias —le dije—. Si no hubieras venido aún seguiría en la cama, medio en coma.

Maria tomó un sorbo de café.

—Ahora dime qué ha pasado. Llegaste a casa anoche y ¿encontraste alguna prueba de que una mujer había estado aquí?

—No —respondí mientras cortaba los huevos—. Fue él quien me lo dijo.

— ¿No se le ocurrió hacerte otro regalo de bienvenida?

—Sabía que algo iba mal, pero nunca me habría imaginado que… —suspiré—. Se comportaba de un modo extraño. Yo quería hacer el amor, pero él no estaba por la labor. De repente se puso muy serio y dijo que tenía que contarme algo. Lo primero que pensé fue que alguien había muerto —sacudí la cabeza al recordarlo.

—Ojalá pudiera decirte que me sorprende — dijo Maria—, pero los hombres ya han dejado de sorprenderme.

—Anoche estaba destrozada —seguí. Aún lo estaba, pero había decidido recuperar el control de mis emociones—. Furiosa y confusa. Pero ¿sabes qué? Si esto es lo que la vida me pone por delante, lo superaré y seguiré mi camino.

Maria  me miró con escepticismo, pero afortunadamente no expresó sus dudas en voz alta.

—No estoy diciendo que vaya a ser fácil — dije—. Pero hay muchos más peces en el mar…

Sentí que la emoción crecía en mi interior al pensar en una nueva vida sin Bill, y rápidamente me llevé más comida a la boca antes de empezar a llorar. Me estaba engañando a mí misma.

—Aquí me tienes para lo que sea —me dijo Maria—. Saldremos de compras, iremos a bailar… lo que haga falta para superarlo.

Asentí.

—Lo sé —yo había hecho lo mismo por ella—. Sé que será duro, porque aún quiero a Bill. Pero no puedo dejar que esto me destroce la vida.

Maria también asintió y tomó más café.

— ¿Te ha dicho algo de ella?

—No mucho. Pero parece que no fue una simple aventura de una noche —le di un
mordisco a mi tostada de pan integral.

—Maldito cerdo —masculló Maria—. Lo siento, pero…

—No te disculpes. Tienes razón. Me cuesta creer que me lo contara con la esperanza de que lo perdonase.

—Déjame que te diga algo… Si le perdonas a un tío que te engañe, nada le
impedirá volver a engañarte. Aprendí la lección con Keith.

¿Sería Bill como esos hombres sin escrúpulos, capaces de engañar una y otra vez? No podía creerlo, pero tampoco lo había creído nunca capaz de engañarme. Siempre me había parecido demasiado íntegro, sereno, controlado.

—No sé qué voy a hacer —admití— Una parte de mí lo odia, pero otra parte lo sigue queriendo.

—No tienes que tomar una decisión hoy —dijo Maria—. ¿Qué te parece si nos vamos al centro comercial para hacer un poco de terapia consumista? Y también podemos ir al cine, a ver la nueva peli de Will Smith —el rostro se le iluminó de entusiasmo—. ¿Qué me dices?

— ¿Dos horas viendo a Will Smith? ¿Quién podría negarse?

Las compras fueron muy divertidas, y acabé con un nuevo par de zapatos y un vestido negro, muy ceñido, que prometí ponerme para ir a un club con Maria el fin de semana. En cuanto a Will Smith, fue como tomarme un par de analgésicos y olvidarme del dolor durante las dos horas que estuvo en la pantalla. Maria se había puesto a silbar cuando se desnudó en una escena en la ducha, y yo, aunque de un modo mucho más discreto, también disfruté con su delicioso físico.

Volvimos a casa poco después de las cinco. Agarré las bolsas de la compra y salí del Nissan negro de Maria.

—Lo digo en serio —insistió ella—. Llámame si me necesitas, sea la hora que sea.

—Te has pasado todo el día cuidándome —protesté.

—Y volveré enseguida si descubres que no puedes estar sola en casa.

—Te llamaré si me entran ganas de ponerme a llorar en la cama —le aseguré.

