Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

sábado, 23 de junio de 2012

Capitulo 10


Tom vivía en un complejo residencial de Orange Blossom Trail, en la carretera de Florida Mall. Como casi todas las construcciones en la costa de Florida, sólo constaba de tres plantas, con cuatro o seis apartamentos por edificio. 

Aunque estaba oscuro pude apreciar que el complejo era bonito y que estaba bien cuidado, con muchos arbustos y flores y grandes extensiones de césped. Los edificios eran de color melocotón con tablillas rojas, aunque eso ya lo apreciaría mejor a la mañana siguiente.

Tom aparcó frente al edificio número nueve, apagó el motor y me miró.

—¿Tienes condones? —me sorprendí a mí misma preguntándole.

Una sonrisa apareció en su rostro.

—Sí.

—Tendría que habértelo preguntado antes, lo siento… —no acabé la frase, pues ya no tenía sentido. Aún seguía mareada por todo el alcohol consumido, y desde ese momento en adelante tendría que concentrarme en otra cosa que no fuera hablar.

Tom me abrió la puerta del coche y me ofreció caballerosamente el brazo para salir. Me hizo pensar en Bill y en que ya no tenía esos detalles conmigo.

También me gustó que me llevara de la mano hacia la puerta. El edificio tenía dos niveles y Tom vivía en el segundo, en la primera puerta a la izquierda. Me soltó para abrir y algo me hizo mirar por encima del hombro.

No vi a nadie.

¿Acaso temía que algún conocido de Bill me viera entrando en la casa de otro hombre? No necesitaba el permiso de mi esposo para acostarme con quien me diera la gana.

Todos los pensamientos volaron de mi cabeza en cuanto Tom me envolvió en sus brazos y me hizo entrar en su casa. Cerró la puerta con el pie y me besó en los labios.

Mi primera reacción fue de sorpresa, pero un momento después ya me estaba derritiendo contra él. Tom no mostraba la menor timidez ni inseguridad a la hora de introducir su lengua en mi boca y besarme con una pasión incontenible. El calor se propagó por mi cuerpo y mi sexo empezó a palpitar furiosamente.

Tom interrumpió el beso y dio un paso atrás. El aire enfrió ligeramente el ardor de mis labios 
 humedecidos.

—¿Te apetece una copa?

—No, gracias —ya había bebido bastante por aquella noche.

—¿Te importa si yo tomo una?

—No, Claro que no.

Tom fue a la cocina y yo aproveché para observar los cuadros abstractos que colgaban de la pared. No era la típica vivienda de un soltero. Todo estaba impecable y decorado con estilo. Las paredes eran blancas y contrastaban elegantemente con el sofá y los sillones de color beige. La alfombra era de color crema y no se apreciaba ni una sola mancha.

—Tienes una casa muy bonita —comenté en voz baja, aunque sabía que no podía oírme.

Cuando lo vi saliendo de la cocina con una Coors Light en la mano el estómago me palpitó con fuerza. Era realmente atractivo. Más que atractivo.

Se llevó la botella a los labios y por alguna razón me sorprendí imaginando cómo sería sentir esa lengua en mi sexo empapado.

La idea me puso aún más nerviosa y me senté en el sofá. Él se acomodó a mi lado y tomó otro trago de cerveza. Antes incluso de apartar la botella de su boca, me agarró por la nuca y tiró de mí para volver a besarme.

Fue como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Mis labios se abrieron con un gemido y Tom me capturó la punta de la lengua con los dientes. Todo mi cuerpo volvía a renacer de deseo, como hacía mucho que no me sentía.

Entrelacé los dedos en sus cabellos y tiré con suavidad, pero él volvió a interrumpir el beso y yo gemí con frustración, preguntándome si había creído erróneamente que le estaba pidiendo que se detuviera.

Apartó su rostro del mío y alargó el brazo para dejar la botella en la mesa, antes de volver a besarme y acariciarme la cara y el cuello como si fuese una obra de arte.
Nunca me había sentido tan hermosa.

