En cuanto mis
ojos y los del desconocido entraron en contacto, sus labios se curvaron
ligeramente hacia arriba. No era una sonrisa cortés, sino la clase de sonrisa
que parecía insinuar una irresistible atracción hacia mí.
El corazón me
dio un vuelco. Le devolví la sonrisa y le di un codazo a Maria.
—Mira a ese tío
con el pelo largo.
—Cielos, ¿el
que lleva el cabello trenzado? No sabía que te gustaran de ese estilo.
Su piel era clara.
Tal vez fuera europeo, realmente me daba igual. Lo único que me importaba
era
que estaba buenísimo y que era el primer hombre con quien había sentido algo
aquella noche.
—No he estado
con ningún hombre aparte de mi marido —señalé.
—Hagas lo que
hagas, no pronuncies la palabra «marido» cuando hables con él. Por cómo te está
mirando lo tendrás hablando contigo enseguida.
Volví a mirar
al hombre. Estaba bastante lejos de mí, pero el brillo de sus ojos era
inconfundible.
Me deseaba.
Tragué saliva,
pues yo sentía la misma atracción. Aquello era precisamente lo que andaba
buscando. Una conexión instantánea y eléctrica.
Pero seguía
siendo territorio desconocido para mí, que llevaba diez años sin permitirme
sentir atracción sexual por otro hombre.
El desconocido
empezó a caminar hacia mí, y el corazón casi se me salió del pecho. De pronto
era consciente de que no había estado con otro hombre en diez años. ¿Sería
capaz de hacerlo?
—Maldita sea, Maria…
Viene hacia aquí. ¿Qué puedo decirle? Todo esto me parece una locura.
—Puedes decirle
«hola» —sugirió ella, dándome un pequeño empujón hacia él. La miré con
irritación por encima del hombro, sintiéndome como una idiota, y ella se limitó
a poner una mueca.
Respiré
profundamente y me volví hacia el hombre.
—Hola —me
saludó él. Por su acento parecía ser extranjero.
—Hola
—respondí—. ¿Cómo estás? —un comienzo muy original, desde luego. ¿No se me
podía haber ocurrido nada mejor?
—Muy bien —dijo
con una risita—. ¿Y tú?
—Oh, muy bien,
gracias —tenía que dejar de beber, porque a ese paso iba a hacer un ridículo
espantoso.
Su mirada me
recorrió de la cabeza a los pies y yo tuve la sensación de que, por muy tonta
que pareciera, no se iba a marchar.
—Eres muy guapa
—me dijo simplemente, aunque sus ojos expresaban mucho más.
—Gracias.
—¿Me dejas
invitarte a otra copa?
—Oh, no
—rechacé con un gesto—. Ya he bebido bastante.
—¿Seguro?
—Bueno… una más
no me hará daño —me desdije. Estaba hecha un manojo de nervios, y quizá
necesitara un poco más de alcohol si realmente iba a tener una aventura.
—¿Margarita de
fresa? —sugirió él.
—¿Cómo lo
sabes?
—Me he dado
cuenta —respondió. O me había estado observando más tiempo del que yo creía o
simplemente lo había adivinado—. Enseguida vuelvo.
Se alejó hacia
la barra y yo me quedé mirándolo y sintiendo mariposas en el estómago. Era muy
sexy, de eso no había duda. Pero había algo más en él. Algo misterioso, oscuro,
e irresistiblemente tentador.
—Si no te
gusta, pásamelo a mí —me dijo Maria al oído.
—Me gusta
—respondí—. Es exactamente lo que necesito. Alguien que sea todo lo opuesto a Bill
—no quería acostarme con un hombre que me hiciera pensar en mi esposo. Quería
algo diferente. Un chico malo que no fuera con traje y corbata todo el maldito
día.
El desconocido
volvió con dos copas y una pícara sonrisa. Llevaba vaqueros negros y camisa
blanca desabotonada hasta la mitad del pecho. No se veía nada de vello, pero
quizá más cerca del ombligo…
—Una para ti
—me tendió una copa—. Y otra para tu amiga.
—Gracias —dijo Maria,
aceptándola.
—Sí, gracias
—repetí. Era muy amable al invitar también a mi amiga. La última vez que salí
con Maria y Bill, mi marido me dejó abochornada al pedirle dinero a Maria antes
de ir por su bebida.
Bill era
extremadamente austero, y no sólo a la hora de invitar a copas. Según él, había
que ahorrar para formar una familia. No le faltaba razón, pero yo echaba de
menos los gestos que tenía al principio de la relación, como enviarme flores de
vez en cuando o sorprenderme con mi perfume favorito.
