Tom vivía en un
complejo residencial de Orange Blossom Trail, en la carretera de Florida Mall.
Como casi todas las construcciones en la costa de Florida, sólo constaba de
tres plantas, con cuatro o seis apartamentos por edificio.
Aunque estaba
oscuro pude apreciar que el complejo era bonito y que estaba bien cuidado, con
muchos arbustos y flores y grandes extensiones de césped. Los edificios eran de
color melocotón con tablillas rojas, aunque eso ya lo apreciaría mejor a la
mañana siguiente.
Tom aparcó
frente al edificio número nueve, apagó el motor y me miró.
—¿Tienes
condones? —me sorprendí a mí misma preguntándole.
Una sonrisa
apareció en su rostro.
—Sí.
—Tendría que
habértelo preguntado antes, lo siento… —no acabé la frase, pues ya no tenía
sentido. Aún seguía mareada por todo el alcohol consumido, y desde ese momento
en adelante tendría que concentrarme en otra cosa que no fuera hablar.
Tom me abrió la
puerta del coche y me ofreció caballerosamente el brazo para salir. Me hizo
pensar en Bill y en que ya no tenía esos detalles conmigo.
También me
gustó que me llevara de la mano hacia la puerta. El edificio tenía dos niveles
y Tom vivía en el segundo, en la primera puerta a la izquierda. Me soltó para
abrir y algo me hizo mirar por encima del hombro.
No vi a nadie.
¿Acaso temía
que algún conocido de Bill me viera entrando en la casa de otro hombre? No
necesitaba el permiso de mi esposo para acostarme con quien me diera la gana.
Todos los
pensamientos volaron de mi cabeza en cuanto Tom me envolvió en sus brazos y me
hizo entrar en su casa. Cerró la puerta con el pie y me besó en los labios.
Mi primera
reacción fue de sorpresa, pero un momento después ya me estaba derritiendo
contra él. Tom no mostraba la menor timidez ni inseguridad a la hora de
introducir su lengua en mi boca y besarme con una pasión incontenible. El calor
se propagó por mi cuerpo y mi sexo empezó a palpitar furiosamente.
Tom interrumpió
el beso y dio un paso atrás. El aire enfrió ligeramente el ardor de mis labios
humedecidos.
—¿Te apetece
una copa?
—No, gracias
—ya había bebido bastante por aquella noche.
—¿Te importa si
yo tomo una?
—No, Claro que
no.
Tom fue a la
cocina y yo aproveché para observar los cuadros abstractos que colgaban de la
pared. No era la típica vivienda de un soltero. Todo estaba impecable y
decorado con estilo. Las paredes eran blancas y contrastaban elegantemente con
el sofá y los sillones de color beige. La alfombra era de color crema y no se
apreciaba ni una sola mancha.
—Tienes una
casa muy bonita —comenté en voz baja, aunque sabía que no podía oírme.
Cuando lo vi
saliendo de la cocina con una Coors Light en la mano el estómago me palpitó con
fuerza. Era realmente atractivo. Más que atractivo.
Se llevó la
botella a los labios y por alguna razón me sorprendí imaginando cómo sería
sentir esa lengua en mi sexo empapado.
La idea me puso
aún más nerviosa y me senté en el sofá. Él se acomodó a mi lado y tomó otro
trago de cerveza. Antes incluso de apartar la botella de su boca, me agarró por
la nuca y tiró de mí para volver a besarme.
Fue como si
hubiera recibido una descarga eléctrica. Mis labios se abrieron con un gemido y
Tom me capturó la punta de la lengua con los dientes. Todo mi cuerpo volvía a
renacer de deseo, como hacía mucho que no me sentía.
Entrelacé los
dedos en sus cabellos y tiré con suavidad, pero él volvió a interrumpir el beso
y yo gemí con frustración, preguntándome si había creído erróneamente que le
estaba pidiendo que se detuviera.
Apartó su
rostro del mío y alargó el brazo para dejar la botella en la mesa, antes de
volver a besarme y acariciarme la cara y el cuello como si fuese una obra de
arte.
Nunca me había
sentido tan hermosa.
