Como una infidelidad, conllevo a otra, y con esto... llegar a la obsesión!...

sábado, 8 de diciembre de 2012

Capitulo 20



Salí de casa preparada para una noche de placer prohibido, y veintidós minutos después estaba aparcando frente al apartamento de Tom. A diferencia de la primera vez que fui semidesnuda bajo el abrigo, en esa ocasión salí del coche con decisión y subí la escalera con una arrolladora seguridad en mí misma.

Tom me abrió antes de que pudiera llamar a la puerta, y su rostro se iluminó nada más verme.

 —Bonito atuendo —comentó al fijarse en mi abrigo.

—Tenía un poco de frío —mentí.

—Yo puedo ayudarte a entrar en calor —me agarró por el cuello del abrigo y tiró de mí hacia dentro.

Todo mi cuerpo se prendió en llamas en cuanto nuestros labios entraron en contacto. Me dispuse a aflojar el cinturón del abrigo para que Tom pudiera ver lo que llevaba debajo, pero él me lo impidió.

—No.

—Te gustará lo que llevo debajo. Ya lo verás…

—Lo sé, y por eso quiero esperar —bajó las manos por mis brazos y dio un paso atrás, desconcertándome—. ¿Tienes hambre?

—Mucha —respondí, mordiéndome el labio para expresar lo que más me apetecía comer.

A Tom le gustaba más dar que recibir, pero yo también quería sentir el poder que otorgaba tener su sexo en mi boca.

—Yo también —dijo. Dio otro paso hacia atrás y yo lo miré con extrañeza—. No nos sirvieron de cenar en el avión y no tuve tiempo de comer en el aeropuerto. ¿Qué te parece si salimos a tomar algo?

—Tienes que estar de broma.

—No pongas esa cara. Tendrás lo que deseas, pero para eso necesito comer antes y reponer fuerzas… —me tocó la pechera del abrigo con el dedo—. Lo bueno se hace esperar.

—¿Por qué no pedimos una pizza? —sugerí—. No sabes lo que llevo debajo del abrigo.

Sus labios se curvaron en una sonrisa juguetona.

—Creo que me hago una idea… Y será una delicia mirarte mientras cenamos, sabiendo lo que tomaré de postre.

Lo miré con ojos muy abiertos.

—No estarás diciendo que quieres ir a un restaurante, ¿verdad? Pensaba que te referías a un AutoMc o algo así.

Subió el dedo hasta la base de mi cuello. Cada vez que me tocaba la piel sentía
una descarga eléctrica.

—No voy a llevarte a un AutoMc, preciosa.

—¿Entonces qué sugieres? —le pregunté. De repente me sentía muy incómoda—. Porque si quieres ir a algún sitio elegante, iré a casa a cambiarme.

Tom negó lentamente con la cabeza.

—Así es exactamente como quiero que vayas. Deja que me ponga los zapatos.

Yo no estaba muy convencida, pero de todos modos lo seguí hacia la puerta y esperé a que se pusiera unas chancletas negras. Llevaba unos vaqueros azules y una camiseta, y yo iba con tacones altos, un abrigo y poco más. No podríamos haber ido más desentonados ni aunque lo hubiéramos pretendido. Cualquiera que nos mirase pensaría que yo era una prostituta y Tom, el cliente.

—Considéralo una aventura preciosa —dijo él, agarrándome de la mano—. Una aventura emocionante y atrevida…

Toda mi aprensión desapareció de repente y fue sustituida por una deliciosa excitación. Mientras caminábamos de la mano hacia el coche de Tom dejó de importarme la imagen que pudiéramos dar y lo que pensaran de nosotros.

Tom y yo formábamos la pareja perfecta en el único aspecto que a mí me interesaba.

En cuanto a Tom, era el tipo de hombre que se guiaba por sus propias reglas sin preocuparse por las opiniones ajenas. Ese rasgo me resultaba intrigantemente erótico. Bill, por el contrario, era extremadamente conservador y predecible, exceptuando esa aventura que me pilló por sorpresa. O quizá Bill era el tipo de hombre que seguía las reglas establecidas porque quería dar una imagen de persona decente y fiable.

Fuera como fuera, con Bill nunca había sentido aquella pasión descontrolada que sentía por Tom.

—¿En qué piensas? —la pregunta de Tom me sacó de mis divagaciones y vi que ya estábamos en su Lincoln Navigator de color dorado.

—En ti.

