Salí de casa
preparada para una noche de placer prohibido, y veintidós minutos después
estaba aparcando frente al apartamento de Tom. A diferencia de la primera vez
que fui semidesnuda bajo el abrigo, en esa ocasión salí del coche con decisión
y subí la escalera con una arrolladora seguridad en mí misma.
Tom me abrió
antes de que pudiera llamar a la puerta, y su rostro se iluminó nada más verme.
—Bonito atuendo —comentó al fijarse en mi
abrigo.
—Tenía un poco
de frío —mentí.
—Yo puedo
ayudarte a entrar en calor —me agarró por el cuello del abrigo y tiró de mí
hacia dentro.
Todo mi cuerpo
se prendió en llamas en cuanto nuestros labios entraron en contacto. Me dispuse
a aflojar el cinturón del abrigo para que Tom pudiera ver lo que llevaba
debajo, pero él me lo impidió.
—No.
—Te gustará lo
que llevo debajo. Ya lo verás…
—Lo sé, y por
eso quiero esperar —bajó las manos por mis brazos y dio un paso atrás,
desconcertándome—. ¿Tienes hambre?
—Mucha
—respondí, mordiéndome el labio para expresar lo que más me apetecía comer.
A Tom le
gustaba más dar que recibir, pero yo también quería sentir el poder que
otorgaba tener su sexo en mi boca.
—Yo también
—dijo. Dio otro paso hacia atrás y yo lo miré con extrañeza—. No nos sirvieron
de cenar en el avión y no tuve tiempo de comer en el aeropuerto. ¿Qué te parece
si salimos a tomar algo?
—Tienes que
estar de broma.
—No pongas esa
cara. Tendrás lo que deseas, pero para eso necesito comer antes y reponer
fuerzas… —me tocó la pechera del abrigo con el dedo—. Lo bueno se hace esperar.
—¿Por qué no
pedimos una pizza? —sugerí—. No sabes lo que llevo debajo del abrigo.
Sus labios se
curvaron en una sonrisa juguetona.
—Creo que me
hago una idea… Y será una delicia mirarte mientras cenamos, sabiendo lo que
tomaré de postre.
Lo miré con
ojos muy abiertos.
—No estarás
diciendo que quieres ir a un restaurante, ¿verdad? Pensaba que te referías a un
AutoMc o algo así.
Subió el dedo
hasta la base de mi cuello. Cada vez que me tocaba la piel sentía
una descarga eléctrica.
—No voy a
llevarte a un AutoMc, preciosa.
—¿Entonces qué
sugieres? —le pregunté. De repente me sentía muy incómoda—. Porque si quieres
ir a algún sitio elegante, iré a casa a cambiarme.
Tom negó
lentamente con la cabeza.
—Así es
exactamente como quiero que vayas. Deja que me ponga los zapatos.
Yo no estaba
muy convencida, pero de todos modos lo seguí hacia la puerta y esperé a que se
pusiera unas chancletas negras. Llevaba unos vaqueros azules y una camiseta, y
yo iba con tacones altos, un abrigo y poco más. No podríamos haber ido más
desentonados ni aunque lo hubiéramos pretendido. Cualquiera que nos mirase
pensaría que yo era una prostituta y Tom, el cliente.
—Considéralo
una aventura preciosa —dijo él, agarrándome de la mano—. Una aventura
emocionante y atrevida…
Toda mi
aprensión desapareció de repente y fue sustituida por una deliciosa excitación.
Mientras caminábamos de la mano hacia el coche de Tom dejó de importarme la
imagen que pudiéramos dar y lo que pensaran de nosotros.
Tom y yo
formábamos la pareja perfecta en el único aspecto que a mí me interesaba.
En cuanto a Tom,
era el tipo de hombre que se guiaba por sus propias reglas sin preocuparse por
las opiniones ajenas. Ese rasgo me resultaba intrigantemente erótico. Bill, por
el contrario, era extremadamente conservador y predecible, exceptuando esa
aventura que me pilló por sorpresa. O quizá Bill era el tipo de hombre que
seguía las reglas establecidas porque quería dar una imagen de persona decente
y fiable.
Fuera como
fuera, con Bill nunca había sentido aquella pasión descontrolada que sentía por
Tom.
—¿En qué
piensas? —la pregunta de Tom me sacó de mis divagaciones y vi que ya estábamos
en su Lincoln Navigator de color dorado.
—En ti.
Me dio un breve
beso en los labios y me abrió la puerta del coche. Estando los dos sentados, me
agarró la mano y se la llevó a su regazo.