—¿Cómo quieres que te dé placer? —me preguntó con voz ronca.

—Ya me lo estás dando. Tom colocó una mano entre mis pechos y yo contuve la respiración, preguntándome si tiraría hacia abajo de la camiseta… y deseando que lo hiciera.

—¿Qué es lo que más te gusta?

Su mano descendió hasta mi vientre, donde apartó la camiseta y me acarició rítmicamente la piel desnuda, mucho más clara que sus dedos.

—Quiero darte placer de todas las formas posibles, bella.
Llevaba mucho tiempo apartada de citas y seducciones, pero no creía que Tom fuese el típico hombre que pensaba ante todo en su satisfacción personal y luego en el placer de su amante. Y sus últimas palabras acababan de demostrármelo.

—¿Qué cosas no te hacía tu marido que te gustaría probar conmigo?

Se me formó un nudo en el estómago.

—No, por favor. No hables de él. No quiero pensar en mi ex.

Tom no dijo nada y se limitó a bajar las manos y posarlas en mi falda.

—Estás nerviosa.

—Sí.

—Hace mucho que no estás con otro hombre.

—Quiero hacerlo contigo.

Llevó la mano hasta la parte alta de mis muslos.

—Por la forma en que juntas las piernas parece gustarte que alguien juegue con tu sexo…
Gemí sin poder evitarlo.

—Así que tengo razón —bajó aún más la mano mientras se valía de la parte superior de su cuerpo para echarme hacia atrás en el sofá—. ¿Por qué me parece que tu sexo se muere por recibir atención?

—¿Por qué lo dices? —pregunté. Era como si me estuviese leyendo la mente.

—No separas las piernas para mí, y sin embargo en tus ojos arde el deseo —me puso una mano en el vientre—. Lo siento en tu respiración.

Miré la mano posada sobre mi camiseta roja y advertí lo rápidamente que subía y bajaba. Tom tenía razón.

Y yo tenía razón acerca de él. No era un hombre como los demás.

—Relaja las piernas, bella.

Así lo hice, y él las separó y subió con una mano por el muslo, muy lentamente, como si se deleitara con cada palmo de mi piel. Cuando llegó a mi sexo gimió de placer y empezó a acariciarme el clítoris a través de las bragas.

—¿Te gusta?

Solté una temblorosa espiración.

—Sí…

Siguió frotándome hasta hacerme jadear, y entonces me apartó las bragas para tocarme sin obstáculos por medio. Una descarga de deseo sexual me hizo cerrar los ojos y apretar con fuerza los párpados.

—Sí —murmuró él. Eso es…

Mis gemidos se hicieron más fuertes y el cuerpo se me empezó a tensar. Tom dejó de acariciarme, como si quisiera impedir que me corriera, pero no separó los dedos de mi sexo.

—¿Sabes lo que más me gusta del clítoris de una mujer? —volvió a mover los dedos, haciéndome estremecer—. Me encanta cómo se pone erecto, igual que un pene. Y cómo se estremece cuando la mujer se excita. Como está tu clítoris ahora, duro y palpitante —pegó la nariz a mi cuello y aspiró profundamente—. Dime qué quieres que te haga.

Lo agarré por la camisa.

—Fóllame.

—Creo que quieres otra cosa —deslizó un dedo en mi vagina y solté un apasionado gemido—. ¿Mis dedos? ¿Mi lengua? Dímelo…

—Fóllame, por favor.

—No hay ninguna prisa. Tenemos toda la noche —las caricias de sus dedos cobraron velocidad, dejándome sin aliento.

—Quiero que me folles ahora. Lo necesito…

—Lo necesitas —repitió él—. ¿Al sexo o a mí? Lo miré a los ojos sin entender la pregunta.

—A ti —respondí, y apreté las caderas contra su mano para que no hubiese ninguna duda. Él volvió a tocarme el clítoris y yo cerré los ojos de nuevo.

—Sí, sí, sí —exclamé entre jadeos—. Eso es… Hazme olvidar… Los dedos de Tom volvieron a detenerse.

