La
cabeza me dolía tanto que volví a cerrar los ojos. Debí de quedarme dormida,
porque me desperté con un sobresalto y me pareció haber oído un ruido. Tokio no
estaba en la habitación conmigo, de modo que seguramente había tirado algo en
algún rincón de la casa. Pero no me apetecía levantarme para comprobarlo y
volví a cerrar los ojos.
Entonces
oí cómo se abría la puerta del dormitorio y supe que no se trataba de Tokio.
¿Había regresado Bill? Maria asomó la
cabeza por la rendija.
—
¿Maria? —murmuré, pensando si estaría alucinando.
Mi
amiga entró en la habitación.
—
¿Qué ocurre, cariño?
—
¿Qué haces aquí?
Maria
se tumbó en la cama, a mi lado, llena de preocupación.
—Bill
me ha llamado. Y me alegro de que lo hiciera. ¡Tienes los ojos hinchados!
—
¿Bill te ha llamado?
—Sí
—me puso la mano en la frente para comprobar la temperatura—. No tienes fiebre,
pero nunca te había visto con tal mal aspecto. Debería llevarte al médico.
—
¿Bill te ha dicho que estaba enferma?
—Sólo
me ha dicho que podrías necesitarme.
—Mmm
—me agarré a su brazo e intenté incorporarme—. Necesito agua.
—Ahora
mismo —salió corriendo de la habitación y volvió al cabo de un minuto con un
vaso de agua con hielo.
Tomé
un pequeño sorbo y luego vacié el vaso de un trago. Estaba más sedienta de lo
que creía.
—No
estoy enferma —le dije, con la voz aún débil.
—Pues
cuéntame qué te ocurre.
—Discúlpame
—me levanté con dificultad de la cama y fui al cuarto de baño.
Maria
estaba confusa y preocupada, pero tendría que esperar un poco para saber la
verdad.
Al
ver mi imagen en el espejo ahogué un grito de espanto. Tenía el pelo hecho un
desastre, los ojos enrojecidos e hinchados y la ropa arrugada por haberme
acostado vestida. Cualquiera que me viese pensaría que habían intentado
violarme.
Me
lavé la cara y bebí más agua. El estómago me rugía y por primera vez desde la
noche anterior sentí un hambre más fuerte que las náuseas.
Cuando
salí al dormitorio, Maria no sólo parecía preocupada, sino también aterrada.
—Estoy empezando a asustarme, (tu). ¿Qué ha pasado?
—Bill…
—me detuve y tragué saliva—. Bill ha tenido una aventura.
—
¿Qué? —exclamó ella.
Sólo
pude asentir, incapaz de repetir las palabras.
—
¿Va a dejarte? Me senté en el colchón junto a ella.
—Dice
que aún me quiere.
—
¿Cómo? —volvió a gritar, tan indignada y enfurecida como yo misma.
—Así
es. Increíble, ¿verdad?
—Oh,
cariño… Cuánto lo siento… ¿Has comido algo?
Como
si la comida fuese la solución a la crisis.
—Nada.
—Deja
que te prepare algo.
—
¿Dónde está Tokio?
—Salió
corriendo cuando abrí la puerta. El gato estará bien. Eres tú quien me
preocupa.
Asentí
otra vez, y Maria me agarró de la mano para levantarme.
—Sé
cómo te sientes, y voy a ayudarte a superarlo.
—Gracias.
La
acompañé a la cocina, pero ella insistió en que me sentara en el salón con los
pies en alto. Así lo hice, y a falta de otra cosa mejor que hacer, encendí la
televisión. Estaban emitiendo el programa de Maury Pauvich, en el que se
enviaba a un campamento militar a un montón de críos deslenguados e insolentes,
quienes al cabo de pocos días estaban llorando y suplicando para que los
dejaran volver con sus madres.
—Debería
haber campamentos como ése para los maridos infieles.
—
¿Qué? —preguntó Maria desde la cocina, donde estaba preparando el café y
calentando la sartén para freír huevos.
—Estoy
viendo el programa de Maury Pauvich, y creo que debería haber un programa
similar donde enviaran a los hombres que engañan a sus parejas a un campamento
militar.
—
¿Era… él un marido infiel? —preguntó Maria.
—No
lo sé. Quizá todos lo sean.
Maria
y Brian se habían separado porque querían cosas distintas, pero su primer
marido, Keith, la había engañado tantas veces que parecía empeñado en batir
algún récord mundial.
Maria
me llevó una taza de humeante café al salón.
—Dos
cucharaditas de crema y dos de azúcar, como a ti te gusta.
—Gracias
—acepté la taza con una sonrisa y vi que volvía a la cocina, contenta de que
estuviese allí conmigo.