Me dio un breve beso en los labios y me abrió la puerta del coche. Estando los dos sentados, me agarró la mano y se la llevó a su regazo.

—¿Adónde te gustaría ir? —me preguntó.

—No sé. Sorpréndeme.

—¿Qué te parece el Venetian Room?

—¿Me tomas el pelo? —el Venetian Room era uno de los mejores restaurantes de Orlando.

—¿Por qué no?

—No vamos vestidos para la ocasión —especialmente yo.

—Es cierto, estaba bromeando. ¿Y el Bahama Breeze?

—No —no quería ir allí después de que Bill hubiera estado la otra noche. Además, el Bahama Breeze estaba cerca del hotel donde trabajaba Bill y no me apetecía encontrarme con él por casualidad—. ¿Qué tal Denny’s? El de Orange Avenue no está muy lejos de aquí. No sé tú, pero yo podría estar tomando sus desayunos a cualquier hora del día. Además sirven bastante rápido.

—¿El especial Grand Slam?

—Prefiero las tortitas de fresa.

—Tortitas de fresa. Mmm… —llevó mi mano a su entrepierna y comprobé que ya estaba duro.

—¿Seguro que quieres salir? Yo me conformaría con un Big Mac y unas patatas fritas.
Tom volvió a sonreír y sacó el coche del aparcamiento.

—Es una aventura, ¿recuerdas? Vamos a disfrutarla.

En la puerta del restaurante miré con nerviosismo a mí alrededor. No sólo porque apenas llevaba nada debajo del abrigo, sino porque existía la posibilidad de encontrarme con alguien conocido. El padre de algún alumno, por ejemplo, o un colega de Bill. Hasta ese momento me había seducido la idea de vivir una emocionante aventura, pero de repente me asaltaban las dudas.

Tom apretó el brazo con que me rodeaba la cintura y el deseo barrió parte de mis inquietudes. ¿Qué importaba si algún conocido de Bill nos veía y se lo decía? A esas alturas todo el mundo debía de saber que Bill se había acostado con otra. Y además, Bill y yo estábamos separados. Lo que yo hiciera no era asunto de nadie más.

—¿Estás bien? —me preguntó Tom.

—Sí, muy bien —respondí—. Con hambre.

Entramos en el restaurante y me sentí como si fuera el centro de todas las miradas. Una pareja de mediana edad me observó con el ceño fruncido, e incluso la camarera me hizo sentir incómoda al mirarme de arriba abajo.

—Estás muy nerviosa, preciosa —me susurró Tom.

Lo miré y me encogí ligeramente de hombros.

—Estás en buenas manos —añadió—. Confía en mí.

—¿Mesa para dos? —nos preguntó la camarera. Estaba mascando chicle, algo que no debería hacer en el trabajo. Y entonces decidí que no me importaba en absoluto la opinión que pudiera tener de mí.

—Sí —dijo Tom—. Lo más apartada posible, por favor. A mi novia y a mí nos gustaría tener un poco de intimidad.

La camarera nos examinó un momento, como si la palabra «novia» la hubiera
desconcertado. Hizo una gran bomba con el chicle y volvió a meterse la goma rosada en la boca.

—Claro. Una mesa para usted y su novia.

Le clavé una mirada de advertencia y ella respondió con una almibarada sonrisa antes de darse la vuelta. A Tom no parecía molestarle la actitud de la chica ni su chicle, porque la siguió sin decir nada. Por suerte no había mucha gente en el restaurante, y la sección del fondo a la izquierda estaba completamente desierta.

—¿Qué tal ahí? —preguntó Tom.

—Está cerrada —dijo la masticadora de chicle.

Tom ignoró la observación y se sentó en una mesa.

—Dile a quien nos atienda que le merecerá la pena.

Le entregó un billete de veinte dólares y la actitud de la chica cambió al momento.

—Por supuesto —sonrió sinceramente—. Yo misma los atenderé.

Se alejó alegremente y yo puse una mueca.

—Cree que soy una prostituta.

Tom alargó la mano hacia mí.

—Lo que pasa es que le gustaría ser tan sexy como tú. Ven aquí.
 Vacilé, aunque en el fondo me daba igual lo que pensara la camarera.

—Ven —repitió Tom.

Acepté la mano que me ofrecía y me senté junto a él en el asiento acolchado. Entonces Tom me atrajo hasta él y me besó con más pasión de lo que debería ser un beso en público.
El beso no duró más de cinco segundos, pero al apartarme miré rápidamente hacia la parte concurrida del restaurante por si alguien nos había visto.