—¿Cómo quieres
que te dé placer? —me preguntó con voz ronca.
—Ya me lo estás
dando. Tom colocó una mano entre mis pechos y yo contuve la respiración,
preguntándome si tiraría hacia abajo de la camiseta… y deseando que lo hiciera.
—¿Qué es lo que
más te gusta?
Su mano
descendió hasta mi vientre, donde apartó la camiseta y me acarició rítmicamente
la piel desnuda, mucho más clara que sus dedos.
—Quiero darte
placer de todas las formas posibles, bella.
Llevaba mucho
tiempo apartada de citas y seducciones, pero no creía que Tom fuese el típico
hombre que pensaba ante todo en su satisfacción personal y luego en el placer
de su amante. Y sus últimas palabras acababan de demostrármelo.
—¿Qué cosas no
te hacía tu marido que te gustaría probar conmigo?
Se me formó un
nudo en el estómago.
—No, por favor.
No hables de él. No quiero pensar en mi ex.
Tom no dijo
nada y se limitó a bajar las manos y posarlas en mi falda.
—Estás
nerviosa.
—Sí.
—Hace mucho que
no estás con otro hombre.
—Quiero hacerlo
contigo.
Llevó la mano
hasta la parte alta de mis muslos.
—Por la forma
en que juntas las piernas parece gustarte que alguien juegue con tu sexo…
Gemí sin poder
evitarlo.
—Así que tengo
razón —bajó aún más la mano mientras se valía de la parte superior de su cuerpo
para echarme hacia atrás en el sofá—. ¿Por qué me parece que tu sexo se muere
por recibir atención?
—¿Por qué lo
dices? —pregunté. Era como si me estuviese leyendo la mente.
—No separas las
piernas para mí, y sin embargo en tus ojos arde el deseo —me puso una mano en
el vientre—. Lo siento en tu respiración.
Miré la mano
posada sobre mi camiseta roja y advertí lo rápidamente que subía y bajaba. Tom
tenía razón.
Y yo tenía
razón acerca de él. No era un hombre como los demás.
—Relaja las
piernas, bella.
Así lo hice, y
él las separó y subió con una mano por el muslo, muy lentamente, como si se
deleitara con cada palmo de mi piel. Cuando llegó a mi sexo gimió de placer y
empezó a acariciarme el clítoris a través de las bragas.
—¿Te gusta?
Solté una
temblorosa espiración.
—Sí…
Siguió
frotándome hasta hacerme jadear, y entonces me apartó las bragas para tocarme
sin obstáculos por medio. Una descarga de deseo sexual me hizo cerrar los ojos
y apretar con fuerza los párpados.
—Sí —murmuró
él. Eso es…
Mis gemidos se
hicieron más fuertes y el cuerpo se me empezó a tensar. Tom dejó de
acariciarme, como si quisiera impedir que me corriera, pero no separó los dedos
de mi sexo.
—¿Sabes lo que
más me gusta del clítoris de una mujer? —volvió a mover los dedos, haciéndome
estremecer—. Me encanta cómo se pone erecto, igual que un pene. Y cómo se
estremece cuando la mujer se excita. Como está tu clítoris ahora, duro y
palpitante —pegó la nariz a mi cuello y aspiró profundamente—. Dime qué quieres
que te haga.
Lo agarré por
la camisa.
—Fóllame.
—Creo que
quieres otra cosa —deslizó un dedo en mi vagina y solté un apasionado gemido—.
¿Mis dedos? ¿Mi lengua? Dímelo…
—Fóllame, por
favor.
—No hay ninguna
prisa. Tenemos toda la noche —las caricias de sus dedos cobraron velocidad,
dejándome sin aliento.
—Quiero que me
folles ahora. Lo necesito…
—Lo necesitas
—repitió él—. ¿Al sexo o a mí? Lo miré a los ojos sin entender la pregunta.
—A ti
—respondí, y apreté las caderas contra su mano para que no hubiese ninguna
duda. Él volvió a tocarme el clítoris y yo cerré los ojos de nuevo.
—Sí, sí, sí
—exclamé entre jadeos—. Eso es… Hazme olvidar… Los dedos de Tom volvieron a
detenerse.
