Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

jueves, 23 de agosto de 2012

Capitulo 15


No tenía cuerpo para enfrentarme con Bill, pero en cuanto Maria se marchó llamé al hotel y pedí que me pasaran con él enseguida.

—Un momento, por favor —dijo la amable recepcionista que atendió la llamada.

Bill tardó tanto en contestar que me pregunté si estaría ocupado en otras actividades más placenteras que el trabajo.

—Bill Trumper —respondió finalmente.

—¿Qué estabas haciendo… follándote a tu puta en alguna habitación vacía? ¿O quizá en el aseo de minusválidos? —odiaba ser tan infantil, pero no podía contenerme.

—Claro que no… Estoy en el trabajo (tu).

—Ya sé dónde estás. Acabo de marcar el número.

—No puedes llamarme al trabajo para echarme una bronca. Estoy muy ocupado. Si quieres, podemos vernos después para que me grites todo lo que quieras.

—¿Te has acostado con mi amiga? —le pregunté sin más rodeos.

—¿Qué?

—Maria me ha dicho que le tiraste los tejos.

—¿Qué?

—¿Te acostaste con ella o no?

—No sé lo que te habrá contado, pero…

—¿Eso es un «sí» o un «no»?

—¡No! Claro que no me he acostado con ella.

—Pero sí le tiraste los tejos.

—No —la voz pareció temblarle. O tal vez lo estuviera imaginando.

—Vaya, así que es ella la que está mintiendo… No como el hombre que ya me ha engañado follándose a otra.

—Por Dios, (tu), ¿cuándo vas a abandonar ese lenguaje?

—¡Cuando tú dejes de mentir!

—No estoy mintiendo. Tuve una aventura con una mujer, sí, pero en mí vida he intentado seducir a Maria y mucho menos me he acostado con ella —suspiró—. Si tengo que repetírtelo un millón de veces lo haré. Lo siento, (tu). Y te sigo queriendo.

—Que te jodan —espeté, y colgué llena de rabia.

No había pasado ni un minuto cuando el teléfono empezó a sonar. No me moleste en contestar, pues estaba convencida de que sería Bill.

Me pasé casi toda la tarde en el centro comercial, desahogando mi frustración en
las tiendas de ropa. Normalmente iba de compras con Maria, pero en aquella ocasión necesitaba estar sola. En mi estado de ánimo no sería una buena compañía para nadie. Ni siquiera para Tom, a quien pensé en ir a visitar aprovechando que su casa no estaba lejos de allí.

Había un momento para cada cosa, y esa tarde era para estar a solas con mis pensamientos. No podía dejar de pensar en lo que Maria me había contado. ¿Cómo habría intentado seducirla Bill? ¿Le habría susurrado palabras soeces al oído? ¿Le habría apretado el trasero? ¿La habría sorprendido en un cuarto de baño y le habría sugerido que echaran un polvo rápido?

Ni en mis fantasías más salvajes podía imaginarme a Bill pidiendo un polvo rápido. Pero tampoco me lo habría imaginado nunca teniendo una aventura. Sí sabía, en cambio, que podía ser un poco descarado cuando bebía más de la cuenta, lo cual casi nunca hacía. Tal vez le hubiera dado una palmada juguetona en el trasero a Maria y ella se lo había tomado en serio.
O tal vez yo me estaba agarrando a un clavo ardiendo.

¿Cómo podía estar segura de que Bill no era el tipo de hombre que perdía la cabeza por las mujeres? Podría haberme tenido engañada todo ese tiempo, y como había dicho Maria, haber confesado su infidelidad sólo porque su amante amenazaba con denunciarlo.

El estómago se me revolvió al pensar en esa posibilidad. Intenté sacármelo de la cabeza y concentrarme en los vestidos, zapatos y gafas de sol. Compré un par de sandalias, un sombrero de paja y un bañador nuevo en JC Penny. En Sears compré un juego de toallas color melocotón y una carísima cafetera para hacer capuccinos y expresos a la que ya le había echado el ojo con anterioridad. No necesitaba nada de eso, pero las compras me ayudaron a matar el tiempo.

Dejé las bolsas en el maletero de mi Honda Civic y fui a la librería Barnes & Noble. Quería buscar alguna novela de terror que me ayudase a distraerme, pero el primer libro que vi al entrar fue Cómo superar la separación. Giré la cabeza y me encontré con Él no es para ti. Me di la vuelta y salí corriendo de la librería.