—¿Cómo te
llamas? —me preguntó el hombre.
—(Tu)… ¿y tú?
—Thomas. Pero
puedes llamarme Tom.
—¿Thomas?
—Es Alemán.
—Ah… Eso
significa que eres Alemán —«una deducción brillante, (Tu)».
Él asintió.
—Y tú eres realmente
guapa. Lo siento si no puedo dejar de mirarte, pero es que nunca he conocido a
una mujer más hermosa.
Aún podía
reconocer una mentira a pesar de los muchos años que llevaba apartada del juego
de la seducción, pero de todos modos mi cuerpo reaccionó favorablemente al
cumplido. No sólo eran sus palabras, sino la intensidad con que me miraba, como
si pudiera ver hasta el más íntimo de mis deseos.
—Para ser
exactos, soy mitad Alemán, mitad Italiano. —Y todo músculo —declaré, y me eché
a reír por mi inusual atrevimiento.
Me agarró la
mano y yo se lo permití.
—No eres
tímida, ¿verdad?
—No cuando
estoy bebida —me balanceé ligeramente para confirmar mi estado de embriaguez—.
Dime algo en alemán.
—Du bist mein
schöner!
—Suena muy bien
—dije, impresionada—. ¿Qué significa?
—Que me pareces
muy hermosa.
Me clavó una
mirada tan ardiente que sentí cómo me abrasaba por dentro.
—¿Estás casada?
—¿Por qué lo
preguntas? —repliqué, entornando los ojos.
Me acarició la
base del dedo anular con su pulgar.
—Porque hace
poco llevabas aquí un anillo, ¿verdad?
Solté una
risita nerviosa.
—¿Eres vidente
o algo así?
—No, tan sólo
estoy interesado en lo que veo.
Me gustaba su
manera de abordar el tema. Me gustaba… mucho.
—Gracias por la
copa —dije, tomando un sorbo.
—Ya me las has
dado.
—¿Ah, sí?
Tom acercó los
labios a mi oreja, casi rozándome la piel.
—¿Tu marido te
ha hecho daño?
O él era
especialmente sagaz o todas las mujeres engañadas por sus maridos se
comportaban igual que yo.
—¿Y bien?
—insistió Tom. No estaba segura de qué responderle. No quería ningún tipo de
compromiso con él. Tan sólo una noche de sexo salvaje.
—Sí, me ha
hecho daño —confesé—. Pero esta noche quiero olvidarme de todo.
—Puedo ayudarte
a olvidar…
Con cualquier
otro hombre me habría parecido una conversación demasiado insolente, pero quizá
Tom había intuido, sólo con mirarme, que yo aceptaría de buen grado sus
insinuaciones.
Que necesitaba
que fuera él quien diera el primer paso.
—Sí —dije—.
Supongo que puedes hacerlo.
Mientras
hablábamos movíamos suavemente los cuerpos al ritmo de la música, pero entonces
Tom me rodeó con sus brazos y me apretó contra él, girando lentamente las
caderas a pesar de la canción rápida que estaba sonando. Su erección no dejaba
lugar a dudas.
Imité sus
movimientos, lentos y seductores. No pensaba en nada, tan sólo me dejaba llevar
por las deliciosas sensaciones que me embargaban.
Me di la vuelta
y apreté las nalgas contra su miembro endurecido, sonriendo cuando se le escapó
un gemido de la garganta. La copa limitaba mis movimientos, de modo que di unos
pasos para dejarla en una mesa cercana y volví bailando hasta Tom, levantando
las manos y moviendo las caderas de un lado a otro.
Juntos seguimos
bailando, siguiendo otra vez el ritmo de la música. Tom recorrió mis brazos con
los dedos, provocándome un agradable hormigueo en la piel. Me acarició la cara
y acercó la boca a la mía, pero volvió a retirarse sin llegar a besarme.
A él también le
gustaba provocar.
Le acaricié el
pecho a través de la camisa y me atreví a tocarlo con un dedo en la piel que
quedaba al descubierto. La otra mano la llevé hacia abajo. Los ojos de Tom se
abrieron desorbitadamente, pero retiré la mano justo antes de llegar a la
entrepierna.
Él se echó a
reír y me rodeó la cintura con las manos.
—Quiero
llevarte a casa.
—Quiero que me
lleves a casa —respondí.
Todo era
sencillo y natural entre nosotros, sin dejar de ser emocionante. Incluso me
había olvidado de Maria mientras tonteaba con Tom en la pista de baile. La
busqué con la mirada, pero no la vi por ninguna parte.
