Tokio había desaparecido.
Antes de ir a casa de Tom el viernes, lo había dejado
salir a la calle para que pudiera cazar pájaros o lagartos en caso de que yo no
volviera para darle de comer.
Como a todos los gatos, a Tokio le gustaba salir por la
noche. Pero por la mañana volvía a estar arañando la puerta para que lo dejase
entrar.
Aquella mañana, en cambio, aún no había vuelto.
Cerré la puerta con el ceño fruncido y fui a la cocina a
echar agua en la cafetera. El teléfono empezó a sonar y agarré rápidamente el
auricular de la pared.
—¿Diga?
—Hola, (Tu).
Me costó un momento reconocer la voz.
—¿Mamá?
—Hola, cariño.
Sonreí, gratamente sorprendida. Después del encuentro con
Bill y la conversación con Maria, era agradable hablar con alguien que no se
metía en mi drama emocional.
—¿Cómo estás, mamá?
—Bien, gracias.
Mi madre vivía en California con su nuevo marido y apenas
manteníamos el contacto. No estábamos tan unidas como a mí me gustaría, pero
las decisiones que había tomado en su vida, y que tanto sufrimiento le habían
causado a mi padre, me impedían acercarme a ella.
Mi madre había abandonado a mi padre para irse con otro
hombre. Esperó hasta que yo tuve dieciocho años y me fui a la universidad. Y
según ella, no había engañado a mi padre. Pero mi padre se quedó destrozado
cuando le dijo que ya no quería seguir casada con él. Menos de un año después
murió al ser atropellado por un camión. Los testigos afirmaban que era
imposible que hubiese sido un atropello fortuito.
¿Accidente… o suicidio?
En el fondo de mi corazón estaba convencida de que mi
padre se había suicidado porque no soportaba la soledad. Después de que mi
madre le rompiera el corazón no tenía muchas razones para seguir viviendo.
Mi madre, por supuesto, creía que había sido un
accidente.
—Será mejor que vaya directamente al grano — me dijo.
—¿Cómo?
—Bill me ha llamado esta mañana, Me ha contado que estáis
teniendo problemas.
No dije nada. No podía creer que Bill hubiera llamado a
mi madre para hablar de nuestro matrimonio.
Mi madre suspiró.
—Lo único que te digo es que no cometas el mismo error
que yo, cariño. No… no tires por la borda tu matrimonio.
—¿De qué estás hablando?
—Bill me ha contado lo de la aventura.
—¿En serio? —pregunté en tono sarcástico.
—Tiene miedo de perderte. Bill es un buen hombre. Ya sé
que todo el mundo tiene problemas, pero tienes que intentar solucionar las
cosas. Puedes acudir a un asesor matrimonial, igual que hacen tantas parejas
hoy en día. Pero no renuncies a lo que tienes.
Dejé que me echara el sermón, y entonces me di cuenta de
que no se refería a la aventura de Bill sino a la mía.
—¿Te ha contado que se acostó con otra?
Silencio.
—Claro que no te lo ha contado. Si confesara sus pecados
no le resultaría tan fácil señalar los míos.
La puse al corriente de la aventura de Bill, de la
amenaza de denuncia que pendía sobre él y de cómo me había animado a acostarme
con otro hombre.
—Como ves, no es tan inocente como le gusta afirmar
—señalé—. Ni mucho menos.
—No sabía nada de esto.
—Pues claro que no lo sabías.
—Pero… sigo pensando lo mismo. Los dos os habéis
divertido cada uno por su cuenta. Es un buen hombre, y no me gustaría que
renunciaras a lo que tienes con él.
—¿Y si te digo que mi aventura es algo más y que he
conocido a un hombre que me gusta de verdad? —No supe por qué le decía aquello
a mi madre, pero estaba muy resentida con Bill por ponerse a cotillear con
ella—. Alguien que puede ser mejor para mí que Bill...
—No lo dices en serio.
—¿Pero y si así fuera? —insistí. ¿Y si la llamada de Bill
a mi madre fuera la prueba definitiva de que no podíamos estar juntos? En Tom
había encontrado a un hombre decente que, además de proporcionarme un placer
inimaginable, me
quería y
creía en mis sueños. Una vida con él no podía estar tan mal.
Mi madre volvió a suspirar.
—Te diría que yo pensé lo mismo una vez, y que quizá
cometí una equivocación. Quizá les hice daño a muchas personas.
Su respuesta me dejó sin habla. Era lo más cerca que
había estado nunca de admitir su responsabilidad en el sufrimiento de mi padre,
o en el mío. Mi madre había llevado a mi padre a una profunda depresión, y yo
siempre le había guardado rencor por ello. No fue hasta dos años antes cuando
empecé a perdonarla, al aceptar que mi padre era el último responsable de su
muerte. No tenía sentido seguir furiosa con ella.
—Siento haberte hecho daño —siguió mi madre—. A ti y a tu
padre. Si pudiera empezar de nuevo, haría las cosas de otro modo.
De repente me puse a llorar.
—No sé lo que va a pasar, mamá. Bill y yo tenemos que
resolver nuestros problemas por nosotros mismos.
—Lo entiendo, y lo respeto.
Cambié de tema y le pregunté por Hal, su marido, y el
hijo veinteañero de éste. Al acabar la conversación le prometí que iría pronto
a visitarlos.
Después llamé a Maria, pero o no estaba en casa o no
quiso responder.