Me obligué a pensar en Tom, lo que no me resultó especialmente difícil. Aún tenía demasiado vivo el recuerdo de sus caricias, de los gemidos inarticulados que brotaban de su pecho mientras me lamía, de la inmediata conexión que se había establecido entre nuestros cuerpos, como si no fuera la primera vez que lo hacíamos.

Tenía que volver a verlo. Necesitaba otra sesión de sexo salvaje.
No me bastaba con quedar empatada con Bill.

Volví al centro comercial y entré directamente en Victoria’s Secret, pero volví a salir en cuanto vi la ropa interior que lucían los maniquíes.

No quería estar sexy. Quería algo más atrevido, de modo que fui a Frederick’s of Hollywood y me compré la clase de lencería que habría conmocionado a Andrew. Un sujetador transparente con borlas sobre los pezones y un tanga con los mismos adornos.

Aquella noche iría a casa de Tom sin nada más que una gabardina sobre la ropa interior.
Al llegar a casa y soltar las bolsas en la cama, escuché los mensajes que tenía en el teléfono. El primero era de Bill, quien tuvo la desfachatez de suspirar con frustración antes de hablar.

—Sé que estás ahí —una pausa—. Bueno, supongo que no vas a responder… Pero tienes que creerme cuando te digo que no sé a lo que se refiere Maria. De verdad que no lo sé. Ni siquiera me siento atraído por ella. Te quiero, (tu), Y no dejaré de quererte por muy enfadada que estés conmigo. Recuérdalo, por favor.

El siguiente mensaje era también de Bill.

—Necesito hablar contigo, (tu). Llámame, por favor. Estaré en el hotel hasta las cinco. Después puedes localizarme en el móvil.

A continuación había un mensaje de Maria.

—Hola, (tu). Sólo te llamo para saber cómo estás. Oye, olvida lo que te he contado de Bill. Fue hace mucho tiempo y él estaba demasiado bebido como para saber lo que hacía. Decidas lo que decidas, yo estaré a tu lado para apoyarte incondicionalmente. Siento si no te lo ha parecido.

Maria se equivocaba al pensar que estaba furiosa con ella. Decidí llamarla más tarde, ya que en esos momentos no estaba de humor para hablar de nada que tuviera que ver con Bill. Lo que hice fue probarme la lencería nueva y desfilar ante el espejo de la cómoda. Me quedaba perfecta. Absolutamente perfecta.

¿Cómo reaccionaría Tom si me viera en su puerta ataviada con el atrevido conjunto bajo un abrigo abierto? Por primera vez desde la dolorosa confesión de Maria, me eché a reír. Seguro que Tom murmuraría algo en Alemán, tiraría de mí para meterme en casa y me desnudaría en menos de dos segundos.

No había ninguna razón por la que tuviera que esperar hasta la noche.

No había mejor momento que el presente…

Tenía el abrigo adecuado. Era negro, de algodón, provisto de un cinturón y me llegaba a la mitad del muslo. A pesar de ser más largo que las minifaldas y pantalones cortos que lucían las jóvenes de Florida, tenía la sensación de que todo el mundo que me viera sabría lo que 
llevaba debajo.

Salí de casa e intenté llegar al coche antes de que nadie pudiera verme, pero no lo conseguí. El señor Warner, el anciano vecino que vivía al otro lado de la calle, estaba en su puerta. Levantó la mano y me saludó animadamente. ¿Fue mi
imaginación o su sonrisa era más radiante de lo habitual?

Le devolví el saludo y me subí al coche. Yo vivía en Kissimmee, hogar de Mickey Mouse, a veinte minutos en coche de Orlando. Al ver el complejo residencial a la luz del día me fijé por primera vez en los hibiscos y el verdor de sus frondosos jardines. La fuente de la entrada parecía más impresionante de noche, al estar iluminada. Todo estaba tan limpio e impecable como el resto de Florida.

Aparqué delante del edificio número nueve y apagué el motor. Levanté la mirada hacia la ventana del segundo piso, desde donde se dominaba el aparcamiento. Tal vez Tom me hubiera oído llegar y se asomara.

No fue así.

Esperé hasta cerciorarme de que no había nadie cerca y entonces salí del coche y subí a toda prisa los escalones. Tendría que modificar mi plan, porque a plena luz del día no podía exhibirme en su puerta.