El grupo de
música volvió al escenario y se preparó para el siguiente número.
—Es un buen
momento para marcharnos —dijo Tom.
—Estoy buscando
a mi amiga. ¿Me disculpas un momento?
—Claro.
Fui a los
aseos, tan atestados como la pista de baile, y allí encontré a Maria. Estaba
retocándose el maquillaje delante de un espejo, al fondo.
—¿Todo bien?
—le pregunté.
—Te has perdido
una escena.
—¿Qué ha
pasado? —le pregunté con preocupación.
—¿Te acuerdas
del tío de dientes amarillos?
—¿Qué ha hecho?
Maria se aplicó
un poco de maquillaje en polvo.
—Me metió la
mano por la camiseta.
—¿Qué?
—exclamé.
—Tranquila. Le
dije que si volvía a tocarme le rompería los dientes uno a uno.
Sonreí. Mi
amiga tenía más pelotas que muchos hombres.
—Entonces se
acercaron Walt y Denny y le echaron una charla sobre el respeto que debía
guardarles a las mujeres.
—¿Walt y Denny?
—Los dos viejos
que nos estaban mirando.
—¿Los dos de
los que te burlaste por su edad? ¿Ahora ya los llamas por su nombre?
Maria sacó su
pintalabios del bolso.
—La verdad es
que son encantadores. Denny, el más alto, sabe mover el esqueleto en la pista
de baile. Nos lo estamos pasando muy bien.
Sacudí la
cabeza, sonriendo.
—Platónicamente,
por supuesto —aclaró Maria—. Ninguno de los dos puede compararse al tío que te
estás ligando —juntó los labios para aplicarse el carmín—. Parece que todo va
sobre ruedas, ¿no?
—Me ha dicho
que quiere llevarme a casa.
—¿Cuándo se van?
Dudé. En su
momento había estado dispuesta a irme con Tom, pero hablando con Maria volvían
a asaltarme las dudas.
—No creo que
deba hacerlo. No tengo coche, lo que significa que tendría que irme con él… Y
eso no sería aconsejable.
—¿Estás
pensando en tirártelo pero no quieres irte con él?
—¿Puedes hablar
más bajo, por favor? —susurré, mirando a las otras mujeres que estaban
maquillándose o charlando entre ellas. Los aseos de mujeres no eran lugares
precisamente privados.
—No creerás que
es un psicópata, ¿verdad?
—No, claro que
no. Pero nunca he hecho esto, y… no quiero cometer ninguna imprudencia.
Maria asintió.
—Muy bien, en
ese caso tienes dos opciones. Una, pasar la noche en el hotel Hard Rock, que
está de camino. Dos, puedo llevarte yo a su casa. Pero por si acaso hazle saber
que el novio de tu amiga es poli.
—Me gusta la
opción del hotel —sólo iba a ser una noche, no el inicio de una relación.
Podríamos hacerlo hasta hartarnos y luego no volver a vernos.
—¿Tienes dinero
para el taxi?
—Sí —Bill
siempre me decía que llevara dinero en la cartera por si había alguna
emergencia.
Maria volvió a
guardar el maquillaje y cerró el bolso.
—Yo te llevaré.
—¿Estás segura?
—Me he tomado
dos vasos de agua y se me ha pasado el mareo. Puedo conducir.
—¿Y qué pasa
con Walt y Denny?
—Estarán bien
sin mí —dijo ella, riendo.
Salimos de los
aseos y miré alrededor en busca de Tom.
—No lo veo.
—Tiene que
estar en alguna parte —dijo Maria.
—¿Sabes qué te
digo? Vámonos.
—¿Qué?
—No está aquí.
Quizá sea una señal.
—Pero a lo
mejor está en los aseos.
—He cambiado de
opinión —agarré a Maria del brazo y tiré de ella hacia la salida. Sin Tom a la
vista podía sucumbir a la cobardía.
—Vale, como
quieras —aceptó ella, evidentemente decepcionada.
—Creía estar
preparada, pero… —no supe cómo acabar la frase. Ni siquiera sabía el por qué
estaba huyendo.
Chicas, lamento no haber actualizado antes pero la uni me tiene muy ocupada, ahora mismo q termine el capi estoy terminando 2 trabajos y preparo una expo, bueno espero les guste y lo disfruten mucho, a pesar de el cambio de la mitad de la nacionalidad de Thomas xD gracias por comentar y ahora si espero poder actualizar mas seguido! Nos leemos pronto! Os quiero ;D