—No te culpo por no querer hablar conmigo — le dije al
contestador—. Pero espero que puedas perdonarme por ser una desconsiderada y
una insensible. Llámame, por favor.
Colgué y salí a buscar a Tokio.
Empecé a preocuparme en serio después de haber recorrido
todo el barrio. Me consolé pensando que tampoco había encontrado sus restos y
que seguramente volvería a casa cuando se cansara de deambular por ahí.
El teléfono estaba sonando cuando crucé la puerta, pero
al ver el nombre T. Kaulitz en la pantalla dejé que saltara el contestador.
Media hora más tarde me llevé la sorpresa de mi vida al
ver a Tom en mi puerta.
—Tom…
—Hola.
—¿Qué… qué haces aquí?
Él no respondió. Entró en mi casa sin esperar a que lo
invitara a pasar y cerró la puerta. Me inquietó verlo tan serio, y también que
supiera dónde vivía sin que yo se lo hubiera dicho.
—No has respondido a mis llamadas.
—No me siento bien —le dije sinceramente—. Creo que está
a punto de bajarme la regla —en realidad, llevaba unos días de retraso.
Tom no dijo
nada y se limitó a andar de un lado a otro del vestíbulo.
—¿Cómo… cómo sabías dónde vivo?
—Te he localizado.
—Pero ¿cómo? —Fruncí el ceño—. No aparezco en la guía
ni...
—Hay muchas maneras de encontrar a alguien.
Lo miré fijamente, temiendo que Billapareciera en ese
momento. Tom se detuvo y me clavó una mirada tan intensa que me sentí incómoda.
—¿Qué pasa? —le pregunté.
—¿Me estás dejando?
—¿Qué?
—Anoche te fuiste de mi casa sin decir nada... ¿Vas a
volver con tu marido?
Lo miré con ojos entornados, preguntándome de dónde había
sacado esa idea.
De repente lo tuve de rodillas delante de mí, apretando
la cabeza contra mi estómago en un gesto de súplica.
—Anoche me equivoqué, (Tu). Pero no me dejes, por favor.
—¿De qué estás hablando?
Me miró con el rostro desencajado por la tristeza y me
agarró fuertemente por la cintura.
—Lo siento, (tu). Lo siento, lo siento… No me dejes, por
favor.
—Sólo necesitaba un poco de espacio —le dije— . Me enfadé
un poco, es verdad, pero todo el mundo se enfada de vez en cuando.
Tom se levantó con un brillo de esperanza en los ojos.
—¿Pensabas volver a llamarme?
—Pues claro que sí.
Suspiró de alivio y empezó a besarme por la mejilla.
—Estaba muy preocupado. Muchísimo.
Su actitud me hizo pensar que Tom nunca había tenido una
relación seria. Un simple desacuerdo no suponía el fin del mundo.
—Oye —le dije, tomándolo de las manos—. No quiero hablar
de esto aquí. Mi espo… Bill puede aparecer en cualquier momento.
Su expresión se oscureció.
—¿Todavía vive aquí?
—No, pero no hemos vendido la casa y él sigue teniendo
una llave.
No añadí que Bill aún quería salvar nuestro matrimonio,
ni que yo tenía más dudas que nunca al respecto. La noche anterior me había
dado cuenta de que aún quería a Bill, pero no me gustaba que hubiese llamado a
mi madre a mis espaldas.
—Yo nunca te haría daño, como te hizo tu esposo—declaró Tom.
—Lo sé.
—No me gusta que tu marido venga cada vez que le
apetezca. ¿Y si te hace daño?
—Nunca me lo haría.
—Puedes venirte a vivir conmigo. Y creo que deberías
hacerlo.
—¿Con mi gato? Por cierto, no encuentro a Tokio por
ninguna parte.
—Con tu gato, o tu perro, o tus ratones, o con lo que
sea. Lo que quiero es que estés conmigo — metió la mano por la cintura de mis
pantalones cortos y no se detuvo hasta llegar a mi sexo—. Hermosa...
Puse mi mano sobre la suya.
—No, Tom. Aquí no.
Empezó a acariciarme a través de las bragas.
—Ven a casa conmigo. Y tráete algo de ropa para que no
tengas que volver.
—Tengo que volver… He de encontrar a Tokio.
Tom siguió tocándome y besándome, decidido a hacerme
cambiar de opinión. Yo sabía muy bien lo que pasaría a continuación, y aparté
los labios antes de que acabáramos en el suelo.
—Vamos a tu casa —lo último que quería era que Bill nos
sorprendiera—. Espera que le deje comida a Tokio en la puerta, por si vuelve
mientras estoy fuera.
—Vale —me dio otro beso antes de soltarme.
Fui rápidamente a la cocina y llené unos cuencos con agua
y comida para gatos. Los dejé junto a la puerta y acepté la mano que Tom me
tendía.
Dejé los cuencos junto a la puerta y Tom me tendió la
mano.
—Vámonos a casa.
Chicas
muchas gracias por los comentarios, de verdad me alagan mucho, no creo ser tan
buena en esto, aunque es mi pasión, siento que aun me falta mejorar algunas
cosas, pero igual aprecio mucho sus comentarios, y bueno si alguna es dueña de
una editorial tendrán mis historias para llenar estanterías completas jaja. Bueno
espero disfruten el capitulo, pronto regresare con el próximo, Os quiero mucho,
cuídense!