Iba por mi
segunda copa de vino cuando llamé a Maria.
—¿Diga?
—preguntó dulcemente.
—Soy yo, (Tu),
no ese Guapísimo.
—Hola, (tu).
—¿Qué vas a
hacer esta noche?
—Nada especial.
—Estupendo,
porque tenemos que salir a divertirnos. Podemos ir a CityWalk, donde van
todos
los turistas con la esperanza de echar un polvo.
—¿Estás bien?
—Pero tendrás
que recogerme tú, ¿vale? Porque ya llevo algunas copas encima y estoy un poco
jodida.
—(tu)…
—Ven a por mí
cuando estés lista —colgué sin darle tiempo a decir nada más. María estaba en mi puerta cuarenta minutos después.
—¡Hola, cariño! —La saludé, dándole un fuerte abrazo—. ¿Lista para la
diversión?
Ella se apartó
y me miró con inquietud.
—¿Qué demonios
te pasa?
—¿Aparte de
haberme enterado de que la zorra de Bill va a denunciarlo por cinco millones de
dólares?
Maria entró en
casa y cerró tras ella.
—Dios mío…
—No, es genial
—hizo un gesto para quitarle importancia— Ya lo tengo todo pensado. Bill puede
irse a vivir con ella para no tener que pagarle nada y yo tengo su bendición
para acostarme con quien quiera.
—Estás
delirando.
—Estamos
perdiendo el tiempo —meneé las caderas—. ¡Vámonos de fiesta!
Maria me agarró
de la mano y me llevó a la cocina, donde me sentó en una silla junto a la mesa.
—¿Qué haces?
—protesté.
—Lo primero,
son las cinco y media, demasiado temprano para irse de fiesta. Lo segundo,
estás como una cuba. Y lo tercero, olvídate del sexo y explícame lo que acabas
de decirme. ¿Van a denunciar a Bill?
Mi
fanfarronería inicial se hizo añicos y rompí a llorar, ayudada por el vino que
había consumido. Le conté a Maria todo lo que me había dicho Bill, y ella me
puso delante el paquete de Kleenex que agarró de la encimera.
—Siento que
tengas que pasar por esto —me dijo mientras yo me secaba los ojos y me sonaba
la nariz.
—Lo bueno es
que aún me quiere y desea salvar nuestro matrimonio —resoplé con sarcasmo—. Qué
afortunada soy.
Maria puso una
mueca.
—¿Qué les pasa
a los hombres? ¿Pueden tener las aventuras que les dé la gana y nosotras
debemos estar agradecidas de que nos sigan queriendo?
Volví a sonarme
la nariz.
—¿Quieres que
te prepare algo? —Me preguntó Maria—. Nada de vino, por supuesto. ¿Qué tal un
café?
—Vale —asentí—.
Me sentará bien hasta que salgamos.
—¿Todavía
quieres salir?
—Pues claro.
Necesito escuchar música, bailar, seguir bebiendo… —el estómago se me revolvió
al pensar en el alcohol—. Y comer algo —añadí rápidamente—. Algo consistente,
como pan o galletas… ¡O mejor palomitas de maíz! ¿Te importa hacerlas?
—¿Palomitas?
—Están en el
segundo armario de la derecha.
—Está bien,
está bien.
Primero preparó
el café y luego metió una bolsa de palomitas de maíz en el microondas. Tres
minutos después, sirvió las palomitas en dos cuencos y me ofreció uno. A
continuación, sirvió dos tazas de café.
—¿Crema y
azúcar?
Negué con la
cabeza.
—Ahora mismo me
apetece solo.
Maria volvió a
la mesa con dos tazas de café caliente. —Gracias —le dije—. ¿Qué haría sin ti?
—Por suerte para ti no tendrás que averiguarlo. Probé el café. Estaba muy
cargado, justo lo que necesitaba.
—Cuéntame cómo
fue tu cita.
—¿Estás segura?
—Claro. Me
ayudará a no pensar en mis problemas. ¿Te gustó Guapísimo?
