Bill tenía
razón. La herida no era profunda y tan sólo le quedaría una cicatriz en el
pecho. Podía considerarse afortunado, pues había sufrido la ira asesina de un
psicópata y había vivido para contarlo.
Extrañamente,
no me afectó haber matado a una persona. No me alegraba de haberlo hecho y
maldeciría para siempre el día que conocí a Tom, pero al menos podía vivir en
paz conmigo misma.
Porque en el
fondo sabía que no había tenido elección. Tom tenía que morir. Si hubiera
quedado con vida, Bill y yo jamás habríamos estado seguros.
Pero con Tom
muerto, éramos libres.
Tal vez por
haber estado tan cerca de la muerte, Bill tomó la decisión de olvidar lo
ocurrido entre Tom y yo. Me aseguró lo mismo que dijo cuando Tom amenazaba con
matarnos: él sería el padre del niño, aunque biológicamente no fuera hijo suyo.
Mi amor por él
creció aún más al oírselo decir.
También
acordamos que pondríamos la casa en venta en cuanto hubiéramos cambiado la
alfombra manchada de sangre. Ni Bill ni yo nos sentíamos capaces de seguir
viviendo allí.
Buscaríamos
otra casa para empezar de nuevo y criar a nuestro hijo.
La semana
siguiente transcurrió entre los interrogatorios de la policía y el interés de
los medios de comunicación. A los periodistas sólo les hablé de mi amistad con Tom,
sin admitir mi aventura, pero a la policía tuve que contárselo todo. Los medios
informaron de que Tom era un amigo que se obsesionó conmigo y que quiso matar a
mi esposo para poder tenerme. Yo estaba segura de que muchas personas no se
creerían la noticia y sacarían sus propias conclusiones, pero a mí me daba
igual. Lo único que me preocupaba era mi familia.
Y esa familia
incluía un bebé cuya paternidad había que determinar.
Un martes por
la noche Bill me sorprendió al decirme que quería acompañarme al médico el
viernes. A pesar de su valor y decisión, yo sabía que estaba asustado por el
resultado de las pruebas. Pero en todo momento estuvo a mi lado y me sostuvo la
mano mientras el médico me aplicaba el gel y movía el transductor sobre el
vientre. Los dos nos emocionamos cuando vimos y oímos el corazón del bebé.
—Sea de quien
sea, este hijo será mío —declaró Bill en voz baja cuando el médico abandonó la
sala.
Le puse la mano
en la mejilla. Quería decirle algo, pero la emoción me impedía hablar. Estábamos viviendo una situación que no se la
desearía ni a mi peor enemigo, y sin embargo Bill y yo estábamos más unidos que
nunca.
—Te amo
—conseguí decir finalmente—. Y siento mucho lo que…
Bill me puso un
dedo en los labios.
—Sin mirar
atrás, ¿recuerdas?
Asentí
lentamente.
—Sin mirar
atrás.
La puerta se
abrió y el médico volvió a entrar.
—¿Y bien? —le
pregunté con impaciencia—. ¿De cuánto tiempo estoy?
—A juzgar por
el tamaño del feto, parece que de diez semanas.
No podía
creerlo.
—¿Y el periodo
que tuve?
—Es normal que
algunas mujeres manchen un poco durante el embarazo —explicó el médico
—. Sobre
todo al principio.
Una ola de
calor me invadió el pecho.
—Estoy
embarazada de diez semanas... ¿Seguro?
—Completamente.
El bebé fue concebido el veintiocho de agosto.
Bill soltó una
exclamación de júbilo. Nunca lo había visto tan entusiasmado.
—Nuestro hijo
—murmuré—. Nuestro hijo…
El médico nos
entregó una foto de la imagen que habíamos visto en el monitor.
—Pensé que les
gustaría tenerla —nos dijo con una amable sonrisa—. Y eso es todo. Ya pueden
marcharse.
Contemplé la
imagen con lágrimas de felicidad en los ojos. Era muy pequeña, pero se
apreciaba claramente la forma.
—Nuestro hijo
—repetí, mirando al hombre de mi vida—. No es de Tom…
Bill me sonrió
y me puso la mano sobre el vientre. De la preocupación había pasado a sentirse
el hombre más feliz de la Tierra.
—Te amo —me
dijo, y me besó entre lágrimas y risas.
Al apartarnos
volví a mirar la ecografía.
—Creo que es
niña.
—Una niña
—repitió Bill, sobrecogido.
—Sí, una niña
pequeña. Así lo siento.
Bill asintió.
—Yo también.
—Oh, Dios mío…
vamos a ser padres.
—Los mejores
padres que el mundo haya visto.
Agarré la mano
de Bill.
—Nuestra hija.
—Sí, (Tu). Nuestra hija —me levantó de la camilla y me
dio un beso lleno de amor y promesas.
Sabía que aún
nos quedaba un largo y difícil camino por delante hasta reparar todo el daño
que le habíamos causado a nuestro matrimonio. Pero el beso de Bill me
demostraba que podíamos conseguirlo.
Dejamos de
besarnos y Bill me llevó hacia la puerta.
—Vamos —dijo
con una amplia sonrisa—. Tenemos que empezar a buscar casa nueva.
Fin ?…
Bueno, así
finaliza esta historia, muchísimas gracias a todas las que estuvieron siempre allí
leyendo capitulo tras capitulo y sobre todo esperando las semanas que me
retrasaba en actualizar, gracias por los comentarios en cada capítulo, gracias
a las que igualmente me escribían al twitter y bueno, espero hallan disfrutado
de la historia tanto como yo, y las que se preguntan si continuare escribiendo,
la respuesta es sí! Escribir es mi vida,
mi escape y claro que continuare haciéndolo, aun no sé si escribiré una
historia tan larga como esta o como Orgasmo Sangriento pero si lo hago y aun están
dispuestas a leerme, con gusto la subiré, una vez más gracias a todas! Siempre estaré por las redes sociales si
quieren contactarme o saber si subiré nueva historia, Como siempre cuídense
mucho, Os quiero! Y espero nos leamos pronto!