—¿Qué has dicho? Una vez más abrí los ojos. Cada vez me costaba más respirar.

—¿Qué?

—Has dicho que te haga olvidar. ¿Olvidar qué? ¿A tu marido, tal vez? ¿Había dicho eso sin darme cuenta? —Quiero que me desees a mí —enfatizó él.

—Te deseo —insistí. Levanté la cabeza y lo besé en la mandíbula—. Te deseo a ti. Tom no pareció muy convencido y se apartó.

—Lo que deseas es olvidar el daño que te ha hecho tu marido… Y creo que cualquier hombre te serviría para ello.

—¿Qué? ¡No! Eso no es cierto —le eché los brazos al cuello—. Supe que tenías que ser tú en cuanto te vi. Estoy aquí porque te deseo. A ti y a nadie más.

Tom me puso las manos en los brazos, pero no para acariciarme. —Me gustas, (tu). Y no quiero que mañana por la mañana pienses en mí como un error. Le tomé el rostro entre las manos.

—¿Por qué dices eso? No pensaré eso de ti. Tom giró la cabeza y me besó en una de las palmas.

—Ya sabes dónde vivo.

El corazón se me aceleró.

—¿Vas a echarme?

—Si mañana cuando te despiertes me sigues deseando, puedes volver.

Gemí con impotencia y decepción. Todo el cuerpo me temblaba de deseo carnal.

—No me hagas esto, por favor.

Tom volvió a besarme en la palma y en la muñeca.

—Ya… —otro beso— sabes… —otro beso— dónde… —otro beso— vivo —por último, se acercó a mi boca y me besó con ternura en los labios—. Si me deseas.

—Por favor…

Me hizo callar con un beso voraz y apasionado, dejando muy claro que no quería que la noche acabase tan pronto. Pero al poco rato se separó y fue hacia el teléfono.

—¿Qué haces?

—Pedirte un taxi. Te pagaré la carrera, naturalmente.

—No, por favor. Puedes llevarme a casa, si quieres.

—Si te llevo, querré hacer de todo contigo. Y no quiero hacer nada hasta que estés preparada —marcó un número—. Además, así no sabré dónde vives, por lo que la decisión de volver a verme será sólo tuya.

Pidió que enviaran un taxi a su dirección y volvió a sentarse junto a mí. Me agarró de las manos y me besó en la mejilla.

—¿Tu marido te engañó? —me preguntó amablemente.

Asentí.

—Es un idiota —dijo.

Lo único que pude hacer fue asentir de nuevo.

—¿Puedo usar tu cuarto de baño?

Él asintió y me indicó una puerta detrás del sofá.

Al mirarme en el espejo fruncí el ceño con disgusto. Tenía los ojos enrojecidos y semicerrados, como una persona que había bebido demasiado.

No era extraño que Tom no quisiera acostarse conmigo. Tal vez pensara que sólo quería vengarme de mi esposo, o tal vez intuía que no estaba lo bastante sobria para hacerlo, pero en cualquier caso era un caballero.

Cuando salí del baño vi que estaba en la puerta y que el taxista ya había llegado.
Quise decirle que lo despidiera y asegurarle que quería pasar la noche con él, pero no lo hice. 
Si Tom no quería que me quedara, yo no iba a suplicarle.

—Ya le he pagado el trayecto —dijo. Obviamente se estaba cerciorando de que el taxista no me cobrara dos veces.

Asentí y salí al rellano, pero dudé un momento en la puerta mientras el taxista bajaba la escalera.

—Eres un hombre muy extraño —le dije a Tom —. Primero me vuelves loca de excitación y luego me hechas a la calle…

Volvió a besarme y me empujó suavemente.

—Ya sabes dónde vivo.

Y sin decir más, me lanzó un beso y cerró la puerta.




—¿Qué quieres decir con que «no pasó nada»? — exclamó Maria al otro lado del teléfono, tan alto que tuve que retirarme el auricular de la oreja.

—Nada exactamente no —corregí—. Llegamos a la primera base, pero ahí quedé eliminada.