—Mucho. No
esperaba gran cosa, pero creo que saltaron chispas. Al menos por mi parte.
—¿Habéis
hablado hoy?
—No, pero dijo
que me llamaría o que me escribiría un e-mail —sonrió y me apretó la mano sobre
la mesa—. He apagado el móvil, porque esta noche sólo estoy para ti.
Le sonreí y
también le apreté la mano. Siempre podía contar con Maria. Lo supe desde que
estaba en el colegio y me dejó copiar su examen de matemáticas después de que a
mí se me olvidara estudiar. El profesor la sorprendió pasándome la hoja y nos
suspendió a las dos, pero, lejos de enfadarse, Maria le quitó importancia y me
dijo: «¿Qué persona es la que no ayuda a sus amigas?».
Desde entonces
habíamos sido inseparables.
Maria se puso
de repente muy seria.
—Sé que aún
quieres a Bill. Es lógico, pues por desgracia no tenemos un interruptor en el
corazón. Pero te mereces algo mejor, cariño, y con la situación actual de Bill…
Yo estaría buscando ya un buen abogado.
Asentí, aunque
sólo estaba de acuerdo a medias. Maria tenía razón al decir que merecía algo
mejor, y también que no podíamos controlar nuestros sentimientos.
En la vida no
todo era blanco o negro, y mucho menos el amor. No sabía si alguna vez dejaría
de querer a Bill, pero no por ello teníamos que seguir juntos.
—¿Quieres saber
cuál es la guinda del pastel? —Le dije al cabo de un momento—. Bill me dijo que
yo también podía tener una aventura y así estaríamos empatados.
Maria dejó de
masticar palomitas y me miró con ojos muy abiertos.
—¿Qué?
—Muy
considerado por su parte, ¿eh?
—Desde luego
—dijo ella en tono irónico.
—No sé si me lo
dijo en serio o sólo estaba divagando. Parecía dispuesto a decir lo que fuera
con tal de que lo perdonara.
Seguimos
comiendo en silencio, hasta que Maria advirtió los cambios en la decoración.
—Veo que tienes
una nueva foto de bodas.
Seguí la
dirección de su mirada y vi la pintura con la que había ocultado la foto de
bodas.
—Era más rápido
que quitarla —expliqué.
—Y más
conveniente si traes un hombre a casa —observó Maria—. ¿Serías capaz?
—¿De acostarme
con otro para igualar la balanza? —mi tono de voz sugería que ni loca haría
algo así.
Maria se metió
un puñado de palomitas en la boca.
—Quizá deberías
hacerlo…
—¿Qué has
dicho?
—Lo que oyes.
No estoy diciendo que te acuestes con otro para que estéis empatados, pero
quizá sea buena idea ver qué más hay por ahí fuera. Te has pasado los últimos
diez años con Bill. Sólo tenías veinte años cuando empezasteis a salir y
veintidós al casaros. Tal vez, sólo tal vez, él no sea el hombre con quien
quieras pasar el resto de tu vida.
No dije nada,
porque no estaba segura de querer pensar en mi futuro. Al menos todavía no.
—¿Quieres que
vuelva?
—No.
—¿Crees que tu
matrimonio será igual que antes si volvéis a intentarlo? Negué con la cabeza.
Después de lo que había pasado nada volvería a ser igual.
—Yo alargué mi
matrimonio mucho más de lo que debería, con la esperanza de que Keith dejara de
engañarme y se diera cuenta de que me amaba. En aquel tiempo era tan estúpida
que no creía que pudiera ser feliz sin él, pero cuando lo abandoné fue el día
más feliz de mi vida. ¿He encontrado ya a mi caballero de brillante armadura?
Puede que no, pero es mucho mejor estar sola que estar con alguien que no te
respeta.
—Te recuerdo
que ésta es la primera vez que Bill me engaña.
Maria me lanzó
una mirada que no supe interpretar. Tal vez fuera compasión, o tal vez otra
cosa.
—Eso es lo que
él dice —añadió—. Y yo… yo lo creo.
Maria se limitó
a encogerse de hombros.