Seguí
viendo la televisión mientras Maria freía los huevos. Una joven, a quien los
subtítulos la identificaban como una tal Cathy, de trece años, se jactaba ante
las cámaras de haberse acostado con quince hombres mientras su madre se
deshacía en lágrimas a su lado y el público la vitoreaba.
Me
eché a reír cuando Maury puso la mano en el hombro de la madre y le preguntó
cómo se sentía por la escandalosa confesión de su hija.
—No
puedo creer que me haga esto... —consiguió balbucear su madre entre un sollozo
y otro.
Puse
una mueca. Yo no era madre, pero sí profesora, y había presenciado muy de cerca
los problemas que se producían cuando los padres adoptaban un papel sumiso y
dejaban la autoridad en manos de sus hijos, sin imponerles límites ni castigos
por infringir las reglas.
—
¿Quieres comer delante de la televisión? —Me preguntó Maria—. Puedo traer un
par de bandejas.
—No,
no —me levanté y fui a la mesa de la cocina—. Aunque he de decir que ver este
programa ayuda a olvidarse de los problemas propios.
Maria
me sirvió un plato con huevos y tostadas y se sentó a mi derecha. Ella sólo se
tomaba un café.
—Muchas
gracias —le dije—. Si no hubieras venido aún seguiría en la cama, medio en
coma.
Maria
tomó un sorbo de café.
—Ahora
dime qué ha pasado. Llegaste a casa anoche y ¿encontraste alguna prueba de que
una mujer había estado aquí?
—No
—respondí mientras cortaba los huevos—. Fue él quien me lo dijo.
—
¿No se le ocurrió hacerte otro regalo de bienvenida?
—Sabía
que algo iba mal, pero nunca me habría imaginado que… —suspiré—. Se comportaba
de un modo extraño. Yo quería hacer el amor, pero él no estaba por la labor. De
repente se puso muy serio y dijo que tenía que contarme algo. Lo primero que
pensé fue que alguien había muerto —sacudí la cabeza al recordarlo.
—Ojalá
pudiera decirte que me sorprende — dijo Maria—, pero los hombres ya han dejado
de sorprenderme.
—Anoche
estaba destrozada —seguí. Aún lo estaba, pero había decidido recuperar el
control de mis emociones—. Furiosa y confusa. Pero ¿sabes qué? Si esto es lo
que la vida me pone por delante, lo superaré y seguiré mi camino.
Maria
me miró con escepticismo, pero
afortunadamente no expresó sus dudas en voz alta.
—No
estoy diciendo que vaya a ser fácil — dije—. Pero hay muchos más peces en el
mar…
Sentí
que la emoción crecía en mi interior al pensar en una nueva vida sin Bill, y
rápidamente me llevé más comida a la boca antes de empezar a llorar. Me estaba
engañando a mí misma.
—Aquí
me tienes para lo que sea —me dijo Maria—. Saldremos de compras, iremos a
bailar… lo que haga falta para superarlo.
Asentí.
—Lo sé —yo había hecho lo mismo por ella—. Sé que será duro, porque aún quiero a Bill. Pero no puedo dejar que esto me destroce la vida.
Maria
también asintió y tomó más café.
—
¿Te ha dicho algo de ella?
—No
mucho. Pero parece que no fue una simple aventura de una noche —le di un
mordisco
a mi tostada de pan integral.
—Maldito
cerdo —masculló Maria—. Lo siento, pero…
—No
te disculpes. Tienes razón. Me cuesta creer que me lo contara con la esperanza
de que lo perdonase.
—Déjame
que te diga algo… Si le perdonas a un tío que te engañe, nada le
impedirá volver a engañarte. Aprendí
la lección con Keith.
¿Sería
Bill como esos hombres sin escrúpulos, capaces de engañar una y otra vez? No
podía creerlo, pero tampoco lo había creído nunca capaz de engañarme. Siempre
me había parecido demasiado íntegro, sereno, controlado.
—No
sé qué voy a hacer —admití— Una parte de mí lo odia, pero otra parte lo sigue
queriendo.
—No
tienes que tomar una decisión hoy —dijo Maria—. ¿Qué te parece si nos vamos al
centro comercial para hacer un poco de terapia consumista? Y también podemos ir
al cine, a ver la nueva peli de Will Smith —el rostro se le iluminó de
entusiasmo—. ¿Qué me dices?
—
¿Dos horas viendo a Will Smith? ¿Quién podría negarse?
Las
compras fueron muy divertidas, y acabé con un nuevo par de zapatos y un vestido
negro, muy ceñido, que prometí ponerme para ir a un club con Maria el fin de
semana. En cuanto a Will Smith, fue como tomarme un par de analgésicos y
olvidarme del dolor durante las dos horas que estuvo en la pantalla. Maria se
había puesto a silbar cuando se desnudó en una escena en la ducha, y yo, aunque
de un modo mucho más discreto, también disfruté con su delicioso físico.