—¿Qué has
dicho? Una vez más abrí los ojos. Cada vez me costaba más respirar.
—¿Qué?
—Has dicho que
te haga olvidar. ¿Olvidar qué? ¿A tu marido, tal vez? ¿Había dicho eso sin
darme cuenta? —Quiero que me desees a mí —enfatizó él.
—Te deseo
—insistí. Levanté la cabeza y lo besé en la mandíbula—. Te deseo a ti. Tom no
pareció muy convencido y se apartó.
—Lo que deseas
es olvidar el daño que te ha hecho tu marido… Y creo que cualquier hombre te
serviría para ello.
—¿Qué? ¡No! Eso
no es cierto —le eché los brazos al cuello—. Supe que tenías que ser tú en
cuanto te vi. Estoy aquí porque te deseo. A ti y a nadie más.
Tom me puso las
manos en los brazos, pero no para acariciarme. —Me gustas, (tu). Y no quiero
que mañana por la mañana pienses en mí como un error. Le tomé el rostro entre
las manos.
—¿Por qué dices
eso? No pensaré eso de ti. Tom giró la cabeza y me besó en una de las palmas.
—Ya sabes dónde
vivo.
El corazón se
me aceleró.
—¿Vas a
echarme?
—Si mañana
cuando te despiertes me sigues deseando, puedes volver.
Gemí con
impotencia y decepción. Todo el cuerpo me temblaba de deseo carnal.
—No me hagas
esto, por favor.
Tom volvió a
besarme en la palma y en la muñeca.
—Ya… —otro
beso— sabes… —otro beso— dónde… —otro beso— vivo —por último, se acercó a mi
boca y me besó con ternura en los labios—. Si me deseas.
—Por favor…
Me hizo callar
con un beso voraz y apasionado, dejando muy claro que no quería que la noche
acabase tan pronto. Pero al poco rato se separó y fue hacia el teléfono.
—¿Qué haces?
—Pedirte un
taxi. Te pagaré la carrera, naturalmente.
—No, por favor.
Puedes llevarme a casa, si quieres.
—Si te llevo,
querré hacer de todo contigo. Y no quiero hacer nada hasta que estés preparada —marcó un número—. Además, así no sabré dónde vives, por lo que la decisión de
volver a verme será sólo tuya.
Pidió que
enviaran un taxi a su dirección y volvió a sentarse junto a mí. Me agarró de
las manos y me besó en la mejilla.
—¿Tu marido te
engañó? —me preguntó amablemente.
Asentí.
—Es un idiota
—dijo.
Lo único que
pude hacer fue asentir de nuevo.
—¿Puedo usar tu
cuarto de baño?
Él asintió y me
indicó una puerta detrás del sofá.
Al mirarme en
el espejo fruncí el ceño con disgusto. Tenía los ojos enrojecidos y
semicerrados, como una persona que había bebido demasiado.
No era extraño
que Tom no quisiera acostarse conmigo. Tal vez pensara que sólo quería vengarme
de mi esposo, o tal vez intuía que no estaba lo bastante sobria para hacerlo,
pero en cualquier caso era un caballero.
Cuando salí del
baño vi que estaba en la puerta y que el taxista ya había llegado.
Quise decirle
que lo despidiera y asegurarle que quería pasar la noche con él, pero no lo
hice.
Si Tom no quería que me quedara, yo no iba a suplicarle.
—Ya le he
pagado el trayecto —dijo. Obviamente se estaba cerciorando de que el taxista no
me cobrara dos veces.
Asentí y salí
al rellano, pero dudé un momento en la puerta mientras el taxista bajaba la
escalera.
—Eres un hombre
muy extraño —le dije a Tom —. Primero me vuelves loca de excitación y luego me hechas
a la calle…
Volvió a
besarme y me empujó suavemente.
—Ya sabes dónde
vivo.
Y sin decir más, me lanzó un beso y cerró la
puerta.
—¿Qué quieres
decir con que «no pasó nada»? — exclamó Maria al otro lado del teléfono, tan
alto que tuve que retirarme el auricular de la oreja.
—Nada
exactamente no —corregí—. Llegamos a la primera base, pero ahí quedé eliminada.