Llamé con los nudillos y esperé.

Al cabo de varios segundos volví a llamar.

Nada.

Fruncí el ceño con decepción. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida? Ni siquiera me había parado a pensar que tal vez no estuviera en casa.

Apenas eran las cinco de la tarde. Lo más probable era que aún siguiera en el trabajo.
No sé lo que esperaba, pero cuando me fui de su cama a las cuatro de la mañana no se me había ocurrido que tuviera que madrugar para ir a trabajar.

Busqué su coche en el aparcamiento, donde sólo había tres todoterrenos de color negro.
Pues claro que no estaba en casa. Debía de estar comprando o algo.

O en la cama de otra mujer.

Mientras volvía a mi coche pensé en que, aparte del tamaño de su miembro y de lo increíble que era en la cama, no sabía absolutamente nada de Tom. No sabía cómo se ganaba la vida, si se hacía la comida él solo o si tenía hermanos.

Era un completo desconocido a quien yo le había entregado mi cuerpo sin ninguna inhibición.
Como debía ser. Al fin y al cabo no era mi intención entablar una relación personal con él. Lo único que Tom y yo podíamos compartir era sexo.

Estaba a dos pasos de mi coche cuando oí unas pisadas detrás de mí. Un joven de veintipocos años estaba caminando por la acera, a unos diez metros de distancia. Su mirada se posó directamente en mi torso, como si tuviera visión de rayos X y pudiera ver lo que llevaba bajo el abrigo.

Abrí la puerta y me apreté el abrigo al trasero antes de sentarme. No quería
revelar más partes de mi cuerpo de las que ya quedaban a la vista.

Decidí esperar a Tom, pues aún no me apetecía volver a casa. Pero al cabo de diez largos minutos desistí de mi propósito. No sabía cuándo iba a regresar y no podía quedarme toda la noche en el aparcamiento.

Saqué un papel y un bolígrafo de la guantera y le escribí una nota. Si él quisiera, que me llamase cuando llegara a casa.

Tom, he venido a verte, pero no estabas.
Llámame al 407-555-0987.
(Tu)

Volví a su apartamento y deslicé la nota por debajo de la puerta.
—No me hagas esperar —dije en voz baja.




Chicas espero estén bien, disculpen por "abandonar" un poco y no subir capi pero eh estado pues, digamos que trabajando y no eh tenido mucho tiempo, espero pronto traerles el siguiente capitulo, muchas gracias por los  comentarios y espero disfruten el capi tanto como yo escribiéndolo, nos leemos pronto, os quiero!

jueves, 9 de agosto de 2012

Capitulo 14


Por la mañana me sentía como si hubiera librado un combate de lucha libre seguido de una maratón, pero no podía dejar de sonreír. Todo el cuerpo me palpitaba, incluso en los lugares más insospechados, y estaba lleno de marcas y magulladuras. Tenía un moratón en el brazo izquierdo, otro en el brazo derecho y los pezones aún me escocían por los fervientes lametones y mordiscos de Tom.

Era un hombre increíble. Absolutamente increíble. Después de hacerlo en el sofá, nos fuimos a su cama y allí nos pasamos tres horas probando toda clase de posturas, todas ellas tan excitantes que no sabría elegir una favorita. Lo único que sabía era que quería volver a probarlas todas.

Miré el reloj de la mesilla y vi que eran las diez y veinte. ¿Cómo podía estar despierta habiendo consumido todas mis energías la noche anterior? Yo había vuelto a casa hasta las cuatro de la mañana, tan exhausta que debería haber estado en coma varios días.

Y sin embargo era incapaz de dormir.

Aparté las sábanas y me levanté de un salto, y al hacerlo me vino a la memoria el grito tan desinhibido que solté con mi segundo orgasmo. Me resultaba sorprendente que los vecinos de Tom no hubiesen llamado a la policía.

Ya me había duchado en su casa… y habíamos tenido sexo bajo el agua… de modo que fui directamente a la cocina. Necesitaba un café bien cargado. Y llamar a Maria inmediatamente.

—Hola, (tu) —respondió al segundo tono.

—¿Qué haces?

—El vago. Aún estoy en pijama, viendo Sexo en Nueva York.

Lo pensé mejor y decidí contarle en persona mi experiencia. Aún no me había habituado a estar sola en casa.