—No lo entiendo.

—Te aseguro que más perpleja que yo no hay nadie —le dije, sentada con las piernas cruzadas en el sofá, todavía en pijama, con una taza de café solo en la mesita. Tokio estaba en su cajón junto a la puerta del patio, al sol de la mañana.

—¿Cómo es posible, después de que no pudieran dejar de tocarse en la pista de baile?
Tomé un sorbo de café antes de responder. Era mi tercera taza y además me había tomado un par de analgésicos, pero hacía mucho tiempo que no sufría una resaca semejante.

—Supongo que dije algo equivocado.

—¿Qué dijiste, si se puede saber?

—Estaba bebida y le dije que me hiciera olvidar. Tom lo interpretó como que no estaba interesada en él… Que sólo quería utilizarlo para escapar de mis problemas.

—¿Qué hombre en su sano juicio rechazaría una noche de sexo? —pregunto Maria con asombro e indignación.

—Eso es lo que llevo pensando toda la noche. Pero de lo que estoy segura es que no se parece en nada a ningún hombre que haya conocido antes.

—Qué me vas a contar...

—La verdad es que no puedo culparlo. Me sorprende que me llevara a su casa estando tan borracha. Por cierto, recuérdame que nunca más vuelva a beber tanto.

—Bueno, ya encontrarás a alguien más. Hay muchos hombres esperando, no te preocupes.

—No —hice un gesto de rechazo con la mano, aunque Maria no podía verlo—. Voy a olvidarme de todo esto.

—¿Por qué?

—Porque tal vez Tom tenía razón y aún no estoy preparada para tener una aventura. No puedo acostarme con cualquiera sólo porque Bill me haya engañado.

—Eso es precisamente lo que deberías hacer — replicó Maria como si fuera una autoridad en la materia.

—Con todos mis respetos, Maria, se trata de mi vida, no de ti y de Keith.

—Uf.

Enseguida me arrepentí de lo que había dicho, aunque sabía que la opinión de Maria estaba influida por su mala experiencia. Le había perdonado a su novio una infidelidad tras otra, había hecho todo lo posible por salvar su relación, y al final sólo había conseguido que él la abandonara. —No quería decir eso, Maria —dije en tono más suave—. Sé que te preocupas por mí, y tal vez tengas razón en lo que dices. Pero… tengo que a averiguar por mí misma lo que debo hacer.

En el fondo no me sentía tan frustrada como le había hecho creer a Maria, porque, aunque no llegara a comprender a Tom, respetaba su decisión de mandarme a casa. El noventa y nueve por ciento de los hombres se habrían acostado conmigo, sin importarles cómo me sintiera.

—Te entiendo —dijo Maria—. Y no te estoy diciendo lo que tienes que hacer.

—Ya lo sé —tomé otro sorbo y guardé un breve silencio—. He perdido mi brazalete, ¿sabes? Recuerdo que lo llevaba en el coche de Tom, así que se me debió de caer en su casa mientras nos besábamos en el sofá. ¿Crees que debería ir a buscarlo?

—¿El brazalete de platino y esmeraldas que Bill te regaló en vuestro primer aniversario?

—El mismo.

—No sé, chica, puede que tu matrimonio se haya roto, pero…

—Ya —la interrumpí—. Tengo que recuperarlo. Me encanta ese brazalete, aunque fuera un regalo de Bill. Y además es muy caro.

—Puede que aún tengas una posibilidad con Tom —sugirió Maria en tono esperanzado—. A lo mejor te dejaste el brazalete en su casa a propósito, aunque no te dieras cuenta.

No tuve tiempo de responderle, porque un pitido en el teléfono indicó que tenía una llamada por la otra línea.

—Tengo otra llamada, Maria. Luego te llamo.

—Muy bien. Hasta luego.

Apreté el botón parpadeante para pasar a la otra línea.

—¿Diga?

Al principio nadie respondió.

—(Tu).

Una dolorosa punzada me atravesó el estómago al oír  esa voz.