Volvimos
a casa poco después de las cinco. Agarré las bolsas de la compra y salí del
Nissan negro de Maria.
—Lo
digo en serio —insistió ella—. Llámame si me necesitas, sea la hora que sea.
—Te
has pasado todo el día cuidándome —protesté.
—Y
volveré enseguida si descubres que no puedes estar sola en casa.
—Te
llamaré si me entran ganas de ponerme a llorar en la cama —le aseguré.
—Si
no me encuentras en casa, llámame al móvil —meneó las cejas y supe que se
estaba callando algo.
—Conozco
ese tono, Maria Williams … ¿Qué va a pasar esta noche?
—Bueno…
—se mordió el labio y sus ojos brillaron de picardía—. No quería contártelo
hasta saber si salía bien, pero… tengo una cita esta noche.
—¿Qué?
—exclamé—. ¿Y te lo has guardado hasta ahora?
—No
me pareció oportuno decirte nada, después de lo que ha pasado entre Bill y tú.
—Tonterías.
Si tienes algo bueno que contar, quiero ser la primera en saberlo.
—No
es exactamente una cita —explicó Maria—. Es más bien un encuentro para ver si
nos gustamos. ¿Te acuerdas que me había suscrito a una página web de contactos?
—Sí,
pero no pensé que te lo tomaras en serio. Siempre decías que preferías el
método tradicional para conocer gente.
—Lo
sé, lo sé. Por eso rechacé las sugerencias de Guapísimo para conocernos antes
de nuestro viaje a las Bahamas.
—¿Guapísimo?
—repetí, riendo.
—Es
su nombre de usuario en la página, y la verdad es que me llamó la atención
—hizo
una breve pausa—. Si Soriano viviera en Orlando sólo estaría con él, pero si
algo he aprendido de mi aventura es que estoy preparada para seguir adelante
con mi vida. Así que le escribí un mensaje a Guapísimo y le dije que me
encantaría conocerlo.
—Ajá…
—No
es más que una primera toma de contacto para asegurarme de que es quien dice
ser, y a partir de ahí ya veremos. Pero si la foto es realmente suya, su nombre
de usuario se queda corto para describirlo.
—¿Adónde
vais a ir? —le pregunté. Sabía que mucha gente encontraba el amor mediante
internet, pero aun así me preocupaba por mi amiga.
—Al
Cheesecake Factory. Es un local muy concurrido, así que no tengas miedo, ¿vale?
Estaré bien.
—¿Y
vas a ir en tu coche? ¿No te recogerá él?
Maria
me lanzó una mirada muy ofendida.
—Pues
claro que iré en mi coche. Lo único que sabemos el uno del otro es nuestro
seudónimo y poco más. Si resulta que no nos gustamos, cada uno puede marcharse
en su propio coche y se acabó.
—Muy
bien —acepté. Al fin y al cabo, Maria tenía treinta años, unos pocos meses más
que yo, y era perfectamente capaz de cuidarse sola—. Que tengas suerte y te lo
pases muy bien.
Permanecí
en la calle hasta que su coche desapareció por la esquina. Por muy deprimida
que estuviera, decidí que la llamaría más tarde. Tenía que asegurarme de que
ese Guapísimo no era un psicópata fingiendo ser el hombre perfecto.
La
primera hora que pasé sola en casa estuvo muy bien. Conseguí ahogar el dolor y
preparar una comida sencilla a base de pollo y pasta. Cené en la cocina escuchando
hip-hop a todo volumen. No quería música más relajante, no fuera a ser que me
hundiera otra vez en la desgracia.
Tokio,
estaba sentada junto a la silla, mirándome con ojos suplicantes. Normalmente no
le daba comida de la mesa para no mimarla en exceso, pero en aquella ocasión le
tiré un trozo de pollo. ¿Por qué tenía que atenerme a las reglas cuando mi
marido había roto la más importante de todas?
Mientras
comía le eché un vistazo al teléfono y vi que la luz roja estaba encendida,
indicando que había al menos un mensaje.
¿Sería
de Bill?..............
Hey chicas, espero esten bien, bueno yo aca trayendoles un nuevo capi, espero les guste, paso rapidito, ya que pues comence la uni y ya tengo muchas tareas! comenten y nos leemos pronto! Os quiero ;D
0.o (tn) irá a espiar a su amiga,para protegerla??? o.o,bueno pobre :c aún sigue mal por lo de Bill...pero tengo un presentimiento...
ResponderEliminarEsta genial la fic..
ResponderEliminarYa kiero leer como conoce a Tom
sube prontooo..
Bye cuidatee:-D