—No lo
entiendo.
—Te aseguro que
más perpleja que yo no hay nadie —le dije, sentada con las piernas cruzadas en
el sofá, todavía en pijama, con una taza de café solo en la mesita. Tokio estaba
en su cajón junto a la puerta del patio, al sol de la mañana.
—¿Cómo es
posible, después de que no pudieran dejar de tocarse en la pista de baile?
Tomé un sorbo
de café antes de responder. Era mi tercera taza y además me había tomado un par
de analgésicos, pero hacía mucho tiempo que no sufría una resaca semejante.
—Supongo que
dije algo equivocado.
—¿Qué dijiste,
si se puede saber?
—Estaba bebida
y le dije que me hiciera olvidar. Tom lo interpretó como que no estaba
interesada en él… Que sólo quería utilizarlo para escapar de mis problemas.
—¿Qué hombre en
su sano juicio rechazaría una noche de sexo? —pregunto Maria con asombro e
indignación.
—Eso es lo que
llevo pensando toda la noche. Pero de lo que estoy segura es que no se parece
en nada a ningún hombre que haya conocido antes.
—Qué me vas a
contar...
—La verdad es
que no puedo culparlo. Me sorprende que me llevara a su casa estando tan
borracha. Por cierto, recuérdame que nunca más vuelva a beber tanto.
—Bueno, ya
encontrarás a alguien más. Hay muchos hombres esperando, no te preocupes.
—No —hice un
gesto de rechazo con la mano, aunque Maria no podía verlo—. Voy a olvidarme de
todo esto.
—¿Por qué?
—Porque tal vez
Tom tenía razón y aún no estoy preparada para tener una aventura. No puedo
acostarme con cualquiera sólo porque Bill me haya engañado.
—Eso es
precisamente lo que deberías hacer — replicó Maria como si fuera una autoridad
en la materia.
—Con todos mis
respetos, Maria, se trata de mi vida, no de ti y de Keith.
—Uf.
Enseguida me
arrepentí de lo que había dicho, aunque sabía que la opinión de Maria estaba
influida por su mala experiencia. Le había perdonado a su novio una infidelidad
tras otra, había hecho todo lo posible por salvar su relación, y al final sólo
había conseguido que él la abandonara. —No quería decir eso, Maria —dije en
tono más suave—. Sé que te preocupas por mí, y tal vez tengas razón en lo que
dices. Pero… tengo que a averiguar por mí misma lo que debo hacer.
En el fondo no
me sentía tan frustrada como le había hecho creer a Maria, porque, aunque no
llegara a comprender a Tom, respetaba su decisión de mandarme a casa. El
noventa y nueve por ciento de los hombres se habrían acostado conmigo, sin
importarles cómo me sintiera.
—Te entiendo
—dijo Maria—. Y no te estoy diciendo lo que tienes que hacer.
—Ya lo sé —tomé
otro sorbo y guardé un breve silencio—. He perdido mi brazalete, ¿sabes?
Recuerdo que lo llevaba en el coche de Tom, así que se me debió de caer en su
casa mientras nos besábamos en el sofá. ¿Crees que debería ir a buscarlo?
—¿El brazalete
de platino y esmeraldas que Bill te regaló en vuestro primer aniversario?
—El mismo.
—No sé, chica,
puede que tu matrimonio se haya roto, pero…
—Ya —la
interrumpí—. Tengo que recuperarlo. Me encanta ese brazalete, aunque fuera un
regalo de Bill. Y además es muy caro.
—Puede que aún
tengas una posibilidad con Tom —sugirió Maria en tono esperanzado—. A lo mejor
te dejaste el brazalete en su casa a propósito, aunque no te dieras cuenta.
No tuve tiempo
de responderle, porque un pitido en el teléfono indicó que tenía una llamada
por la otra línea.
—Tengo otra
llamada, Maria. Luego te llamo.
—Muy bien.
Hasta luego.
Apreté el botón
parpadeante para pasar a la otra línea.
—¿Diga?
Al principio
nadie respondió.
—(Tu).
Una dolorosa
punzada me atravesó el estómago al oír
esa voz.