—Bill —tragué saliva y temí que fuera a ser así para siempre, dolor en vez de emoción—. ¿Qué quieres?

—Te echo de menos.

El estómago se me encogió.

—No… no puedo hacer esto. Es…

—Ya sé que necesitas más tiempo —se apresuró a decirme—. Sólo quería oír tu voz (Tu)...

Mi nombre sonaba agridulce en sus labios. No debería ser así.

—También quería que supieras que voy a intentar que lo nuestro funcione.

—¿Qué quieres decir con eso? —le pregunté, y enseguida deseé no haberlo hecho. No quería tener aquella conversación en esos momentos.

—Estoy pensando en varios opciones para solucionar el problema.

El estómago se me volvió a revolver.

—No… no puedo hablar de esto ahora.

—Está bien.

—No, no está bien, Bill. Lo echaste todo a perder.

—Lo sé, y voy a…

Colgué sin darle tiempo a terminar.

Agarré la taza de café con manos temblorosas y bebí tan rápido que me atraganté.

—Maldito seas, Bill.

Las náuseas dejaron paso a la furia mientras pensaba en sus palabras. «El problema», había dicho. Ni siquiera había mencionado el nombre de la otra mujer.
Decía que quería salvar nuestro matrimonio, pero eso era imposible a menos que fuera sincero conmigo.

Me levanté y fui al cuarto de baño para meterme en la ducha. Aguanté la respiración bajo el chorro de agua caliente hasta que los pulmones me empezaron a arder. No quería llorar, pero no podía evitarlo. Tom tenía razón al decir que necesitaba una distracción, porque cada vez que pensaba en Bill me sumía en la desesperación más profunda.

«Piensa en Tom ».

Intenté evocar la sonrisa de Tom y el deseo que ardía en sus ojos oscuros. Vertí un poco de gel en mis manos y empecé a enjabonarme los pechos. Eran bonitos, grandes y turgentes, y los pezones se me endurecieron al tacto. Llevé las manos hacia abajo y las detuve sobre mi vientre, plano y firme. Un gemido de tristeza se me escapó de la garganta. Pocos meses antes Bill y yo habíamos decidido tener un hijo… y él se había acostado con otra.

¿Se habría duchado con ella? ¿Le habría pellizcado los pezones? ¿La habría masturbado con sus manos enjabonadas hasta llevarla al orgasmo?

Descargué el puño contra los azulejos de la ducha. Las imágenes de lo que Bill y su amante sin rostro podían haber hecho me estaban volviendo loca.

Había soñado con ellos y de nuevo volvían a acosarme. Nunca podría superarlo a menos que tuviera respuestas. 


 
Chicas!! Espero estén bien! antes de decir nada más! MIL DISCULPAS por la tardanza! de verdad quería subir capi antes pero la uni me tenia sumamente ocupada, ahora es que eh salido de algunas evaluaciones y pues tuve el chance de subir, Muchas gracias por sus comentarios, el capi esta un poquitin largo (creo ...? ) espero lo disfruten tanto como yo escribiéndolo,  ahora si prometo tratar de subir más a menudo! de nuevo muchas gracias y, Os quiero mucho! Nos leemos pronto.

3 comentarios:

  1. Genia! me encanto. Amo la forma en que describes todo. Seguí así... Y subí mas rápido, tenías que verme, cada cinco minutos entraba para ver si subiste cap. Besos de Argentina. Ale.

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  2. wooooooooo me encanto el cap aaa amo la fic esta interesante y Tom se porto como todo un caballero aa tan lindo..

    subeeeeeeeee otro pronto xfaaa que amo la fic
    espero que te vaya bien en la uni...sabes yo tambien estoy en la uni y te comprendo aveces es muy estresante y no te da tiempo ni de terner vida social ni nada :/
    bye cuidate mucho te kiero alien :)

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  3. Creo que deberías que (tu) vuelva loco a Tom y sea el quien se muera por follar con ella. :3.
    Y bueno que venga lo que sea. xdd.
    Me gusto síguela!! :)

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