—¿Te avergüenzas de lo que sentimos (tu)?

Volví a mirarlo.

—No, no, en absoluto. Pero… me gustaría tener más intimidad.

—Levántate.

—¿Cómo?

—Puedes pasar por encima de mí.

Sin darme tiempo a preguntar a qué se refería, me agarró por la cintura y tiró de mí sobre su regazo. Dejó escapar un débil gemido cuando mi trasero le rozó la entrepierna, pero enseguida me sentó a su derecha.

—¿Qué haces?

—Ahora ya nadie puede verte. Yo te tapo —me besó en la mejilla—. Así tenemos más intimidad, ¿lo ves?

Una ola de calor me invadió al comprender lo que estaba diciendo.

—¿Qué tienes pensado exactamente? —le pregunté.

—Nada que no vaya a gustarte.

—Tom…

Me puso la mano en el regazo y acarició mi muslo con los dedos.

Mi cuerpo cedió a la tentación, a pesar de la gente y las luces.

—¿Has echado de menos esto? —me preguntó, mirándome fijamente a los ojos mientras me acariciaba suavemente.

—Sabes muy bien que sí.

Los dedos se deslizaron bajo el abrigo y alcanzaron mi sexo, pero Tom retiró rápidamente la mano cuando advertimos que se acercaba una camarera.
Pedí tortitas con fresas y nata y Tom el desayuno Grand Slam. También pedimos zumo de naranja para los dos.

En cuanto la camarera se marchó, Tom volvió a deslizar la mano entre mis piernas y no se detuvo hasta alcanzar mis bragas.

—Encaje… —dijo—. ¿Negras?

—Ya lo verás.

—Me gustaría verlas ahora.

—Vas a tener que esperar.

—Al menos puedo tocar —apartó la tela con los dedos para tocarme la piel—. Sí… —me susurró al oído—. Tocar es lo mejor.

Me estremecí de placer.

—Separa las piernas.

Volví a pasear la vista por el restaurante. La persona más cercana estaba por lo menos a diez metros y sentada de espaldas a mí. Nadie podría saber lo que Tom estaba haciendo a menos que nos mirase descaradamente, lo cual no era muy probable.

—Tom…

—Separa las piernas preciosa.

No podía ni quería negarme. Separé un poco las piernas y me mordí el labio para ahogar el gemido de placer. Cuando metió un dedo apreté instintivamente las piernas por estar en un lugar público, pero con ello sólo conseguí aumentar las sensaciones.

—Tom… —jadeé—. Cada vez que me tocas… Oh, no. Viene otra vez la camarera.

Tom retiró la mano de mi sexo.

—No sé si podemos quedarnos.

—¿Crees que nos ha visto? —susurré, llena de pánico.

—No, pero no sé si puedo quedarme aquí más tiempo cuando lo que más deseo es verte desnuda.

Sofoqué una risita justo cuando la camarera nos servía las bebidas. Tom le dio
las gracias y me dio un beso en la mejilla cuando volvimos a quedarnos solos.

—Fue idea tuya venir a un restaurante —le recordé—. Yo me habría conformado con un AutoMc.

—¿En qué estaría pensando?

De nuevo llevó la mano a mi entrepierna para seguir masturbándome, y en esa ocasión yo también lo toqué a él. Estaba duro como una piedra. Empezamos a besarnos con frenesí, sin preocuparnos de que nos vieran, ambos esclavos de nuestro mutuo deseo.

Sorprendentemente nadie pareció escandalizarse ni nos llamó la atención, aunque más de uno debía de haberse dado cuenta de lo que hacíamos. Un restaurante no era el lugar adecuado para dar rienda suelta a nuestra pasión, y sin embargo no podíamos contenernos. 





Disculpen la tardanza, este capitulo lo eh subido mas largo para compensar la tardanza xD gracias por los comentarios, de verdad los aprecio muchiiisimo! son las mejores! y contestando la pregunta que hizo cabi (creo) si y no, no es una adaptación, la idea si es original de una novela pero la escritura de esta es mía! es que leí esa novela y me gusto tanto la trama que quise escribir una con el mismo tema pero con mis palabras claro, y me alegra que les guste! una vez mas gracias por los comentarios y por esperar a que subiera, bueno disfrútenlo
, nos leemos pronto! Os Quiero!! ...