—Tú sabías que
Keith te engañaba. Encontraste números de teléfono en sus bolsillos,
pintalabios en el cuello de sus camisas…
—Hay hombres
mucho más listos que Keith a la hora de ocultar las pruebas.
—Maria, no es
eso lo que más necesito oír ahora…
—Está bien
—aceptó ella, levantando las manos—. Olvídate de Bill y de si es o no la
primera vez que te engaña. Lo que quiero que entiendas es que debes empezar a
pensar en ti, en cuáles son tus verdaderos deseos y necesidades. ¿Y si lo mejor
para ti resulta ser carne fresca? — me sugirió, moviendo las cejas.
—¡Maria! —le di
un cachete en la mano y las dos nos echamos a reír.
—Lo primero es
salir con otra persona. Así te quitarás a Andrew de la cabeza y… quién sabe, a
lo mejor conoces al hombre de tus sueños.
—Maria…
—Y si no…
bueno, en los últimos diez años sólo te has acostado con un hombre.
—Es lo que
suele pasar cuando estás casada.
—Eso díselo a
los hombres —murmuró ella—. Si sólo sacas una experiencia sexual de todo esto,
¿qué tiene de malo? Te podría ayudar.
Me levanté y
eché a andar con decisión.
—De acuerdo.
Vamos allá.
—¿Qué haces?
—Voy a tomarme dos aspirinas antes de salir a cenar. Si
voy a seguir ahogando mis penas en alcohol necesitaré algo más que unas
palomitas de maíz. Lo último que quiero es perder al hombre de mis sueños por
culpa de una migraña.
Maria volvió a
reírse.
—Así me gusta.
En realidad no pensaba conocer a nadie, pero
era preferible pasar la noche bebiendo y bailando a quedarme en una casa
solitaria donde todo me recordaba a Bill.
Mientras Maria
nos llevaba a CityWalk yo seguía pensando en lo que me había dicho.
Y en la
sorprendente sugerencia de Bill.
Tal vez mi
mejor amiga tenía razón y lo que necesitaba era experimentar con otro hombre
antes de tomar una decisión en firme sobre mi futuro. Y desde luego necesitaba
un poco de diversión. Algo que me hiciera olvidar la infidelidad de Bill y las
amenazas de su amante resentida.
Cuanto más lo
pensaba, más sugerente me parecía. Al fin y al cabo, yo no le había dado ningún
motivo a Bill para que me fuera infiel. Siempre lo había querido y me había
esforzado por ser la mejor esposa posible. Nuestra relación se basaba en el
afecto y el respeto mutuos, aunque la pasión original se hubiera perdido.
Si Bill quería
recuperar esa pasión podría habérmelo dicho. Nunca habíamos tenido problemas
para hablar de lo que fuese.
Por eso me
resultaba aún más duro aceptar su engaño. Bill no era el tipo de hombre de
quien pudiera esperarme una traición antes de hablar las cosas.
—¿Crees que ya
no le resulto atractiva? —le pregunté a Maria de repente.
Mi amiga me
miró como si me hubiera vuelto loca.
—¿Qué?
—A lo mejor
quería verme con minifaldas y camisetas ajustadas.
—¿Por qué será
que las mujeres siempre acabamos culpándonos a nosotras mismas cuando nuestra
pareja nos engaña? —Se detuvo ante un semáforo y luego giró a la derecha—. Eres
muy guapa y sexy, (tu), y si Bill no es capaz de verlo el problema es suyo, no
tuyo. Decidido, tenemos que buscar a tu hombre. Hay seis mil millones de seres
humanos en el planeta… Por estadística tendría que haber alguno que fuera
decente y honesto. ¡Ah, y también guapo, por supuesto! —sonrió pícaramente,
como si el último atributo fuese el más importante.
Nos decantamos
por el BB King’s Blues Club, ya que así podríamos matar dos pájaros de un tiro:
auténtica cocina sureña y música en vivo.