—Apaga el televisor y mueve el trasero hasta aquí —le ordené—. Tengo noticias jugosas que contarte.

—Oooh… Voy para allá.

Estaba acabando la segunda taza de café cuando sonó el timbre de la puerta. Maria había llegado en un tiempo récord.

—Eres una zorra —me dijo alegremente nada más verme—. Lo has hecho, ¿verdad?

Como única respuesta levanté la mano izquierda para mostrarle el brazalete.

Maria soltó un estridente chillido y la agarré del brazo para meterla en casa.

—¡Cuéntame todos los detalles! —Exigió mientras entrábamos en la cocina—. Pero
espera un momento… ¿Estás cojeando?

Apoyé las manos en la encimera y me giré para encararla.

—Me duele en tantos sitios que no sé si debería ir al hospital.

Maria volvió a chillar.

—¿Café? —le ofrecí—. Necesito tomarme unas cuantas tazas más.

—Creo que voy a necesitar algo más fuerte — bromeó ella—. ¿Le puedes echar un poco de Baileys?

—Claro, si quieres…

Maria negó con la cabeza.

—Prefiero tomarlo solo. ¡Empieza a hablar de una vez!

—Espera a que estemos sentadas.

Mi amiga tamborileó impacientemente con los dedos en la encimera mientras yo servía el café. Nos acomodamos en el sofá del salón y sólo entonces decidí acabar con su agonía.

—No sé por dónde empezar…

—Empieza por lo más fuerte —respondió ella al momento, pero enseguida sacudió la cabeza—. No, no soy tan depravada. Empieza por el principio.

—Creo que el principio es lo más fuerte —le dije, arqueando una ceja.

—¿Cómo? ¿Quieres decir que empezasteis a follar en cuanto te abrió la puerta?

—Más o menos.

Maria abrió los ojos como platos y esbozó una ancha sonrisa.

—No fue exactamente así. Nos saludamos, me ofreció una copa…

—Seguro que fue el caballero perfecto. ¿Cómo fue? ¿Cuánto duró? ¿Cuántas veces te corriste?

—Como ya te he dicho, me duele todo el cuerpo. Y en cuanto al número de veces… no sabría decirte. En serio, ese tío es una máquina. Como los conejitos Duracell. que duran, y duran…

—¡Y tú te corrías, y corrías…! —exclamó Maria con una carcajada, y se fijó en mi boca con los ojos entornados—. ¿Tienes los labios hinchados?

Me pasé lentamente el dedo por el labio inferior. Era una de las muchas partes que me escocían.

—No es lo único que tengo hinchado.

—Oh, cielos… Creo que voy a necesitar el Baileys, después de todo.

—¿En serio?

—Desde luego.

Fui a por la botella de Baileys y eché una generosa cantidad en las tazas del café.

—Estuvimos haciéndolo cinco horas —le dije al sentarme de nuevo—. Podríamos haber durado mucho más, pero le dije a Tom que tenía que descansar.

—Ya sé que no debería preguntártelo, pero… qué demonios, ¿cómo es Tom comparado con Bill?

—No hay comparación posible —respondí, quizá demasiado rápido—. No me malinterpretes. Bill sabe cómo darme placer. Pero el sexo con Tom es sencillamente brutal. Justo lo que necesitaba en una aventura.

—Algo me dice que tuviste eso y más.

No quise mencionar la otra diferencia fundamental entre Bill y Tom… Lo mucho que Tom había disfrutado con el sexo oral. Me daba vergüenza admitir que nunca había podido correrme de esa manera.

—¿Vas a volver a verlo?

Me encogí de hombros y tomé un sorbo de café con Baileys.

—No tengo su número. Ni él tiene el mío.

—¿Y no te has molestado en consultar la guía telefónica?

—No.

Maria me miró como si me hubiera vuelto loca.

—El número de un tío así lo tendría grabado en marcación rápida.

—Ya veremos.

—¿Cómo que ya veremos? Tus ojos dicen que te mueres por verlo otra vez. Si un tío me hubiera dado a mí tantos orgasmos, lo estaría llamando a todas horas.

—Un hombre así puede crear adicción —señalé—. Tú misma dijiste que la razón de que perdonaras a Keith tantas veces fue que el sexo con él era genial. Y al final te destrozó el corazón.