—Si no me encuentras en casa, llámame al móvil —meneó las cejas y supe que se estaba callando algo.

—Conozco ese tono, Maria Williams … ¿Qué va a pasar esta noche?

—Bueno… —se mordió el labio y sus ojos brillaron de picardía—. No quería contártelo hasta saber si salía bien, pero… tengo una cita esta noche.

—¿Qué? —exclamé—. ¿Y te lo has guardado hasta ahora?

—No me pareció oportuno decirte nada, después de lo que ha pasado entre Bill y tú.

—Tonterías. Si tienes algo bueno que contar, quiero ser la primera en saberlo.

—No es exactamente una cita —explicó Maria—. Es más bien un encuentro para ver si nos gustamos. ¿Te acuerdas que me había suscrito a una página web de contactos?

—Sí, pero no pensé que te lo tomaras en serio. Siempre decías que preferías el método tradicional para conocer gente.

—Lo sé, lo sé. Por eso rechacé las sugerencias de Guapísimo para conocernos antes de nuestro viaje a las Bahamas.

—¿Guapísimo? —repetí, riendo.

—Es su nombre de usuario en la página, y la verdad es que me llamó la atención
—hizo una breve pausa—. Si Soriano viviera en Orlando sólo estaría con él, pero si algo he aprendido de mi aventura es que estoy preparada para seguir adelante con mi vida. Así que le escribí un mensaje a Guapísimo y le dije que me encantaría conocerlo.

—Ajá…

—No es más que una primera toma de contacto para asegurarme de que es quien dice ser, y a partir de ahí ya veremos. Pero si la foto es realmente suya, su nombre de usuario se queda corto para describirlo.

—¿Adónde vais a ir? —le pregunté. Sabía que mucha gente encontraba el amor mediante internet, pero aun así me preocupaba por mi amiga.

—Al Cheesecake Factory. Es un local muy concurrido, así que no tengas miedo, ¿vale? Estaré bien.

—¿Y vas a ir en tu coche? ¿No te recogerá él?

Maria me lanzó una mirada muy ofendida.

—Pues claro que iré en mi coche. Lo único que sabemos el uno del otro es nuestro seudónimo y poco más. Si resulta que no nos gustamos, cada uno puede marcharse en su propio coche y se acabó.

—Muy bien —acepté. Al fin y al cabo, Maria tenía treinta años, unos pocos meses más que yo, y era perfectamente capaz de cuidarse sola—. Que tengas suerte y te lo pases muy bien.

Permanecí en la calle hasta que su coche desapareció por la esquina. Por muy deprimida que estuviera, decidí que la llamaría más tarde. Tenía que asegurarme de que ese Guapísimo no era un psicópata fingiendo ser el hombre perfecto.

La primera hora que pasé sola en casa estuvo muy bien. Conseguí ahogar el dolor y preparar una comida sencilla a base de pollo y pasta. Cené en la cocina escuchando hip-hop a todo volumen. No quería música más relajante, no fuera a ser que me hundiera otra vez en la desgracia.

Tokio, estaba sentada junto a la silla, mirándome con ojos suplicantes. Normalmente no le daba comida de la mesa para no mimarla en exceso, pero en aquella ocasión le tiré un trozo de pollo. ¿Por qué tenía que atenerme a las reglas cuando mi marido había roto la más importante de todas?

Mientras comía le eché un vistazo al teléfono y vi que la luz roja estaba encendida, indicando que había al menos un mensaje.

¿Sería de Bill?..............


Hey chicas, espero esten bien, bueno yo aca trayendoles un nuevo capi, espero les guste, paso rapidito, ya que pues comence la uni y ya tengo muchas tareas! comenten y nos leemos pronto! Os quiero ;D 

martes, 10 de abril de 2012

Capitulo 4

Bill, el único hombre con el que habia estado desde mis diecinueve años, que en la universidad me habia cortejado con tacto y perseverancia hasta que fui incapaz de rechazarlo.

El hombre que me había regalado un anillo de plástico con un ramo de dientes de león y me había dicho que aunque no fuese una proposición de verdad algún día lo haría como era debido.