Yo me había
vestido para la ocasión, con una minifalda falda negra y una camiseta roja cuyo
pronunciado escote atrajo más de una mirada al entrar en el club. Maria llevaba
un vestido con estampado de leopardo que realzaba su voluptuosa figura.
Mi propósito
era distraerme y no pensar en nada, pero de repente me asaltaron las dudas.
—Tranquila —me dijo Maria al darse cuenta—. Por algo me
conocía tan bien como yo misma—. No tienes que hacer nada que no quieras. Y
tampoco pasa nada si quieres conocer a alguien que te guste. Considéralo un
regalo.
Un regalo…
Extraña manera de definir una aventura. Y sin embargo, Bill no sólo me había
dado su bendición, sino que me había animado a hacerlo.
—Muy bien —moví
los hombros para aliviar la tensión y sonreí cuando la camarera nos preguntó si
queríamos una mesa o sentarnos en la barra.
—Una mesa —dijo
Maria—. Cerca del escenario, de ser posible.
A las siete y media
estábamos sentadas junto al escenario, y a las ocho en punto el grupo de música
empezó a tocar. Se llamaba Flip Side, y lo formaban tres hombres treintañeros y
una mujer de la misma edad con rastas. El primer tema fue The Thrill is Gone,
de B.B. King y Tracy Chapman, que sirvió para ganarse al público. A
continuación tocaron varios clásicos de Ray Charles, Ida Cox y otras leyendas
del blues. Cuando llegaron al rock and roll de Jimi Hendrix todo el mundo
estaba bailando o batiendo palmas.
Maria me tocó
la mano cuando la cantante anunció que harían un pequeño descanso.
—¿Has notado
cómo te mira?
—¿Quién?
—El batería,
¿quién va a ser? —dijo, como si fuera algo obvio.
—¿El batería?
—miré rápidamente hacia el escenario.
—¿Verdad que es
mono?
Era un hombre
alto y delgado y también llevaba rastas, pero más cortas que las de la mujer.
—Sí, mucho.
Pero no es mi tipo.
—¿Pero qué
dices? —Exclamó Maria—. Está como un tren.
—Sí, pero no es
mi tipo —repetí.
—Pues él no
parece pensar lo mismo…
—No sabes lo
que dices. Ni siquiera me ha mirado.
—Claro que sí
—insistió ella—. Deberías ir a hablar con él. Algo me dice que sería el ligue
perfecto.
Volví a mirar
hacia el escenario, donde una horda de mujeres se apiñaba alrededor del grupo,
ansiosas por acostarse con un músico o por encontrar un amante con pasta.
Sacudí la cabeza ante el deplorable espectáculo. Yo no era de ésas.
—Maria, por
favor, deja de preocuparte por mi vida sexual. Me lo estoy pasando muy bien
así, y eso es lo que importa.
—Oh, no, no, no
—agitó un dedo reprobatorio—. Tienes que conocer a alguien.
—Claro —dije, riendo—. Lo que tú digas.
Paseé la mirada
por el bar. Había varios hombres atractivos, pero casi todos estaban
emparejados. La verdad era que no me desagradaba la idea de conocer a alguien
interesante. Maria tenía razón. Me había casado muy joven, y aunque nunca me
había cuestionado la decisión, la infidelidad de Bill tal vez fuese la prueba
de que no estábamos hechos el uno para el otro.
¿Y si hubiera
otro hombre por ahí, dispuesto a amarme por encima de todo y para siempre?
Siempre había animado a mis amigas a seguir adelante cuando sus parejas las
engañaban, y a que encontrasen a alguien digno de ellas. Sin embargo, la idea
de estar sin Bill me
resultaba demasiado dura.
Pero aún más
difícil sería aceptar lo que había hecho, perdonarlo y retomar nuestro
matrimonio como si nada hubiera pasado. ¿Qué clase de mensaje le estaría dando
a Bill si decidiera salvar la relación? Si lo perdonaba una vez, ¿qué le
impediría volver a hacerlo?
—¿Otro
margarita? —la pregunta de Maria me arrancó de mis divagaciones.