—Lo primero, Keith era mi marido. Me casé con él porque lo amaba, no sólo por el sexo. Lo segundo, tú no estás enamorada de Tom. Lo vuestro es sólo sexo, y eso hace que todo sea mucho más fácil.

—Puede ser. Pero no quiero intimar demasiado con él… Ya me entiendes.

—No, no te entiendo.

—Es por Bill.

—¿Por Bill?

—Ahora mismo estamos separados y no me siento preparada para volver con él. Pero quién sabe si dentro de un tiempo acabaremos arreglándolo. Por eso no quiero tener nada serio con otro hombre.

Maria resopló con desdén.

—Yo no me preocuparía por Bill si fuera tú.

—¿Por qué odias tanto a Bill de repente?

—Oh, quizá porque te puso los cuernos y porque puedes perderlo todo si su amiguita decide denunciarlo.

—Ya… —no necesitaba que Maria me arrojase la dolorosa verdad a la cara—.

Pero al menos tuvo la decencia de contármelo. No como Keith. -

Transcurrió un breve silencio.-

—¿De verdad crees que Bill te lo habría contado si esa zorra no hubiera amenazado con denunciarlo?

La observación de Maria me dejó tan desconcertada que no pude responderle.

—Ya sé que para ti es una situación similar a la que yo viví con Keith. Crees que no puedo superar el daño que me hizo y que de alguna manera lo estoy proyectando en Bill.

No dije nada.

—Pero no es así —afirmó Maria.

—¿Crees que para mí es fácil? —le pregunté—. No sé lo que debo hacer. Ya es bastante duro aceptar la traición de Bill y el amor que aún siento por él. Ahora más que nunca necesito tu amistad y tu apoyo por encima de todo. Si no puedes ser objetiva con Bill, mejor será que no hablemos de él, ¿de acuerdo?

De nuevo volvió a hacerse el silencio.

—Aquí estaba, reviviendo la noche tan increíble que he pasado con Tom… y ahora estoy otra vez por los suelos.

—Hay algo que no te he contado —dijo Maria rápidamente.

—¿Qué?

La miré a los ojos, pero ella evitó mi mirada. Un escalofrío me recorrió el cuerpo. —¿De qué se trata, Maria? ¿Qué es lo que no me has contado?

—Quiero que te hagas una pregunta. ¿Crees que es la primera vez que Bill te engaña?

—¿Por qué me…? —la pregunta murió en mis labios, quedándome boquiabierta.

Maria me miró finalmente a los ojos y respiró hondo antes de hablar.

—Bill lo intentó conmigo una vez… Hará unos cinco años.

Sus palabras me traspasaron el pecho como un cuchillo de hielo.

—No.

—Sabes que yo jamás te traicionaría, así que no pienses que ocurrió algo. En su defensa hay que decir que estaba borracho, y que por eso preferí olvidar el incidente y no decirte nada.

—¿Lo intentó contigo? —mi voz era casi inaudible.

Maria asintió.

—Por eso me pregunto si ha sido ésta la primera vez.

Quería mostrarme fuerte ante la asombrosa revelación de Maria, pero los ojos se me llenaron de lágrimas.  

—¿Crees que me ha estado engañando todos estos años?

—No lo sé —respondió ella en tono suave—. No me parece que sea ese tipo de
hombre, pero… Oh, cariño —me apartó las lágrimas con ternura—. Quizá no tendría que haberte dicho nada. Fue hace mucho tiempo y no volvió a intentarlo. No sé por qué te lo he contado. Soy una bocazas…

—No… Me alegro de que lo hayas hecho —me levanté—. Y ojalá me lo hubieras contado antes. A lo mejor tienes razón y me estoy engañando a mí misma al pensar que Bill y yo podemos arreglar las cosas.

—Yo no he dicho eso…

Me obligué a bostezar.

—Estoy rendida. Creo que me voy a acostar otra vez.

Maria también se levantó.

—Te has enfadado conmigo, ¿verdad?

—No, nada de eso —la abracé para demostrárselo.

No estaba furiosa con ella. Lo estaba conmigo misma.

Por ser tan ingenua........ 



 Hey chicas, espero estén bien... y como siempre disculpen la tardanza! pero por fin eh salido de vacaciones de la uni, lo mas seguro es que comenzare a trabajar, pero al menos tendré mas tiempo pasa subir capitulo, muchas gracias por los comentarios! espero disfruten este capi tanto como yo escribiéndolo!  nos leemos pronto!