—¿Adónde te
gustaría ir? —me preguntó.
—No sé.
Sorpréndeme.
—¿Qué te parece
el Venetian Room?
—¿Me tomas el
pelo? —el Venetian Room era uno de los mejores restaurantes de Orlando.
—¿Por qué no?
—No vamos
vestidos para la ocasión —especialmente yo.
—Es cierto, estaba bromeando. ¿Y el Bahama Breeze?
—No —no quería
ir allí después de que Bill hubiera estado la otra noche. Además, el Bahama
Breeze estaba cerca del hotel donde trabajaba Bill y no me apetecía encontrarme
con él por casualidad—. ¿Qué tal Denny’s? El de Orange Avenue no está muy lejos
de aquí. No sé tú, pero yo podría estar tomando sus desayunos a cualquier hora
del día. Además sirven bastante rápido.
—¿El especial
Grand Slam?
—Prefiero las
tortitas de fresa.
—Tortitas de
fresa. Mmm… —llevó mi mano a su entrepierna y comprobé que ya estaba duro.
—¿Seguro que
quieres salir? Yo me conformaría con un Big Mac y unas patatas fritas.
Tom volvió a
sonreír y sacó el coche del aparcamiento.
—Es una
aventura, ¿recuerdas? Vamos a disfrutarla.
En la puerta
del restaurante miré con nerviosismo a mí alrededor. No sólo porque apenas
llevaba nada debajo del abrigo, sino porque existía la posibilidad de
encontrarme con alguien conocido. El padre de algún alumno, por ejemplo, o un
colega de Bill. Hasta ese momento me había seducido la idea de vivir una
emocionante aventura, pero de repente me asaltaban las dudas.
Tom apretó el
brazo con que me rodeaba la cintura y el deseo barrió parte de mis inquietudes.
¿Qué importaba si algún conocido de Bill nos veía y se lo decía? A esas alturas
todo el mundo debía de saber que Bill se había acostado con otra. Y además, Bill
y yo estábamos separados. Lo que yo hiciera no era asunto de nadie más.
—¿Estás bien?
—me preguntó Tom.
—Sí, muy bien
—respondí—. Con hambre.
Entramos en el
restaurante y me sentí como si fuera el centro de todas las miradas. Una pareja
de mediana edad me observó con el ceño fruncido, e incluso la camarera me hizo
sentir incómoda al mirarme de arriba abajo.
—Estás muy
nerviosa, preciosa —me susurró Tom.
Lo miré y me
encogí ligeramente de hombros.
—Estás en
buenas manos —añadió—. Confía en mí.
—¿Mesa para
dos? —nos preguntó la camarera. Estaba mascando chicle, algo que no debería
hacer en el trabajo. Y entonces decidí que no me importaba en absoluto la
opinión que pudiera tener de mí.
—Sí —dijo Tom—.
Lo más apartada posible, por favor. A mi novia y a mí nos gustaría tener un
poco de intimidad.
La camarera nos
examinó un momento, como si la palabra «novia» la hubiera
desconcertado. Hizo una gran bomba con el chicle y volvió
a meterse la goma rosada en la boca.
—Claro. Una
mesa para usted y su novia.
Le clavé una
mirada de advertencia y ella respondió con una almibarada sonrisa antes de
darse la vuelta. A Tom no parecía molestarle la actitud de la chica ni su
chicle, porque la siguió sin decir nada. Por suerte no había mucha gente en el
restaurante, y la sección del fondo a la izquierda estaba completamente
desierta.
—¿Qué tal ahí?
—preguntó Tom.
—Está cerrada
—dijo la masticadora de chicle.
Tom ignoró la
observación y se sentó en una mesa.
—Dile a quien
nos atienda que le merecerá la pena.
Le entregó un
billete de veinte dólares y la actitud de la chica cambió al momento.
—Por supuesto
—sonrió sinceramente—. Yo misma los atenderé.
Se alejó
alegremente y yo puse una mueca.
—Cree que soy
una prostituta.
Tom alargó la
mano hacia mí.
—Lo que pasa es
que le gustaría ser tan sexy como tú. Ven aquí.
Vacilé, aunque
en el fondo me daba igual lo que pensara la camarera.
—Ven —repitió Tom.
Acepté la mano
que me ofrecía y me senté junto a él en el asiento acolchado. Entonces Tom me
atrajo hasta él y me besó con más pasión de lo que debería ser un beso en
público.