—Desde luego
—respondí rápidamente. Ya había bebido bastante, pero no quería seguir pensando
en Bill. Y no había mejor manera de evitarlo que emborracharse.
Mientras Maria
miraba alrededor en busca de la camarera, me fijé en un caballero de avanzada
edad que estaba con un amigo. Los dos me sonrieron, el más bajo me hizo un
guiño y echaron a andar hacia nosotras.
—Alerta roja
—dije.
—¿Dónde?
—¡No mires! —le
ordené en voz baja cuando empezó a girar la cabeza—. Dos viejos vienen hacia
aquí. Maldita sea.
—Mis favoritos
—murmuró Maria con ironía—. Unos ancianos empalmados…
Por el rabillo
del ojo vi que se acercaban a nuestra mesa.
—Empieza el
show —susurré.
—Buenas noches,
señoritas —nos saludó el más bajo de los dos. Tenía la piel bronceada y una
prominente barriga cervecera. Y también parecía tener ojos exclusivamente para
mí—. ¿Os apetece bailar?
—Lo siento —se
disculpó Maria con su voz más dulce—. Acabamos de pedir el postre.
—No nos importa
esperar —dijo el otro hombre. Era más moreno, alto y delgado. No carecía de
atractivo, pero le sobraban treinta años, por lo menos—. Os podemos enseñar un
par de cosas en la pista de baile.
—Estoy casada
—dije yo—. Lo siento.
—Gracias por la
invitación, de todos modos — dijo Maria con una sonrisa—. Nos sentimos muy
halagadas.
—Muy bien
—concedió el más alto—. Pero si cambiáis de opinión…
—No será así
—le aseguró Maria.
Los dos hombres
se alejaron. Maria puso una mueca y se echó a reír.
—Al menos
parecían simpáticos —dije. Había dado por hecho que serían unos cretinos, ya
que parecía tener un radar para atraerlos.
—Sí, pero
tienen que estar de vuelta en el asilo antes de las nueve.
—¡Maria!
—No tengo nada
contra los viejos, tan sólo contra los viejos que se creen que voy a acostarme
con ellos. Para tirarme a alguien ha de ser joven, estar buenísimo y poder
mantener una erección.
—Ya está bien, Maria
—la reprendí—. Vamos a bailar.
Nos pusimos a
bailar frente al escenario. Vi que nuestros dos pretendientes no parecían muy
afectados por el rechazo, pues estaban hablando con dos mujeres más jóvenes que
nosotras.
Maria movía
sensualmente las caderas al ritmo del rock and roll.
—Oh, cielos…
ése sí que está para comérselo.
Ni siquiera me
molesté en mirar al tipo al que se refería. Maria estaba al acecho de posibles
presas, pero más para ella que para mí.
—¡Ése de ahí!
—Me susurró al oído—. Mira qué tío…
Seguí la
dirección de su dedo y vi a un hombre de veintipocos años, bien formado y de
bonitas facciones. Al verme me sonrió… revelando una boca de dientes
amarillentos.
—¡Puaj!
—exclamamos Maria y yo a la vez.
—Vale, ése
también queda descartado —declaró Maria—. Pero seguro que hay alguno más por
aquí.
A mitad de
canción me miró arqueando exageradamente las cejas. Yo no supe lo que intentaba
decirme… hasta que sentí la mano de alguien en mi brazo.
Miré por encima
del hombro y me encontré con un hombre moreno y guapísimo. Normalmente me
habría apartado de él, igual que había hecho en las Bahamas cuando alguien
quería bailar conmigo. Pero en aquella ocasión quise provocarlo y froté mi
trasero contra su entrepierna. Noté que se ponía duro al instante, y su
erección me recordó que seguía siendo una mujer muy deseable.
Bill se esfumó
de mi cabeza.
Me incliné
ligeramente hacia delante mientras apretaba las nalgas contra él. Entonces me
agarró por las caderas y me sujetó contra su erección mientras bailábamos, como
si estuviéramos follando con la ropa puesta.