—Bill —tragué
saliva y temí que fuera a ser así para siempre, dolor en vez de emoción—. ¿Qué
quieres?
—Te echo de
menos.
El estómago se
me encogió.
—No… no puedo
hacer esto. Es…
—Ya sé que
necesitas más tiempo —se apresuró a decirme—. Sólo quería oír tu voz (Tu)...
Mi nombre
sonaba agridulce en sus labios. No debería ser así.
—También quería
que supieras que voy a intentar que lo nuestro funcione.
—¿Qué quieres
decir con eso? —le pregunté, y enseguida deseé no haberlo hecho. No quería
tener aquella conversación en esos momentos.
—Estoy pensando
en varios opciones para solucionar el problema.
El estómago se
me volvió a revolver.
—No… no puedo
hablar de esto ahora.
—Está bien.
—No, no está
bien, Bill. Lo echaste todo a perder.
—Lo sé, y voy
a…
Colgué sin
darle tiempo a terminar.
Agarré la taza
de café con manos temblorosas y bebí tan rápido que me atraganté.
—Maldito seas, Bill.
Las náuseas
dejaron paso a la furia mientras pensaba en sus palabras. «El problema», había
dicho. Ni siquiera había mencionado el nombre de la otra mujer.
Decía que
quería salvar nuestro matrimonio, pero eso era imposible a menos que fuera
sincero conmigo.
Me levanté y
fui al cuarto de baño para meterme en la ducha. Aguanté la respiración bajo el
chorro de agua caliente hasta que los pulmones me empezaron a arder. No quería
llorar, pero no podía evitarlo. Tom tenía razón al decir que necesitaba una
distracción, porque cada vez que pensaba en Bill me sumía en la desesperación
más profunda.
«Piensa en Tom ».
Intenté evocar
la sonrisa de Tom y el deseo que ardía en sus ojos oscuros. Vertí un poco de
gel en mis manos y empecé a enjabonarme los pechos. Eran bonitos, grandes y
turgentes, y los pezones se me endurecieron al tacto. Llevé las manos hacia
abajo y las detuve sobre mi vientre, plano y firme. Un gemido de tristeza se me
escapó de la garganta. Pocos meses antes Bill y yo habíamos decidido tener un
hijo… y él se había acostado con otra.
¿Se habría
duchado con ella? ¿Le habría pellizcado los pezones? ¿La habría masturbado con
sus manos enjabonadas hasta llevarla al orgasmo?
Descargué el
puño contra los azulejos de la ducha. Las imágenes de lo que Bill y su amante
sin rostro podían haber hecho me estaban volviendo loca.
Había soñado
con ellos y de nuevo volvían a acosarme. Nunca podría superarlo a menos que
tuviera respuestas.
Chicas!! Espero
estén bien! antes de decir nada más! MIL DISCULPAS por la tardanza! de verdad
quería subir capi antes pero la uni me tenia sumamente ocupada, ahora es que eh
salido de algunas evaluaciones y pues tuve el chance de subir, Muchas gracias
por sus comentarios, el capi esta un poquitin largo (creo ...? ) espero lo
disfruten tanto como yo escribiéndolo,
ahora si prometo tratar de subir más a menudo! de nuevo muchas gracias
y, Os quiero mucho! Nos leemos pronto.
Genia! me encanto. Amo la forma en que describes todo. Seguí así... Y subí mas rápido, tenías que verme, cada cinco minutos entraba para ver si subiste cap. Besos de Argentina. Ale.
ResponderEliminarwooooooooo me encanto el cap aaa amo la fic esta interesante y Tom se porto como todo un caballero aa tan lindo..
ResponderEliminarsubeeeeeeeee otro pronto xfaaa que amo la fic
espero que te vaya bien en la uni...sabes yo tambien estoy en la uni y te comprendo aveces es muy estresante y no te da tiempo ni de terner vida social ni nada :/
bye cuidate mucho te kiero alien :)
Creo que deberías que (tu) vuelva loco a Tom y sea el quien se muera por follar con ella. :3.
ResponderEliminarY bueno que venga lo que sea. xdd.
Me gusto síguela!! :)