Si había alguien en mi vida en quien podía confiar ciegamente, alguien de quien nunca hubiera creído una traición semejante, ése era Bill.

¿Por qué, por qué, por qué?, me preguntaba con los ojos llenos de lágrimas. ¿Por qué me hacía eso? ¿Por qué a mí? ¿Por qué él?

Nunca le había dado la espalda en la cama ni había alegado estar muy cansada para hacer el amor. Todo lo contrario. Era yo quien siempre tenía más ganas que él. Bill había perdido la fogosidad de los primeros años, pero tampoco había sido nunca muy pasional. No era la clase de hombre que buscara sexo en otra parte teniendo a una esposa lista en todo momento para complacerlo.

Lo que a Bill le importaba, o al menos eso me había dicho siempre, era el compromiso. La pasión se podía apagar, pero me había prometido que nuestro amor siempre sería igual de fuerte.

—(Tu) —me llamó en voz baja. Levanté la cabeza y lo vi de pie junto al sofá.

Su expresión apenada transformó mi confusión en ira. ¿Cómo se atrevía a parecer dolido después de haberme traicionado?

— ¿Qué quieres, una medalla? ¿Crees que voy a perdonarte sólo porque hayas tenido agallas de decírmelo?

—No —respondió él—. No es eso lo que espero.

— ¿Entonces qué demonios quieres? —estaba tan fuera de mí que me daba igual el lenguaje empleado.

—Sólo quería que lo supieras.

—Muy noble por tu parte… ¡Vete al infierno!

Me levanté y volví al dormitorio, pero una vez allí me di la vuelta. Quería, merecía respuestas del hombre al que le había entregado mi corazón. El hombre con el que me había casado y al que le había prometido fidelidad eterna.

—Dime por qué te has acostado con otra —le exigí. Las fosas nasales me ardían con cada espiración.

Él no dijo nada.

— ¡Dime por qué! ¿Lo hiciste porque no soy lo bastante buena para ti? Sabe Dios que para ti el sexo siempre ha sido algo secundario. ¿Por qué narices has acabado en la cama de otra?

—No lo sé.

— ¿No lo sabes? ¿Qué pasa, es que fuiste abducido por extraterrestres que te extirparon el cerebro?

Bill volvió a quedarse en silencio.

— ¿Con quién fue? ¿Alguna zorra a la que conociste en un club?

Silencio.

— ¿Alguien a quien conociste en el hotel?

Silencio.

Una horrible posibilidad me asaltó de repente, tan dolorosa como si Bill me hubiera abofeteado en la cara.

—No fue un rollo de una noche, ¿verdad? Oh, Dios…

Bill gimió de frustración y se pasó una mano por el pelo.

—No… no significó nada.

— ¡No digas que no significó nada!

—Por Dios, Tu. ¿Es que no podemos hablar? Cometí un error, eso es todo.

—Ya he oído suficiente.

—Estoy intentando hacer lo correcto —insistió él, cada vez más impaciente—. Por eso te lo he contado. Quería que lo supieras por mí.

Fue mi turno para guardar silencio. Estaba temblando de furia y necesitaba tranquilizarme, no por Bill, sino por mí. Respiré hondo e intenté pensar con calma.

—Creía que te conocía —dije—. Y que tú me amabas.

— ¿Crees que no te amo? —preguntó él—. Ésa es la razón por la que te lo estoy contando. Porque te quiero. Y quiero hacerlo bien.

Hacerlo bien… Como si fuera tan sencillo.

—Lárgate —le dije.

— ¿Cómo has dicho?

—Quiero que te vayas. Quiero que salgas de mi vida para siempre, asqueroso hijo de perra.

Pero a pesar de la fulminante sentencia no podía imaginarme una vida sin Bill. Tan sólo unos meses antes habíamos decidido finalmente tener hijos.

Después de haber dedicado ocho años a ahorrar, por fin estábamos preparados.