—Jesús… —oí que
decía. Me volví hacia él, riendo, y vi que me estaba sonriendo como si fuera la
mujer más sexy del mundo. Su mirada hizo que se me desbordara el ego. Yo era
hermosa y sexy, y tenía mucho que ofrecer.
Seguimos
bailando muy cerca el uno del otro, pero sin llegar a estar pegados. Al final
de la canción le di un golpecito amistoso en el brazo.
—Gracias por el
baile.
—¿Vas a dejarme
así?
—Estoy casada
—le dije a modo de disculpa.
—¿Casada?
—repitió, como si no se lo creyera—. Joder…
—Ya —adopté un
tono ligeramente avergonzado—. Supongo que me he dejado llevar… Pero sí, soy
una mujer casada que ha salido a divertirse un poco.
—¿Nada más?
—preguntó, esperanzado.
—Nada más.
—Está bien
—asintió—. Tu marido es un hombre con suerte.
Me di la vuelta
y vi a Maria esperándome con dos margaritas. Seguramente había ido a buscar las
bebidas mientras yo bailaba.
—¿Te diviertes?
—me preguntó, tendiéndome una de ellas.
—Sí —le
respondí con sinceridad—. Y he tomado una decisión.
—¿Ah, sí?
—Si conozco a
alguien… voy a ir por todas.
—¡Así se habla!
—exclamó Maria. Me chocó los cinco y tuve que agarrar rápidamente mi
bebida
para que no se derramara—. ¿Quieres decir que te ha gustado ese tío?
—No, ése no. Es
guapo, pero… quiero a alguien que me haga arder con una sola mirada.
Un solo baile
había bastado para recordarme la mujer que era. No merecía estar con un marido
que me engañaba. Además, Andrew me había animado a hacer lo mismo y Maria
insistía en que debía buscar a alguien mejor que él.
Para perdonar a
Bill tenía que tentar la suerte e igualar el marcador.
Y de paso
satisfacer mi curiosidad. Sólo había estado con un hombre antes que Bill y la
experiencia fue espantosa. Chad, mi novio del instituto, no aceptó que no
estuviese preparada para hacerlo después de los juegos preliminares y me
arrebató la virginidad a pesar de mis gritos.
Con Bill, en
cambio, fue totalmente distinto. No me presionó como había hecho Chad, sino que
esperó pacientemente hasta que estuve preparada y se apartaba enseguida si
percibía mis dudas mientras nos besábamos. Su consideración me conmovió de tal
manera que cuando le entregué mi corazón y mi cuerpo al cabo de ocho meses,
creí que sería para siempre.
El recuerdo era
tan doloroso que apuré mi bebida de un trago y seguí observando a los hombres
que abarrotaban el local.
El único sexo
que me había gustado era el que había tenido con Bill, por lo que era lógico
que sintiera curiosidad por saber cómo sería con otros hombres. Curiosidad, sí,
pero nunca había tenido la tentación de averiguarlo.
Hasta ahora.
Maria le hizo
un gesto a una camarera que portaba una bandeja de chupitos rosados.
—No sé, Maria.
—Si nos pasamos
con las copas pediremos un taxi —decidió ella.
—Como tú digas
—acepté el chupito y nos lo tomamos a la cuenta de tres.
No sabía qué
era, pero sabía a limón y me devolvió el entusiasmo de golpe.
La música de
Wyclef Jean llenó el local y acabó por soltarme la melena. Levanté los brazos
por encima de la cabeza y empecé a mover sensualmente mi cuerpo.
—Estás llamando
la atención de muchos tíos — me informó Maria.
Miré a mí
alrededor y efectivamente vi muchas miradas fijas en mí. Pero ninguno de ellos
conseguía prender mi libido, y empezaba a preguntarme si tal cosa sería
posible.
—Ése de ahí
—dijo Maria, señalando a un hombre tan alto y musculoso que no podría pasar
desapercibido. Era moreno y muy atractivo, pero no sentí nada al mirarlo.
—No.
—No puedes ser
tan exigente.