El beso no duró
más de cinco segundos, pero al apartarme miré rápidamente hacia la parte
concurrida del restaurante por si alguien nos había visto.
—¿Te
avergüenzas de lo que sentimos (tu)?
Volví a
mirarlo.
—No, no, en
absoluto. Pero… me gustaría tener más intimidad.
—Levántate.
—¿Cómo?
—Puedes pasar
por encima de mí.
Sin darme
tiempo a preguntar a qué se refería, me agarró por la cintura y tiró de mí
sobre su regazo. Dejó escapar un débil gemido cuando mi trasero le rozó la
entrepierna, pero enseguida me sentó a su derecha.
—¿Qué haces?
—Ahora ya nadie
puede verte. Yo te tapo —me besó en la mejilla—. Así tenemos más intimidad, ¿lo
ves?
Una ola de
calor me invadió al comprender lo que estaba diciendo.
—¿Qué tienes
pensado exactamente? —le pregunté.
—Nada que no vaya a gustarte.
—Tom…
Me puso la mano
en el regazo y acarició mi muslo con los dedos.
Mi cuerpo cedió
a la tentación, a pesar de la gente y las luces.
—¿Has echado de
menos esto? —me preguntó, mirándome fijamente a los ojos mientras me acariciaba
suavemente.
—Sabes muy bien
que sí.
Los dedos se
deslizaron bajo el abrigo y alcanzaron mi sexo, pero Tom retiró rápidamente la
mano cuando advertimos que se acercaba una camarera.
Pedí tortitas
con fresas y nata y Tom el desayuno Grand Slam. También pedimos zumo de naranja
para los dos.
En cuanto la
camarera se marchó, Tom volvió a deslizar la mano entre mis piernas y no se
detuvo hasta alcanzar mis bragas.
—Encaje…
—dijo—. ¿Negras?
—Ya lo verás.
—Me gustaría
verlas ahora.
—Vas a tener
que esperar.
—Al menos puedo
tocar —apartó la tela con los dedos para tocarme la piel—. Sí… —me susurró al
oído—. Tocar es lo mejor.
Me estremecí de
placer.
—Separa las
piernas.
Volví a pasear
la vista por el restaurante. La persona más cercana estaba por lo menos a diez
metros y sentada de espaldas a mí. Nadie podría saber lo que Tom estaba
haciendo a menos que nos mirase descaradamente, lo cual no era muy probable.
—Tom…
—Separa las piernas
preciosa.
No podía ni
quería negarme. Separé un poco las piernas y me mordí el labio para ahogar el
gemido de placer. Cuando metió un dedo apreté instintivamente las piernas por
estar en un lugar público, pero con ello sólo conseguí aumentar las sensaciones.
—Tom… —jadeé—.
Cada vez que me tocas… Oh, no. Viene otra vez la camarera.
Tom retiró la
mano de mi sexo.
—No sé si
podemos quedarnos.
—¿Crees que nos
ha visto? —susurré, llena de pánico.
—No, pero no sé
si puedo quedarme aquí más tiempo cuando lo que más deseo es verte desnuda.
Sofoqué una
risita justo cuando la camarera nos servía las bebidas. Tom le dio
las gracias y me dio un beso en la mejilla cuando
volvimos a quedarnos solos.
—Fue idea tuya
venir a un restaurante —le recordé—. Yo me habría conformado con un AutoMc.
—¿En qué
estaría pensando?
De nuevo llevó
la mano a mi entrepierna para seguir masturbándome, y en esa ocasión yo también
lo toqué a él. Estaba duro como una piedra. Empezamos a besarnos con frenesí,
sin preocuparnos de que nos vieran, ambos esclavos de nuestro mutuo deseo.
Sorprendentemente
nadie pareció escandalizarse ni nos llamó la atención, aunque más de uno debía
de haberse dado cuenta de lo que hacíamos. Un restaurante no era el lugar
adecuado para dar rienda suelta a nuestra pasión, y sin embargo no podíamos
contenernos.
Disculpen la tardanza, este capitulo lo eh subido mas largo para compensar la tardanza xD gracias por los comentarios, de verdad los aprecio muchiiisimo! son las mejores! y contestando la pregunta que hizo cabi (creo) si y no, no es una adaptación, la idea si es original de una novela pero la escritura de esta es mía! es que leí esa novela y me gusto tanto la trama que quise escribir una con el mismo tema pero con mis palabras claro, y me alegra que les guste! una vez mas gracias por los comentarios y por esperar a que subiera, bueno disfrútenlo, nos leemos pronto! Os Quiero!! ...