Volví a tomar aire y lo retuve en mi interior hasta que me abrasó los pulmones. No quería llorar, pero… maldito fuera Bill por haberlo destruido todo. Los restos de mi autocontrol acabaron por derrumbarse y empecé a sollozar.

Bill me estrechó en sus brazos y yo no tuve fuerzas para apartarlo. Me sostuvo la cabeza contra el pecho y así estuve llorando hasta que no me quedaron lágrimas.

—Esto era lo último que quería —se lamentó él mientras me acariciaba el pelo, como si me estuviese consolando por algo completamente distinto—. Hacerte daño de esta manera…

Sus palabras me traspasaron el corazón. Di un paso atrás y me sequé las lágrimas de la cara.

— ¿Cómo pudiste pensar que algo así no me haría daño?

—Parezco un imbécil, lo sé… Y lo único que puedo decirte es que lo siento.

Un frío glacial me invadió y me abracé con fuerza, aun sabiendo que mis brazos no podrían protegerme de la gélida sensación que emanaba de mi interior.

—Con sentirlo no basta.

Bill asintió.

—Lo entiendo.

— ¡Deja de mirarme así!

— ¿Así cómo?

—Como si esto te doliera a ti más que a mí.

—A mí también me duele.

—Seguro que para ti ha sido durísimo —repliqué, dándole la espalda. No podía seguir mirándolo.

Muy despacio, eché a andar hacia la pared y me apoyé en ella. Las fuerzas me habían abandonado.

Bill se acercó, pero se quedó a unos pasos de distancia.

—Te lo he dicho porque quería hacerlo. Porque merecías saberlo. Y porque tenía la esperanza de que pudieras encontrar la manera de perdonar mi debilidad. He cometido una estupidez, pero no tiene por qué suponer el fin de nuestro matrimonio.

—Vaya… Muchas gracias por el consejo, cerdo asqueroso. No te atrevas a decirme lo que debo sentir ni lo que debería hacer, porque soy yo quien va a decidir lo próximo que va a pasar. No creas que puedes tener una aventura y seguir decidiendo nuestro futuro. Si ese futuro te importase no habrías hecho algo tan… tan… —la voz se me quebró y ahogué un llanto.

—Cariño —dijo Bill, avanzando hacia mí.

Que te Jodan¡ grité. la furia volvia a apoderarse de mi Y ahora largate de mi vista, No quiero seguir viéndote.

No le pregunté adónde iba. Por mí, como si iba en busca de su amante o a buscar los papeles del divorcio. Si prefería quedarse con esa zorra en vez de conmigo, que así fuera.

Eso era lo que intentaba decirme a mí misma, pero mi corazón se negaba a aceptarlo. Por mucho que quisiera odiar a Bill, era imposible renunciar a mis sentimientos de un momento para otro. Amaba a mi esposo y eso me hacía sufrir aún más. Por no hablar de la conmoción que me produjo una noticia del todo inesperada.

Hasta ese momento estaba convencida de que Bill y yo formábamos una pareja feliz. Y las parejas felices no se engañaban.

Pasé la noche alternando las lágrimas con los arrebatos de ira y con el deseo de empezar de nuevo. Daría lo que fuera por volver a las Bahamas a pasarme la noche bebiendo y bailando. Allí al menos era la sobredosis de diversión y no el desengaño amoroso lo que me privaba del sueño.

Con los primeros rayos de sol sentí náuseas y el estómago revuelto. Estaba muerta de sed, pero no tenía fuerzas ni para levantarme de la cama.

¿Por qué? La pregunta seguía acosándome sin descanso. ¿Por qué Bill me había hecho algo así? ¿A nosotros? Y encima tenía el descaro de decirme que aún quería salvar nuestro matrimonio.

No lo entendia, acaso el no comprendia la dimencion de lo que hizo? de lo que nos hizo? ....


Hey chicas, acá yo con un nuevo capitulo, espero lo disfruten, gracias por los comentarios en el capitulo anterior, cada vez esta mas cerca el momento de la acción, y valla que sera acción xD bueno, nos leemos pronto, Os quiero!!!