—Ha de ser el
hombre adecuado —repliqué. Para una mujer no era difícil encontrar amante. Sólo
tenía que pedirlo y recibiría un sinfín de propuestas. Pero yo no quería
acostarme con cualquiera. Tenía que ser un hombre que me hiciera estremecer de
deseo.
Seguí bailando
y contoneándome para seducir a todos aquéllos que me miraban. El alcohol me
ayudaba a desinhibirme por completo y hacer que mis movimientos fueran cada vez
más provocativos.
Empezó a sonar
un tema de Usher, más movido, y me agarré la falda con las dos manos para
revelar una tentadora porción de mis piernas desnudas. Cerré los ojos y moví la
cabeza de un lado a otro.
—Si sigues así
vas a provocar más de un infarto —dijo una voz masculina.
Abrí los ojos y
le sonreí al tipo con el que había bailado antes. Se lamió el labio
descaradamente y se acercó a mí.
—¿Tu marido
sabe cómo bailas cuando él no está?
No respondí y
seguí moviendo las caderas.
—Parece que
buscas algo especial… —me susurró—. Y yo puedo dártelo.
¿Llevaría la
palabra «sexo» escrita en la cara?
—Sólo he venido
a divertirme —le dije, repitiendo lo que ya le había dicho. Detrás de él vi a
Maria
haciéndome un gesto de aprobación con el pulgar.
—También puedo
hacer que te diviertas —insistió él, poniéndome una mano en la cintura.
—Ésa no es
forma de hablarle a una mujer casada.
—¿Cómo te llamas?
—(Tu), ¿y tú?
—Teddy.
—¿Teddy? ¿Como
un osito de peluche? —no pude evitar una carcajada, pero él no sonrió—. Quizá
no haya tenido gracia…
Enseguida me di
cuenta de por qué no sonreía. Me estaba examinando de arriba abajo con una
mirada que no dejaba lugar a dudas sobre sus intenciones. «Te follaría aquí
mismo», decían sus ojos.
—¿Nunca echas
una cana al aire? —me preguntó.
Le sonreí
dulcemente, confiando en que se tomara bien el rechazo. Empezaba a temer que
fuera el tipo de hombre que no aceptaba un «no» por respuesta.
—Como ya te he
dicho, sólo he venido a bailar y a divertirme un poco.
—Está bien —se
encogió de hombros y se alejó, aceptando su fracaso.
Mientras
desaparecía entre la multitud me pregunté por qué lo había rechazado. Era
guapo, tenía un buen cuerpo, a muchas mujeres les gustaría despertarse en sus
brazos… ¿Por qué había dejado pasar una oportunidad semejante?
Tal vez me
estaba engañando a mí misma y no era capaz de tener una aventura con ningún
hombre, por perfecto que fuera.
Maria se acercó
para soltarme el inevitable reproche.
—¿Pero qué te
pasa, (tu)? ¿Cómo se te ocurre rechazar a un tío así?
—Quizá debería
irme ya.
—No tan rápido.
La noche es joven. Y recuerda que no estás buscando marido, sino a alguien para
bailar el mambo.
Empecé a
reírme, pero en ese momento sentí que alguien me miraba fijamente. Lo supe con
la misma certeza que si me hubiera tocado.
Me di la
vuelta, muy despacio. Y el corazón me dio un vuelco al encontrarme con sus
ojos.
En aquel
instante lo supe.
Era él......
Hey! espero se encuentren bien, este capi va un poquitin largo para compenzar la espera, espero les guste! buen no tengo mucho tiempo, aun tengo tareas que hacer =$ tratare de publicar pronto! gracias por los comentarios, nos leemos pronto!! ;D os quiero!!
Awww era el...lo supo desde un comienzo..
ResponderEliminarTom tiene que ser Tom..
Siguelaaa estuvo genial la fic.. Largo muy laargoo
Subee pronto .. Bye cuidate XD
Oh por Dios.. Apenas terminé de leer todos los capítulos: todos están geniales! Me encanta toda la historia.
ResponderEliminarSigue subiendo.
Ciao! Cuídate! (: